Yo también quiero ser escritor


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AMANDO DE MIGUEL

Ya eres escritor. Todos lo somos, por lo menos la inmensa mayoría acostumbrada a manejar de cutio algún aparato internético. Lo que ocurre es que, siendo tan general la operación de escribir, se pierde la facultad de dominar el idioma, antaño reservada a un pequeño círculo de escribidores o cultiparlantes. De ahí que parezca muy útil refrescar unas pocas ideas de cómo manejar el castellano o español. Con tal adversativa aparece en la primera Gramática del nebrijense, la primera que se hizo de una lengua moderna.

El castellano aparece pletórico de palabras graves, muy sonoras, pero con terminaciones monótonas. Se hacen inevitables las rimas en la prosa, algo que conviene superar, sobre todo las terminaciones en “on”.

El gran enemigo de la redacción de textos en castellano es la sesquipedalia, esto es, las frases interminables. Aconsejo la norma que yo practico: entre punto y punto no debe haber más de 30 palabras. Por cierto, conviene recordar la distinción entre “debe haber” (exigencia, deber, mandato, conveniencia) y “debe de haber” (probabilidad, futuro posible, incluso deseable). Ahora se han puesto de moda ciertos alargamientos un tanto pedantes, como “a día de hoy” (hoy), “con anterioridad” (antes), etc. No conviene excederse con la reiteración de “etc. etc.”. Otra repetición asaz desgraciada es la de “por activa, por pasiva y por perifrástica”.

Atención a las preposiciones, que en nuestro idioma son pocas y escasamente expresivas (a diferencia del inglés, por ejemplo). Hay que evitar todo lo posible la preposición “en”, que, a pesar de todo, se cuela continuamente. “Entre” representa todavía más lío. En inglés existen dos equivalentes: among y between, que significan realidades distintas.

Ya que la elegancia consiste en evitar lo superfluo, lo más difícil es sustituir, siempre que se pueda, los verbos auxiliares más frecuentes (ser, estar, haber) por otros más expresivos. Es cuestión de disciplina, aunque mejor será tomarlo como una especie de juego. Naturalmente, los verbos auxiliares son imprescindibles (por eso se presentan como irregulares), pero el principio de economía del lenguaje aconseja sustituirlos siempre que se pueda. La reiteración es el enemigo de la buena escritura.

El gran enemigo del idioma nacional es el pleonasmo, la figura que consiste en añadir palabras innecesarias. Puede ser un virtuosismo, pero las más de las veces resulta un peñazo. Por ejemplo, “cita previa” (todas las citas son previas), “todos y cada uno” (vale el énfasis, pero tampoco hay que insistir), “pero sin embargo” (basta con uno), “única y exclusivamente”. Puestos a aparentar vehemencia (nuestro pecado cultural), ahora se ha extendido la fórmula de anteponer “absolutamente” a cualquier adjetivo. Le quita fuerza por la reiteración. No es posible que haya tantas cosas absolutas de tejas abajo.

Mucho cuidado con los demostrativos, sobre todo con el “aquel” y derivados. No suele quedar claro a qué o quién se refiere. La fórmula “aquellos que…” se puede sustituir con ventaja por “los que…”. Para evitar la reiteración del “este” o el “ese” (nunca quedará clara la diferencia entre los dos) se puede recurrir a “tal”. Pero rechácese el vulgarismo de “tal y tal”.

Algún lector pensará que todas estas recetas son las típicas de un dómine ocioso, y puede que no le falte razón. Pero acaso vengan bien a los que, tecleando textos improvisados de continuo, deseen refinar un poco más el idioma. “Idioma” quiere decir “nuestra lengua”. El posesivo indica familiaridad, pero también interés en hacer las cosas bien. Después de todo, el idioma es el capital más valioso que todos tenemos; se nos da gratis y no cobra intereses. Quizá sobre el “todos” en la frase anterior, pero lo necesito para indicar que representa algo que nos une, cuando tantas son las cosas que nos separan; se entiende, a los españoles. Una última recomendación: el punto y coma sigue existiendo.