¡Que rompan la estatua de la mojaquera!


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CLEMENTE FLORES

He leído las conclusiones de varios estudios recientes hechos por prestigiosas universidades de distintos países, y algunos, como el de la Universidad Rockefeller, han utilizado muestras de hasta cinco millones de personas recogidas en todo el planeta. Los resultados traen malas noticias para los que defienden cualquier concepto de supremacía genética entre los distintos grupos humanos.

Todos estos estudios vienen a recordarnos a todos que genéticamente somos muy parecidos, por no decir iguales. No somos grupos distintos y pese a todo, de momento no somos capaces de distinguir cuánto hay de evolutivo y cuánto de educacional en nuestro comportamiento. Si nos queremos diferenciar o separar por razones culturales es una cosa, pero es erróneo utilizar la genética como justificación. Así que, aprovecho para recordar la tristeza y la rabia que me ha producido en algún momento ver con cuantos seguidores, tan convencidos como ignorantes, han contado en mi país dos políticos tan “genetistas” como Javier Arzallus y Joaquín Torra. (Toda la información no es conocimiento y todo el conocimiento no es cultura).

El profesor David Thaler dice que las diferencias genéticas que algunos investigadores quieren encontrar entre humanos son tan pequeñas que seguramente son sólo fruto de las tendencias del observador.

Estamos hablando de un tema sobre el que, a mi juicio, no cabe la mínima discusión, dadas las aportaciones de la ciencia, pero que, en el momento que escribo esto, sigue vivo y tiene a las multitudes en pie de guerra. Hablamos de las consecuencias de la muerte a manos, o mejor dicho, bajo las rodillas, de dos policías americanos, del ciudadano negro George Floyd. Es un hecho imperdonable bajo cualquier punto de vista el comportamiento que tuvo la policía y que dados los medios de filmación de que dispone cualquier ciudadano fue gravado y divulgado. En Estados Unidos, donde la lucha contra la segregación racial es una constante de su historia, las manifestaciones multitudinarias de protesta no se han hecho esperar y ha aparecido una ola de revisionismo que ha acabado con el desprestigio de Colón y la desaparición de alguna estatua suya. No se conocen datos, o al menos el Gobierno de Estados Unidos no ha informado de ello, de cuándo se va a formar la Comisión para investigar “toda la verdad” respecto a los “indios que mató Colón y los negocios personales que hizo llevando negros de África a América para venderlos como esclavos”.

La ola de reivindicaciones ha llegado a España y ha entrado por Cataluña. Allí, un grupo ideológicamente progresista, culto, avanzado y con mucha sensibilidad en lo tocante al problema de los “charnegos”, ha decidido abatir la estatua de Colón y trasladarla, haciéndola pedazos, según proceda, a vertedero. Algunos de ellos han declarado “que no se dormirán tranquilos mientras Colón desde lo alto señale con su dedo prepotente”.

Será un gran alivio para la ciudad que se decidiese tirar todos los monumentos que tiene Barcelona dedicados a esclavistas o a personajes que tuvieron relación con el trafico de esclavos. ¡Qué sorpresa se pueden llevar!

Mal camino hemos cogido. El comercio de esclavos ha sido tan antiguo como la humanidad y ya se practicaba en Mesopotamia o Roma, y ni que decir tiene que lo practicaban los imperios inca y azteca antes de que Colón apareciese por allí.

Al hablar de Almería también tenemos que tener precaución al palparnos las vestiduras porque tenemos para dar y cortar en el tema de esclavos. Remontándonos al siglo XVI, que fue el siglo del afianzamiento cristiano de la zona del norte y levante provincial, fue usual el tráfico, la compraventa y el empleo de esclavos en diversas tareas. Por ejemplo, en el año 1568 habitaban trescientos vecinos en Mojácar que eran propietarios de un centenar de esclavos de uno y otro sexo, en su mayoría negros y árabes del otro lado del mar. Los esclavos se empleaban no sólo en el servicio doméstico y en la agricultura, sino también en trabajos artesanales, como la preparación y tejido de la seda o bien en sacar el agua de las norias. A partir de la sublevación de los moriscos se intensificó e hizo famoso el mercado de esclavos de Vera, donde se vendían los moriscos de Sierra Cabrera o de Bédar, hombres y mujeres, que eran hechos prisioneros, aunque no tuviesen relación ninguna con los sublevados.

Muchas veces el propietario los alquilaba para trabajar para otros, e incluso les dejaba cierta libertad para no tener que alimentarles. En este caso podían alquilarse para trabajar, aunque después tenían que pagar a sus amos una parte de las ganancias. “Juan Sánchez y Pedro de Morales de mancomún se obligan a pagar a Felipe Salas vecino de Vera 60 ducados como fianza por el alquiler de un esclavo llamado Diego Arráez, al cual dedicarán a hilar seda, por cada día de trabajo pagarán al dueño tres reales y medio de salario, acabado el trabajo lo traerán a su costa a la ciudad de Vera”.

Entre 1570 y 1600 se bautizaron en Mojácar hasta siete hijos de esclava negra y padre desconocido. No entramos en colores.

Todas las clases y categorías sociales participaban de las compraventas, como un clérigo de Mojácar que compró una esclava morisca joven en Vera, o el capitán de partido de Vera, D. Reinaldo de Amezqueta, que en 1600 bautiza en Mojácar un hijo de su esclava negra Carolina.

Para consuelo de los “progresistas”, quiero recordarles que al otro lado del “charco”, en Bujía, existía un mercado árabe de esclavos al lado del cual el de Vera resultaba un chiringuito. Muy pocos años antes de comenzar el siglo XX fue derogada la posesión de esclavos en España y sus colonias.

Yo por mi parte me siento deprimido y creo que no podré dormir tranquilo mientras que no desaparezca la estatua de la mojaquera que está en la entrada de la iglesia de mi pueblo. ¿Cómo soportar ese símbolo de la esclavitud que representa la mojaquera subiendo cerro arriba con un cántaro de agua en la cabeza por sólo un real?

¡Por favor que la destruyan!

He comenzado diciendo que todos somos uno mismo y de la misma naturaleza. Es duro descubrir nuestras miserias y cómo nos engañamos y mentimos. Necesitamos una doble ración de sincera autocrítica.