Los nuevos iconoclastas


..


JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Por causas que ya a casi nadie importan, aunque son muy curiosos sus orígenes, hubo en Bizancio unos gamberros que no podían soportar las imágenes de Dios, la Virgen o cualquier integrante de la corte celestial. Era el siglo VIII y por entonces cegar al adversario político o castrarlo eran prácticas en uso y aceptadas comúnmente por todos, menos, es de suponer, por el afectado.

Héteme aquí que de repente eso de descubrir que un tipo tenía una estatua inmerecida o una calle a su nombre, se convierte en nuestros días en una afrenta. De momento y felizmente, no se han rescatado las drásticas prácticas descritas para neutralizar al adversario o al pretendiente a cualquier cosa.

Como si tener una estatua fuese necesariamente una insoportable vergüenza para esta generación de puritanos y memos que nos rodean.

A mi me recuerda a ese chiste en que alguien esta golpeando con furia a un hombre, y un transeúnte compasivo interpela al agresor

–¡Pero hombre!, ¿por qué le pega usted?
–Porque es judío y los judíos mataron a Jesucristo.
–Pero eso fue hace más de dos mil años...
–Sí, pero yo me enteré ayer…”.

Ahora otros han descubierto que los generales de la Confederación eran esclavistas, que Churchill era imperialista y que los Reyes Católicos no veían con buenos ojos la política LGTBI… y sus estatuas y monumentos deben de desaparecer porque no son agradables recuerdos de nuestra historia, casi siempre inadecuada, lamentable y vergonzosa desde los piadosos ojos de nuestra corrección política actual. Solo santos y bellísimas personas merecen ser honrados con una estatuaria que, en otro caso, debería avergonzarnos.

Es el mismo planteamiento de quien, con poder para ello, y consultado al respecto, ordenó la quema de la Biblioteca de Alejandría con este primoroso razonamiento: “si los libros contradicen el Corán, deben ser destruidos. Y si sostienen lo mismo, son innecesarios”.

El problema de nuestros talibanes occidentales, a los que les gusta esa policía moral histórica, es que quieren manipular la historia destruyendo u ocultando cosas que son ya irreparables. La historia esta construida sobre todo por gente que tenía poder y dinero, aunque fuera solo para erigir y pagar estatuas. Y expurgar lo bueno y lo malo de lo que pasó hace 400 ó 40 años tiene muy poco sentido y ninguna sensibilidad.

Este mundo de un Disney pudoroso, maniqueo e imbécil es en el que vivimos y de ello hay que dar testimonio en nuestra nueva y vigilada normalidad.

La estatua más grande de Stalin que jamás se ha construido estaba en Praga. Dado que fue inaugurada en 1955, poco antes del proceso de desestalinización, pocos llegaron a conocerla, porque fue dinamitada en cuanto le dieron permiso para ello a los checos (1965). En la base de ese monumento se colocó un feísimo metrónomo gigante que creo que aún esta, y no se qué demonios evoca. Quizá el paso medido del tiempo y el compás de los días.

Nunca debería haberse hecho. Las estatuas, los monumentos, son cápsulas del tiempo, de un tiempo feliz o trágico, pero que existió. Borrarlas no sirve más que para que nadie recuerde ya nada; para inventar una felicidad falsa de un tiempo que no se puede borrar. Es una puerilidad negar lo malo de la historia tapándose los ojos o cegándonos a todos como los bizantinos hacían.

En Budapest, una ciudad en la que puede leerse su dolorosa historia de los últimos cien años simplemente paseando por sus calles, se ha borrado esa última y negra historia. Pero han salvado, en parte, la memoria de lo que fueron, a su pesar, y de lo que sufrieron tantos inocentes: en caliente, en el levantamiento de 1956, las masas destruyeron la estatua de Stalin correspondiente, ¿quién puede reprocharlo?

En frío, una vez recuperada la libertad, muerto el perro y acabada la rabia, recopilaron todas los monumentos del tenebroso y reciente pasado y las sacaron de la ciudad. Tenían tantas que era oprobioso convivir con ellas. Por eso las colocaron juntas en un lugar especial y nada céntrico, que se llama “Memento Park”, para el que quiera darse una vuelta por allí.

No es fácil verlo si no lo buscas, pero el pasado, bueno o malo, no puede juzgarse con los ojos de otras generaciones. Pasó. Simplemente sucedió.