Fernando el Católico, rey de Aragón y Castilla (y2)


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ADOLFO PÉREZ

A mediados del siglo XIII el dominio musulmán estaba casi acabado, solo quedaba el reino nazarí de Granada. Desde entonces la Reconquista sufrió un parón debido a la guerra de sucesión en Castilla y a la rebeldía de la nobleza, pero una vez pacificado el reino se reanudó la Reconquista, de modo que en 1481 comenzó la guerra de Granada, que duró once años. Como tuvo carácter de cruzada a las tropas de Castilla y Aragón se unieron numerosos caballeros de varios puntos de Europa. La guerra tuvo muchos hechos de armas, uno de ellos fue la derrota sufrida por el rey Fernando en Loja, que tanto dañó su ánimo. Sin embargo, recibió una ayuda de mano de las traiciones habidas entre los miembros de la familia real de Granada. Al fin, después de casi ocho siglos (770 años), el 2 de enero de 1492 acabó la Reconquista con la toma de la ciudad de Granada. En la entrega de las llaves el rey Boabdil besó el brazo del rey Fernando al negarle éste la mano, y le dijo: “Toma, Señor, las llaves de tu ciudad, que yo y los que estamos dentro somos tuyos”. La noticia de la caída de Granada, la victoria de la cruz sobre el infiel, recorrió Europa con celeridad. En aquella fría mañana granadina Fernando de Trastámara se hallaba en la cima de su carrera.

Asunto vidrioso del reinado de los Reyes Católicos fue el referente al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, sin duda un tema polémico y conflictivo, claro que visto desde la perspectiva del tiempo actual no tenía entonces, hace más de 500 años, nada de especial. Sabido es que la Inquisición nació en Europa en el siglo XIII y decayó en el XV. Su misión era proteger a la Iglesia Católica de las herejías. Los procedimientos del Santo Oficio eran expeditivos, rápidos y de funestas consecuencias para los acusados, donde se dieron condenas injustas y fuego para los condenados. La unidad nacional lograda por Fernando e Isabel tropezaba con grandes obstáculos de raza, religión y economía, razón por lo que era preciso fundirlos e integrarlos en el nuevo Estado. Moros y judíos eran considerados elementos extraños que era necesario integrar. El caso es que unos y otros fueron obligados a convertirse al cristianismo. Conversión forzosa que debía ir acompañada de un sistema de coacción. Para ello los reyes solicitaron del papa Sixto IV que otorgara una bula para constituir el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, que el papa otorgó en 1478; después se arrepintió por el rigor de su aplicación, pero ya era tarde, pues Fernando no estaba dispuesto a prescindir de tan poderosa arma, que introdujo en la Corona de Aragón.

El 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos firmaron los edictos, fueron dos, de expulsión de los judíos, los cuales eran objeto de gran animosidad por parte de la población cristiana. En su virtud, debían salir de España o bautizarse en el plazo de cuatro meses; se les autorizaba a enajenar sus bienes, pero no el oro y la plata, cosa que les perjudicó. Se estima que salieron unos cien mil, la mayoría a Portugal y a otros países de Europa. ¿Era Fernando el Católico un antisemita contumaz como se ha dicho? Según los hechos histórico se puede afirmar que no. No se conoce en la biografía de Fernando ninguna referencia a su deseo de expulsar a los judíos antes de los edictos.

Durante el reinado de Fernando e Isabel se conquistaron las islas Canarias. Después de varias campañas para someter a los aguerridos guanches, en 1495 finalizó la conquista con la toma de Tenerife. Islas de gran valor estratégico para el camino hacia el Nuevo Mundo. Cierto es que el rey Católico no prestó demasiado interés por las cosas del mar enfrascado como estaba en la política europea, especialmente la concerniente a Francia y a Italia. De donde se deduce su escaso interés por el viaje de Colón, que se llevó a cabo gracias al entusiasmo de la reina en patrocinar la aventura colombina, siendo después el reino de Castilla el gran beneficiado del descubrimiento de América. No se sabe a ciencia cierta cuando llegó Cristóbal Colón a Castilla. Sí se sabe que se presentó en plena guerra de Granada, que había desembarcado en Palos de la Frontera (Huelva) y que se había alojado en el convento de La Rábida. Su llegada fue en un momento delicado para Castilla que se estaba jugando su futuro. Marchó a la corte y logró que los reyes le recibieran a los que expuso su proyecto de llegar a la Indias orientales por la ruta de occidente (cruzando el Atlántico), solicitando que le patrocinaran la empresa. Los reyes encargaron el estudio del proyecto a una Junta para que los asesorase, cuyo dictamen, en 1490, fue negativo por considerarlo erróneo. Los reyes le dieron largas. No obstante, a fines de 1491, en el Real Sitio de Santa Fe Colón expuso de nuevo su proyecto y presentó las capitulaciones que el rey Fernando no aceptó por exageradas, pero la reina, decidida a patrocinar la empresa, convenció al rey, siendo el secretario personal del mismo el que redactó las capitulaciones, que se firmaron el 17 de abril de 1492. Y así, el 3 de agosto siguiente salió Colón del puerto de Palos al mando de tres carabelas y una tripulación cercana a los 120 hombres, rumbo a lo desconocido. El 12 de octubre avistaron la tierra del Nuevo Mundo, América, era la isla de Guanahaní, que Colón bautizó como San Salvador.

Es sentir general que fue Italia la que perpetuó a Fernando el Católico como figura universal. Su política internacional entre 1505 y 1516 gravitó en torno al Mediterráneo, a Italia y a su política antifrancesa, o sea, la tradicional política catalanoaragonesa. Mientras que la política castellana de Isabel giró hacia África y América. Por el Tratado de Barcelona de 1493 Fernando adquirió los condados del Rosellón y la Cerdaña. Con estas concesiones creyó Carlos VIII de Francia que tendría las manos libres en Italia, pero cuando se apoderó de Nápoles (1495) el rey de Aragón alegó que por ser feudo del papa no estaba incluido en el Tratado de Barcelona, de modo que para detener al francés se constituyó la Liga de Venecia formada por el Papado, Venecia, Génova, Milán, el Imperio Germánico, Inglaterra y España, que envió un ejército al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán), que desalojó a los franceses del trono napolitano y repuso al destronado Ferrante II. Después, el rey Fernando negoció con Luis XII, sucesor de Carlos VIII, el reparto amistoso del reino de Nápoles, pero por diferencias en la delimitación Fernando se apoderó de todo el territorio (1503) gracias a las brillantes campañas de Seminara, Ceriñola, Gaeta y Garellano llevadas a cabo por el Gran Capitán, así es que a principios de 1504 el rey Católico era dueño del reino de Nápoles.

Las principales alianzas de la Liga de Venecia se ratificaron en enlaces matrimoniales. En los años 1496 y 1497 se celebraron las bodas de los hijos de los Reyes Católicos, Juana y Juan, con los hijos del emperador Maximiliano, Felipe el Hermoso y Margarita; bodas que carecieron de fortuna. El príncipe Juan falleció a los seis meses y su hermana Juana, con una enfermedad mental, fue muy desgraciada con su marido. En 1501 los monarcas españoles casaron a su hija menor, Catalina, con el inglés Arturo, príncipe de Gales, que murió al año siguiente. Siete años después Catalina contrajo matrimonio con el futuro Enrique VIII, hermano de Arturo, pero pasados unos años Enrique VIII repudió a Catalina para casarse con Ana Bolena, lo que dio lugar a un cisma religioso.

Por otro lado, los reyes, deseosos de mantener la amistad con Portugal, casaron (1497) a su hija mayor, Isabel, con el príncipe Alfonso, que poco después falleció al caerse de un caballo. Entonces los padres la casaron (1498) con su ex cuñado, el rey Manuel I, hermano del fallecido Alfonso. Pero la fortuna también los esquivó, Isabel, con 27 años, murió de sobreparto al nacer su hijo Miguel (1498), heredero de Aragón, Castilla y Portugal, pero murió antes de cumplir los dos años. Su padre, el rey Manuel, se casó con María la otra hija de los Reyes Católicos, muerta con 34 años, fueron los padres de Isabel de Portugal, esposa de Carlos I, de la que ya he publicado un artículo.

La satisfacción de ser dueño de Nápoles le duró poco al rey Fernando, pues a los pocos meses, el 26 de noviembre de 1504, moría con 53 años la reina Isabel en Medina del Campo (Valladolid). La reina arrastraba una enfermedad desde hacía seis años, sin que a día de hoy se sepa con certeza su diagnóstico, aunque más que de una enfermedad, de tristeza empezó a morirse Isabel la Católica, la mujer de las grandes ilusiones. ¿Qué sería de la labor de toda su vida? Muy duro debió de ser la pérdida de su único hijo varón, al que siguió la muerte de la hija mayor y veintidós meses después el hijo de ésta, Miguel; así es que en el espacio de tres años (1497- 1500) murieron tres herederos de aquellos reinos, viniendo a recaer tan cuantiosa herencia en su hija Juana, una enferma mental, casada con Felipe el Hermoso, el granuja que tantos disgustos le dio a ella y a sus padres.

La existencia del reino navarro a finales del siglo XV era cuando menos complicada, con una larga guerra civil (1451 – 1464) en la que intervino el rey Fernando como hijo de Juan II. La situación del reino a caballo entre los reinos de Francia y Aragón era un fácil acceso para una temida invasión de los franceses, cosa que preocupaba al rey Católico dada la tradicional enemistad entre ambos reinos. Con la muerte prematura de la reina de Navarra, Leonor (1479), hija de Juan II de Aragón, hermanastra de Fernando, la sucesión en el trono navarro se fue complicando en la familia heredera de Leonor, lo que hizo que el rey Fernando interviniera en los asuntos de Navarra para evitar el peligro que significaba el rey francés. Finalmente, en 1512 decidió enviar al duque de Alba a ocupar el reino navarro. El rey francés contraatacó pero sin éxito. Un año después, en 1513, Luis XII y Fernando II firmaron un acuerdo por el que Francia reconocía la conquista de Navarra y su anexión a Castilla, firma que culminó con la coronación de Fernando como rey de Navarra. Desde entonces los reyes de España son, además, reyes de Navarra.

Por haberlo dispuesto la reina en su testamento, Fernando se hizo cargo de la regencia de Castilla, pero las diferencias con su yerno Felipe que aspiraba a reinar él, a su vez aliado del rey de Francia, hizo que el monarca se marchara a Aragón para evitar una guerra civil por culpa del rastrero personaje. Pero ante el feo panorama que se le presentaba a Castilla con una reina demente, un yerno, que era un indeseable, gobernando el reino aliado con el rey francés, dieron lugar a que el rey Fernando acordara la paz con Luis XII en Blois. En dicho acuerdo el francés reconocía al español como rey de Nápoles, a cambio sería indemnizado por sus gastos en la campaña de Nápoles, a la vez que obligaba al rey aragonés a casarse con una princesa gala, que en este caso fue una sobrina suya, Germana de Foix, con 18 años, cuya boda se celebró en Valladolid el 18 de marzo de 1506. De esta manera el rey Fernando pretendía tener un heredero para la Corona de Aragón y sortear al yerno, ya que su hija Juana era la heredera. El matrimonio con Germana de Foix no dio los frutos esperados a pesar de que la nueva esposa procuró hacer feliz a su marido y darle la ansiada sucesión. La reina alumbró un varón que murió a las pocas horas y ya no hubo más nada, pues el rey, tan fogoso siempre, ya no estaba para esos trotes a pesar de las pócimas erotizantes y comidas vigorizantes que tomaba.

En 1506 el rey Católico se trasladó a Nápoles para acometer las reformas que necesitaba el reino por el que tanto había luchado. Reformas que aplicó en el año que estuvo allí, donde recibió la noticia de la muerte repentina de Felipe el Hermoso en septiembre de 1507, a los 28 años, que le hizo volver a Castilla ante la llamada del cardenal Cisneros para que se hiciera cargo de la regencia y pusiera orden en la convulsa nobleza (castellana y flamenca) partidaria de Felipe el Hermoso, además de ocuparse de su hija Juana, cuya demencia se agudizaba. Volvió y empleó el año 1508 en apaciguar a la levantisca nobleza y ordenar el reino. Pero el problema de su hija era peliagudo, pues era la reina legítima. Resultaba raro que Juana de Castilla y Aragón, nieta, hija, madre, hermana y esposa de reyes, de hecho nunca reinó. Pero ante la realidad, con harto dolor de padre, en 1509, la confinó en Tordesillas donde permaneció hasta su muerte en 1555, cuando contaba 75 años, de forma que desde 1516 hasta su final gobernó los reinos en su nombre su hijo Carlos.

No obstante, en aquellos últimos años de su vida, que frisaba en los sesenta, en la cima de su reinado, en compañía del cardenal Cisneros acometió una campaña en el norte de África, invadiendo el Magreb. Con la ayuda económica de los tres reinos, en las campañas de 1509 y 1510 conquistó varias poblaciones: Orán, Argel, Bujía, Trípoli. Todavía en 1515, meses antes de morir, siguió pensando en llevar a cabo una nueva campaña africana dirigida por él en persona.

Su último viaje lo hizo camino de Andalucía recostado en su litera, ya sin poder cabalgar, junto a los nobles que le acompañaban, pensando en organizar una nueva flota. El camino lo hizo por Extremadura, en Plasencia pasó un tiempo de reposo y siguió, pero tanto se indispuso que la comitiva se detuvo y trasladó al moribundo rey a la aldea cacereña de Madrigalejo, allí dictó su último testamento, donde dispuso que todos sus reinos los heredase su nieto Carlos I al que no conocía en persona, pero el respeto a la legitimidad dinástica era sagrado para él, y salió bien. En la madrugada del 23 de enero de 1516 falleció Fernando el Católico, la gran figura de nuestra historia, a pesar de los que pretenden empañarla. Toda España se puso de duelo y las campanas de todas las iglesias doblaron por el último rey de Castilla, Aragón y Navarra. Sus restos reposan junto a los de su amada esposa Isabel en la Capilla Real de Granada. Así finalizó la Edad Media.