Fernando el Católico, rey de Aragón y Castilla (1)


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ADOLFO PÉREZ

Se dice que Felipe II, biznieto de Fernando el Católico, mientras miraba el retrato de su bisabuelo solía decir “A él debemos todo”. Razón no le faltaba al rey del imperio español extendido por el mundo entero, pues Fernando II de Aragón había puesto los tantos para que así fuera. La mayoría de los historiadores coincide en que los Reyes Católicos marcan un punto de inflexión en la historia de España, con ellos finaliza la época medieval y comienzan los tiempos modernos.

Para situarnos en el reinado y en la figura de Fernando II de Aragón y V de Castilla, conocido como el rey Católico, es oportuno anotar unos breves apuntes sobre la Corona de Aragón a fin de entender el contexto histórico en el que le tocó reinar. Trescientos años atrás, cuando en Aragón reinaba Ramiro II el Monje (1134 – 1137), de cuyo reinado es la leyenda de la Campana de Huesca. A Ramiro II le sucedió su hija Petronila (1137 – 1162) a la que desposó su padre cuando tenía un año con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, que le llevaba veintidós años, el cual recibió el título de príncipe de Aragón. El matrimonio se hizo realidad cuando la reina llegó a la edad núbil. Con esta boda se unieron el reino de Aragón y el condado de Barcelona. Les sucedió su hijo Alfonso II (1162 – 1196), al que siguieron nueve reyes hasta llegar a Martín I el Humano que murió sin descendencia en 1410, lo que ocasionó un interregno de dos años.

El interregno finalizó cuando una junta formada por tres delegados de cada reino (Aragón, Cataluña y Valencia), entre ellos san Vicente Ferrer, se reunió en Caspe (Zaragoza) con el fin de designar un rey para la Corona de Aragón. Al cabo de intensas deliberaciones, en junio de 1412 los delegados solventaron la cuestión a favor del infante de Castilla Fernando de Antequera, de la Casa de Trastámara, hijo de Juan I y de Leonor, hermana del finado rey Martín. El Compromiso de Caspe, pues con ese nombre ha pasado a la historia, es un magnífico y singular ejemplo de madurez política de los Estados de la Corona de Aragón. Pocas veces se ha afrontado un problema de esa magnitud con tanta honradez y alteza de miras. Con la elección de Fernando I para rey de la Corona de Aragón (1412 – 1416) se instauró en este reino la dinastía bastarda de la Casa de Trastámara, que ya reinaba en Castilla. Dada su poca salud murió muy joven, sucediéndole en su corto reinado su hijo Alfonso V el Magnánimo (1416 – 1458), que como no tuvo hijos legítimos le sucedió en el trono su hermano Juan II de Aragón (1458 – 1479), padre de Fernando el Católico, Trastámara como Isabel la Católica, de ahí la consanguinidad entre ambos.

Juan II de Aragón, hombre inteligente y enérgico, desprovisto de escrúpulos, por su casamiento con la reina Blanca de Navarra tuvo cuatro hijos, Carlos, príncipe de Viana, y tres infantas. Según la costumbre hispánica, Juan II compartió el trono de Navarra con su esposa, siendo de hecho rey de los navarros. La muerte de la reina Blanca en una romería originó un grave conflicto que enfrentó al padre y a su hijo Carlos, legítimo rey de Navarra, pues Juan II se empeñó en conservar el gobierno del reino mientras viviera, según lo dispuesto por la reina en su testamento, que a su vez recomendaba al hijo que no tomara el gobierno en vida de su padre, lo que provocó una guerra civil (1451 – 1464). A los varios años y tras múltiples sucesos se produjo la terrible sublevación de Cataluña partidaria del príncipe, guerra civil que Juan II sofocó con muchos apuros. Meses después murió el príncipe Carlos, al parecer tuberculoso, aunque se dijo que lo había envenenado su madrastra, madre del que sería Fernando el Católico, pues Juan II contrajo segundas nupcias, ahora con Juana Enríquez, mujer de gran inteligencia, para muchos de mala condición, hija del almirante de Castilla, de cuyo matrimonio el 10 de marzo de 1452 nació en Sos (Zaragoza) Fernando II de Aragón (1479 – 1516), V de Castilla (1474 – 1504), que también fue rey de Sicilia, de Nápoles, de Cerdeña y de Navarra; llamado el Católico.

La guerra fratricida que mantuvo su padre en Cataluña la vivió Fernando con diez años, y a los catorce intervino con las tropas de su padre en una de las batallas. Con tales vivencias el príncipe se hizo hombre, sintió el amargo sabor de la guerra y forjó su carácter entre idas y venidas al frente, asedio a plazas y a complicadas intrigas internacionales. La guerra de Cataluña fue esencial para entender a Fernando como rey, como militar y como persona.

Mientras, la monarquía castellana se tambaleaba a causa de la nobleza levantisca y el escabroso asunto del presunto adulterio de la esposa de Enrique IV, que tuvo una hija, Juana la Beltraneja, que al parecer no era suya, sino del favorito Beltrán de la Cueva, noble castellano. De tan complicado escenario surgió la gran jugada del rey aragonés, que se propuso casar a su joven hijo Fernando con Isabel de Castilla, hermanastra de Enrique IV, con grandes posibilidades de sucederle en el trono a causa del no claro origen de la Beltraneja. Pero para Enrique IV sus planes no pasaban ni de lejos en reforzar lazos con la rama aragonesa de la familia. Su intención era casar a Isabel con Alfonso V de Portugal, intención que ella no compartía. Entretanto Fernando vivía en Zaragoza al lado de su madre, la cual falleció de cáncer en 1468, con algo más de cuarenta años. Junto a su madre aprendió lo que era menester en un tiempo de cortes nómadas y traiciones. También ayudó a la forja de su carácter la compañía de soldados y capitanes del reino. Su padre le cedió el reino de Sicilia para realzar su figura como rey, aunque lo fuera de un trono menor.

¿Y cómo eran Fernando e Isabel? Fernando es descrito como valiente, astuto y receloso, agarrado y avaro. Un autor desconocido lo retrataba como: “Un joven de estatura mediana, ancho de hombros, de fuerte musculatura, tez bronceada, cabellos castaños, hábil, inteligente y astuto”. Dice Hernando del Pulgar que amaba la justicia y era más clemente que la reina. Según las crónicas, el rey Fernando era brillante, seguramente el más hábil de su tiempo, que a su aspecto seductor se unía una inteligencia rápida y un espíritu reflexivo y tenaz. Su educación fue descuidada pues su padre lo inició en el arte de la guerra y en las tretas de la diplomacia. Era mujeriego y contaba con varios hijos bastardos. En cuanto a Isabel, a sus dieciocho años dicen las crónicas que era una agraciada joven rubia, de ojos verdes y tez muy blanca. El humanista Hernando del Pulgar que la conoció la retrata en su época de esplendor: “Esta Reina era de mediana estatura, bien compuesta en su persona, muy blanca e rubia; los ojos entre verdes y azules”. Los cronistas dicen que tenía un carácter firme, con ideas muy claras, muy inclinada a hacer justicia, más dada al rigor que a la piedad. Poco generosa y buena administradora. De gran corazón con disimulo de la ira.

El padre de Fernando puso todo su interés en casarlo con Isabel en contra de los deseos de Enrique IV de Castilla, hermanastro de la infanta. Para llegar al lado de la novia, Fernando hubo de sortear peligros huyendo de Enrique IV, de modo que llegó a Dueñas (Palencia) disfrazado de mozo de mulas de seis caballeros vestidos de mercaderes, y fue en Valladolid cuando el sábado 14 de octubre de 1469 se vieron por primera vez. Allanado el camino para la boda era el caso que faltaba la dispensa papal al ser ambos parientes próximos, y como la obtención era larga y difícil se optó por falsificarla a fin de vencer los escrúpulos de la princesa. El 18 de octubre se firmaron las capitulaciones y el 19 se celebró la boda en secreto, ella tenía 18 años y Fernando 17. Dos años después el papa Sixto IV les otorgó la dispensa. Para probar la potencia sexual de Fernando ambos esposos se sometieron a la antigua costumbre de consumar el matrimonio con gente al lado de la cámara nupcial a la que se mostró la sábana … Y con júbilo sonaron los instrumentos musicales.

Durante cinco años reinó en Castilla una gran confusión debido a que había dos cortes errantes, la del rey Enrique y la de los príncipes. Hasta que el rey, estando en Madrid, recayó en la dolencia que padecía y murió el 11 de diciembre de 1474. La princesa Isabel, que estaba en Segovia, con Fernando ausente, al día siguiente fue aclamada como reina de Castilla. En la mañana del 13 de diciembre de 1474, la princesa, montada en un palafrén, con un caballero portando en alto sobre su cabeza una espada cogida por la punta y la empuñadura en alto, símbolo de la justicia real, y un séquito de regidores, se dirigió al escenario alzado ante la iglesia de San Miguel donde un rey de armas en voz alta dijo: “Castilla, Castilla, Castilla por el rey Don Fernando y Doña Isabel”. La reina tenía entonces 23 años. Al acto no asistió la alta nobleza de Castilla, solo algunos caballeros segovianos. Poco a poco acudieron a Segovia los grandes señores, entre ellos el cardenal Mendoza, antes valedor de Juana la Beltraneja y ahora consejero fiel de los Reyes Católicos. Fernando estaba receloso por la prisa de coronar a su esposa sin estar él presente, hasta el punto de que los Enríquez castellanos, su familia próxima, avivaron su ambición de que recabara la plena soberanía de Castilla aplicando la ley Sálica, vigente en Aragón, que excluía a las hembras del trono. Tremendo error que violaba la tradición castellana y ofendía a la nobleza y al pueblo de Castilla, y más después de tantos sacrificios en imponer a Isabel como heredera.

Fernando prestó oídos a la sugerencia familiar que satisfacía su codicia de mandar en Castilla, pero el conflicto se conjuró gracias a la prudencia de la reina que hizo ver a su esposo que acción tan grave supondría desheredar a su única hija, Isabel, y le aseguró que ante cualquier decisión: “Solo seré reina donde vos fuéredes rey”. Ante la declaración de su esposa Fernando se avino, aunque de mala gana aceptó que el cardenal Mendoza y el arzobispo Carrillo redactasen un dictamen sobre tan delicada cuestión, de modo que el 15 de enero de 1475 se publicó la “Concordia de Segovia” que puso fin a los desacuerdos del matrimonio respecto a la corona de Castilla: ambos gobernarían conjuntamente. Asimismo, se reconocía la futura supeditación de Aragón a Castilla. El lema “Tanto monta, monta tanto” resumía el espíritu de la Concordia. De ahí surgió la divisa del yugo y el haz de flechas: el yugo de Fernando con la Y de Isabel y el haz de flechas de Isabel con la F de Fernando. Dos voluntades unidas en una empresa difícil.

Pero el conflicto dinástico no había acabado con la muerte de Enrique IV y la proclamación de Isabel como reina de Castilla. Como se ha visto, los grandes señores acataron a la reina Isabel al ser proclamada, excepto familias importantes puestas ahora del lado de Juana la Beltraneja, entre ellos el marqués de Villena (custodio de Juana) a los que se unió el arzobispo Carrillo, desertor de Isabel celoso del cardenal Mendoza. El bando estaba dispuesto a destituir a Isabel para subir al trono a Juana por considerarla legítima heredera de Enrique IV. Como sus fuerzas eran inferiores lograron que Alfonso V de Portugal se casara con la Beltraneja, que era su sobrina, y se uniera a la causa pensando en ser rey de Castilla. La reina Isabel, abrumada por el peligro que se cernía sobre Castilla, canceló la “Concordia de Segovia” de modo que Fernando recibió la potestad absoluta para hacer y deshacer a su antojo. El ejército castellano estaba bajo su mando en un momento extremadamente delicado para su causa. Hasta tal punto era así que el monarca, que apenas contaba 23 años, hizo testamento en el que sus inquietudes y preocupaciones quedaban bien reflejadas. El joven rey de Castilla no sólo dio muestras de una religiosidad muy acusada, no en balde llegó a ser llamado Rey Católico, sino también de una previsión de futuro sobre los derroteros por los que debía de transitar el reino de Castilla y el suyo patrimonial: Aragón, donde derogó la ley Sálica que impedía reinar a las mujeres. Además, en el testamento postuló no solo a su esposa Isabel como heredera suya, sino que, a falta de un varón, designó a su hija María como futura reina de la Corona de Aragón. Esto que en Castilla no era problema en Aragón era revolucionario. En su testamento el rey insistía en alcanzar la unión de ambos reinos.

La guerra civil estaba servida, la cual duró cuatro años, desde mayo de 1475 a septiembre de 1479, con diversos episodios bélicos, siendo el más significativo el de la batalla de Toro a favor de Isabel y Fernando (marzo de 1476). El tratado de Alcáçovas puso fin a la guerra y los Reyes Católicos fueron reconocidos como reyes de Castilla, mientras que Juana la Beltraneja renunció a sus derechos y se clausuró en un convento de Coimbra porque su matrimonio con el rey portugués fue anulado debido a que el papa no concedió la dispensa a causa del parentesco entre ambos. El 20 de enero de 1479 Fernando accedió al trono del reino de Aragón por la muerte de su padre. La paz para los dos grandes reinos hispánicos llegó de la mano de dos monarcas singulares, pues supieron capear una década marcada por dos guerras intestinas, una rebelión nobiliaria y las asechanzas constantes del exterior. Era la hora de devolver la paz y el sosiego ganados por sus agobiados reinos con el esfuerzo y el dolor de las guerras.

Este artículo tiene una segunda parte que se publicará próximamente.