Pedro I el Cruel, rey de Castilla y León, siglo XIV


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ADOLFO PÉREZ

Dice la Historia de España del marqués de Lozoya que es imposible resumir en pocas páginas un reinado como el de Pedro I, que es la gran tragedia de la Edad Media española, con insólita riqueza de personajes sugestivos y de grandes caracteres, que ha inspirado notables piezas de nuestra literatura. De tantos reyes como tuvo la España cristiana medieval en los reinos en que se dividió a lo largo de los siglos: Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón, Mallorca, en ninguno de ellos se dio un rey tan feroz y despiadado como el castellano Pedro I, no en balde su sobrenombre es el de ‘cruel’. Su reinado es la crónica de una novela negra cuyo argumento consiste en una sucesión de intrigas políticas y amorosas plagadas de crímenes. Son incontables las crueldades que Pedro I llevó a cabo entre miembros de su familia, su esposa Blanca incluida, señores y gente del pueblo. Su tiempo coincidió con la presencia en los reinos peninsulares de una generación de reyes crueles, los tres con el mismo nombre: Pedro I el Cruel, de Castilla; Pedro IV el Ceremonioso, de Aragón; Pedro I, de Portugal.

Este reinado tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIV, siglo en el que se produjo una crisis que alcanzó varios aspectos de la vida peninsular, entre ellos el de la crisis monárquica. El siglo XIV no se privó de la calamitosa epidemia de la peste negra (bubónica), la gran catástrofe humana para Europa y España, que se extendió entre los años 1347 y 1361 acabando con cerca de la mitad de la población europea. El rey Alfonso XI se contagió y falleció durante el asedio de Gibraltar, siendo el único monarca de Europa que murió a causa de la peste.

Para comprender el reinado de Pedro I son precisos unos apuntes sobre los amores adúlteros de su padre, el rey Alfonso XI, un hombre excepcional en sus virtudes y en sus errores. Se casó con María de Portugal (15 años), pero un año después se enamoró de Leonor de Guzmán (17 años), joven viuda de la nobleza castellana, cuya pasión amorosa le duró hasta su muerte, lo que significó que su esposa fuera postergada con la que tuvo a su único hijo legítimo, el infante Pedro. La unión extramarital con Leonor de Guzmán fructificó con diez hijos bastardos, los Trastámara, que acabaron con la dinastía legítima de su padre después de una guerra civil que le costó la vida a Pedro I. La muerte de Alfonso XI abría para Leonor de Guzmán un abismo a sus pies. Al llegar a Sevilla con el cortejo fúnebre del monarca fallecido fue apresada y después llevada de castillo en castillo hasta Talavera de la Reina donde un año después (1351) fue muerta con cuarenta y un años por orden de la reina viuda María de Portugal, su rival. Con la muerte de Alfonso XI morían los grandes ideales capaces de unir en una empresa a la monarquía, a la nobleza y al pueblo. Se produjo un gran cambio y se abrió una época no afortunada en la política peninsular.

Pedro I el Cruel o el Justiciero, que reinó entre 1350 y 1369, nació en Burgos el 30 de agosto de 1334, hijo de Alfonso XI y de María de Portugal. Hubiera podido ser un buen rey, pero su época estuvo llena de desventuras, de las cuales fue la causa su carácter impulsivo y arbitrario, de modo que su reinado fue uno de los más desdichados y abyectos de los conocidos (al parecer con una dolencia mental, puede que como resultado de los matrimonios consanguíneos). Al mismo tiempo se juntaron las ambiciones de sus hermanos bastardos, los Trastámara, y la rebeldía de la nobleza.

El monarca era atractivo y muy libidinoso, que no reparaba en obstáculos para conseguir a la mujer deseada, de modo que imitó a su padre en cuanto amores extramaritales. El cronista Pedro López de Ayala escribió: “E fue el rey Don Pedro asaz grande de cuerpo e blanco e rubio, e ceceaba un poco en la fabla… Dormía poco e amó mucho mujeres. Fue muy trabajador en guerra. Fue codicioso de allegar tesoros e joyas.” En sus correrías por el reino, su favorito Juan Alfonso de Alburquerque le presentó una joven excepcional por su belleza, su gracia y su ingenio, era María de Padilla (18 años), de la nobleza castellana, de pequeña estatura y gran bondad que prendaron al joven monarca, con la que debió casarse pero él prefirió que fuera su amante. Tal situación encumbró a los familiares de la favorita, lo que provocó los celos de Alburquerque temeroso de perder su influencia, razón por la que se afanó en negociar la boda del monarca con la francesa Blanca de Borbón (14 años) con la que contrajo matrimonio el 3 de junio de 1353. Al monarca castellano le convenía este enlace para favorecer sus relaciones con la monarquía francesa, aunque al parecer no tenía mucho interés en la boda ya que su apego era hacia su amante María de Padilla con la que tuvo cuatro hijos y cuya pasión le duró mientras ella vivió. Esto supuso que dos días después de la boda abandonara a su esposa (víctima inocente de la maldad de todos). El escándalo en el reino fue tan grande que los mismos Padillas pidieron al rey que volviese con la reina, pero al cabo de otros dos días se marchó de nuevo para no volver a verla nunca más.

Ante la crueldad de la situación de la reina, fue la propia madre del rey, María de Portugal, que había pasado por el mismo trance que su nuera, la que la protegió durante un tiempo pues el rey ordenó apresarla, primero en Arévalo y después en Toledo, lo que causó la indignación de todos: parientes, grandes señores, ciudades y pueblos, que se sublevaron en su favor, hasta la misma madre de Pedro I. Los sublevados se entrevistaron con el rey en Toro, donde en realidad estuvo cautivo de los siete mil concentrados, pero como era más astuto que ellos huyó a Segovia, de donde, una vez pertrechado, volvió a Toro (1356) y allí, a pesar de los ruegos de su madre que estaba en la ciudad, hizo una terrible masacre entre los grandes señores y gente del pueblo. El cronista Pedro López de Ayala cuenta que cuando su madre conoció tan horrible matanza casi maldijo al hijo, se desmayó y afirmó que en lo sucesivo nada quería saber de él, y se marchó a Évora (Portugal). Y Enrique de Trastámara obtuvo un salvoconducto para desterrarse a Francia. Cinco años después, en 1361, un ballestero mató a la infeliz Blanca de Borbón por orden del rey, cuando contaba veintidós años. Se cuenta que sus últimas palabras fueron: “Dime Castilla, qué te he hecho yo”.

En este periodo fue una desventura la continua guerra entre Castilla y Aragón. Los motivos de fricción entre ambos soberanos eran frecuentes, sobre todo por la presencia en la corte de Castilla de la reina viuda de Aragón y sus dos hijos a los que Pedro IV de Aragón perseguía con odio tenaz. El apresamiento de unas naves por galeras de Cataluña que presenció Pedro I en Sanlúcar fue la causa inmediata del conflicto (1356). Guerra que tuvo largos y enojosos incidentes. Las treguas que hubo las aprovechó el monarca castellano para saciar viejas venganzas y recientes agravios. Pocas veces se ha puesto al servicio de la sed de sangre de un rey loco el perjurio, la mala fe y la traición. Episodio cruel y de extremo sacrificio fue el de María Coronel, de alto linaje, su esposo, Juan de la Cerda y su padre, partidarios de Leonor de Guzmán, hacía un tiempo que habían sido degollados por haberse rebelado contra Pedro I. Resultó que la joven viuda tuvo la desventura de que el monarca se fijara en ella, de manera que para evitar ser ultrajada se quemó gran parte del cuerpo con aceite hirviendo para causarle aversión al rey, cosa que logró después de tan tremendo tormento. Acabó en un convento y fue abadesa. Asimismo, Pedro dio muerte a su hermanastro Fadrique y a su primo el infante Juan de Aragón, que pretendía el señorío de Vizcaya.

La guerra con Aragón tuvo graves repercusiones para Castilla. El rey aragonés Pedro IV llamó en su ayuda a Enrique de Trastámara, que convertido en aventurero servía con algunos caballeros al rey de Francia en la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra, estaba inactivo. Hombre de clara inteligencia y buenas dotes personales, se puso en cabeza en la oposición al rey Pedro. El monarca castellano tomó partido por el rey inglés, mientras el aragonés se inclinó a la causa francesa. La guerra se reanudó en la primavera de 1359 y el rey de Castilla dominó por algún tiempo el Mediterráneo occidental. En tanto que las tropas de Pedro IV llegaron hasta Medinaceli (Soria), donde junto al riachuelo de Araviana don Enrique derrotó a las tropas de don Pedro. A consecuencia de esta derrota corrió por Castilla una oleada de sangre siendo degollados en la prisión por orden de Pedro I sus dos más jóvenes hermanastros, Juan y Pedro, hijos bastardos de Alfonso XI. Gracias a la intervención del papa se hizo la paz y ambos reyes se devolvieron las conquistas efectuadas; mientras, Enrique de Trastámara se volvió a Francia a seguir con su vida de soldado de fortuna.

En julio de 136l, el mismo año en que murió Blanca de Borbón falleció en Sevilla su rival, María de Padilla (24 años), la amante del rey, que ocupaba en la corte el lugar de reina, aunque este amor no le impidió al monarca conseguir a muchas mujeres para lo que acudió a toda clase de argucias. Mostró, sin embargo, gran dolor por la muerte de la única mujer que era algo más que el capricho del momento. Hasta el punto de que en las Cortes de Sevilla de 1362 declaró falsamente que su primera y única esposa había sido ella. Testigos de alcurnia juraron ser cierto y el arzobispo de Toledo dio por buenas las razones del rey, de modo que las Cortes reconocieron por reina a María Padilla y por legítimos a sus hijos; es decir, la señora Padilla reinó después de morir. Singular es el caso de Juana de Castro (14 años), viuda, dama de alto linaje, a la que el rey para conseguirla le ofreció la anulación de su matrimonio con Blanca de Borbón, cosa que consiguió gracias a dos obispos débiles y cobardes que se prestaron a declarar inválido el matrimonio. Las nupcias con Juana de Castro se celebraron solemnemente en Cuéllar, Segovia (1354), pero al día siguiente de la noche de bodas el rey se la dejó y se fue con María Padilla. A la nueva esposa solo le quedó el consuelo de llamarse reina de Castilla. El escándalo llegó hasta el papa Inocencio IV, que procedió severamente contra los dos obispos y contra el rey. La ambición de ser reinas o favoritas, en tiempos de tan baja moral, hizo que otras grandes señoras, incluso casadas, se entregaran al rey.

El rey Pedro intervino en el reino de Granada cuyo rey, Mohamed V, era amigo suyo. Por una conjura el rey musulmán fue destronado por un hermano que a su vez fue depuesto por un primo. Mohamed V y Pedro I devastaron la vega de Granada y derrotaron al usurpador, que se entregó al rey de Castilla que le dio muerte y se quedó con el fabuloso tesoro que le ofreció para liberarse.

Después de la campaña de Granada se reanudó con más violencia la guerra con Aragón (1362) en cuyo bando, junto con Enrique de Trastámara, se unieron contra Castilla: Francia, que deseaba vengar a la reina Blanca, y Navarra que tenía reclamaciones de antaño. En un principio, Pedro I, de gran bravura y grandes cualidades militares, se apoderó de varias ciudades. En 1365 el conde de Trastámara acertó al contratar mercenarios en Francia, eran las “compañías blancas” (5.000 hombres), formadas por fieros aventureros, que mandaba el condestable Bertrand Duguesclin. Con esta fuerza en España Enrique de Trastámara se proclamó rey de Castilla en Calahorra (16 de marzo de 1366), siendo reconocido como tal en varias ciudades. Fue tomando posesión de Castilla y repartiendo mercedes entre los nobles para conseguir su adhesión.

Pedro I salió huyendo y por Portugal llegó a Galicia y en Santiago de Compostela dio muerte al arzobispo y al deán de la catedral. Embarcado con su familia llegó a Inglaterra y pactó la ayuda del príncipe de Gales (llamado el Príncipe Negro por su armadura pavonada) enfrentado a Francia en la Guerra de los Cien Años, de modo que derrotaron a Enrique en la batalla de Nájera. Pedro I, una vez recuperado el reino, sació su sed de sangre en horrendas venganzas. Pero el Príncipe Negro lo abandonó decepcionado por el monstruo que era el rey castellano, además de la renuencia en darle lo prometido. Cuatro meses después el reino estaba repartido entre los hermanastros, el norte seguía a Enrique y el sur a Pedro I, su rey legítimo. La guerra continuó y el pequeño ejército de don Pedro se hizo fuerte en Montiel (Ciudad Real) y ya perdido y sin salvación intentó sobornar a Duguesclin, sin fruto, el cual le tendió una celada en su tienda de campaña. En ella se trabó una lucha cuerpo a cuerpo, en la que Duguesclin, con olvido del código de la caballería, ayudó a Enrique a darle muerte al hermanastro (23 de marzo de 1369). Enrique II (1369 – 1379) subió al trono con los motes de “el de las Mercedes” y “el Fratricida”, instaurándose así la Casa de Trastámara.

Pedro I de Castilla murió a los treinta y cinco años y diecinueve años del más desdichado de los reinados que ha conocido la historia de España. Quizá no le faltaron cualidades que su vesania hizo estériles como se ha visto. Descansa en la cripta de la Capilla Real de la catedral de Sevilla.