La vida cotidiana después del virus


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AMANDO DE MIGUEL

La vida sigue, solo que de otro modo. Es posible que la escasez y carestía de algunos bienes nos lleven otra vez a las cartillas de racionamiento de los años cuarenta del siglo pasado. Pero no hay que desmayar. La economía de la escasez traerá nuevas oportunidades de negocio. Por ejemplo, las empresas dedicadas a proyectar, instalar y mantener todo tipo de mamparas separadoras en los restaurantes y otros locales. Medrará el negocio de facilitar más aparatos para los ejercicios gimnásticos dentro de casa. La cuestión es que nos va a dar cierto repelús el estar junto a los otros en una distancia física muy pegada. Por lo mismo, a los españoles nos va a costar prescindir de las expresiones de afecto (besos, abrazos, palmoteos, etc.), a las que estamos acostumbrados desde el tiempo de los iberos. Pero será necesario tal comportamiento, que ahora nos parece más propio de los “guiris”.

Otra alteración de nuestras costumbres es que va a ser difícil mantener la curiosidad por viajar a tierras lejanas, más que nada para presumir de haber conocido lugares exóticos. Lo peor es que, del mismo modo, se reducirán mucho las corrientes de turistas extranjeros que nos visiten. Imagino que, en compensación, se va a desarrollar mucho la apetencia de viajar dentro de España. La verdad es que hay muchos rincones por recorrer, y no solo las consabidas playas. No serán muy rentable las “residencias secundarias”, que ahora solo se utilizan unos pocos días al año.

De momento, va a ser una tranquilidad el día que nos digan que no hay más contagios del virus chino. Será antes de que aparezca la vacuna consiguiente, que, desde luego, no va a salir de un laboratorio español. Lo malo es que nos dirán que el virus chino ha mutado y la vacuna ya no sirve. En cuyo caso habrá que temer el rebrote de la epidemia para el otoño. La única ventaja es que ya estamos acostumbrados al único remedio: el confinamiento por una temporada. No es un gran invento; es el que se ha practicado toda la vida de Dios, desde que el mundo es mundo.

Nos acostumbraremos a que muchos trabajos y también la enseñanza se desenvuelva vía telemática. Tendrán que mejorar mucho los sistemas de intercambiar las imágenes y el sonido a través de los archiperres informáticos. Los chinos ya estarán preparando el nuevo negocio.

También hemos descubierto la utilidad de las compras “on line” y el reparto a domicilio. Ya existía antes de la epidemia, pero nada como el último desarrollo de tales prácticas. Los mensajeros y repartidores serán legión, el cuerpo laboral que más va a crecer. Algunos supermercados cerrarán sus puertas al público; pasarán a ser grandes superficies de almacenamiento de productos para repartir a domicilio. Puede que pase algo parecido con las grandes tiendas de ropa.

Ahora hemos descubierto que hay que invertir un poco más en hacer el domicilio más cómodo para multitud de tareas. Hay que estar preparados para las eventuales cuarentenas de las posibles epidemias que puedan venir. La del virus chino es solo un aviso. No será la excepción, sino la regla. Una epidemia que afectara a los niños (y niñas, claro) sería un desastre mayúsculo para el que no estamos preparados.

Adiós al orgullo triunfalista de que en España disponemos del sistema sanitario mejor del mundo. Ni siquiera hemos sabido fabricar en un mes los millones de mascarillas y otros artefactos que necesitábamos para prevenir el virus chino. Así que la tecnología española no es lo que creíamos.

Pasada la epidemia (o por lo menos la primera ola), ahora nos enfrentamos a la verdadera plaga, que es la crisis económica. Va a ser la más intensa de nuestra historia. Habrá que recuperar las viejas virtudes de la austeridad y el ahorro.