La guerra de Pirro Sánchez


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SAVONAROLA

Dicen, amados míos, que los más grandes acontecimientos que han cambiado el signo de la Historia, a menudo pasaron inadvertidos por muchos de quienes los vivieron, en tanto que otros sucesos han sido sublimados con frecuencia por egregios postulantes a120 emperador cuando, si acaso, apenas llegan a la talla del corso sólo en cuestión de anatomía.

Este anciano fraile, mis queridos hermanos en Cristo, observa sus pasos puntualmente exhibidos por medio del caballo de Troya que lograron introducir en nuestros hogares.

Del équido de cristal y plástico salen a todas horas hoplitas armados con largas lanzas y cortas espadas de bronce. Ya no guardan ni tan siquiera el decoro de buscar un momento adecuado con maniobras de distracción, pues saben que todos les son propicios una vez devastadas, a base de percutir andanadas de mensajes hueros e inanes, las defensas de sus confiados huéspedes, quemadas las estancias del pensamiento resistente y reducida a su más mínima expresión toda esperanza de voluntad opositora por parte del intelecto yaciente.

Son bachilleres en retorcer el lenguaje hasta ponerlo de su parte, y licenciados en cambiar de sentido los conceptos más preclaros a favor de sus turbias y aviesas intenciones. Confunden ocio con negocio, y bulo con discrepancia para pasar su lechuga entre dos coles y, de esa guisa, poner coto al libre albedrío y al discernir de las gentes disidentes entre el vítor inquebrantable de la muchedumbre hecha uno ¿o huno?

Y en ese desconcertador afán, no dudan en trastocar en batalla lo que, por muy general y global que sea, no deja de ser una enfermedad que sería menos letal si hubieran sabido gestionar mejor los medios que tienen entre sus manos.

Sin embargo, mis más dilectos discípulos, al llamarla guerra, me han recordado lo que ocurrió en Asculo a aquel rey griego de Épiro que, por ser rubio o quizás pelirrojo, es conocido como Pirro, y acudió a la llamada de auxilio de Tarento contra las legiones romanas.

Pirro llegó a la península itálica con 25.000 soldados y algunos elefantes que sembraron el terror en un primer enfrentamiento que tuvo lugar en Heráclea. Ganó el heleno, pero su ejército sufrió ingentes bajas.

Poco tiempo después, las falanges macedonias de Épiro volvieron a batirse con las legiones romanas en Asculum, cerca de la actual Ascoli, a las que derrotaron una vez más, si bien padeció la pérdida de 3.500 de sus hombres, incluidos muchos de sus oficiales.

Este triunfo, a tan alto coste, hizo exclamar al rey la conocida frase de “otra victoria más y estaremos acabados”. Y sabedor de su situación desesperada a causa de tan grandes pérdidas, Pirro ofreció una tregua a Roma que el Senado rechazó, por lo que cogió sus tropas y salió de Italia rumbo a una Sicilia en la que los cartagineses ya se encontraban asediando Siracusa.

Pero esa es otra historia, amigos míos, porque hogaño, Pirro Sánchez lidera un gobierno macedonia –vaya coincidencia- que libra cruenta batalla contra un enemigo llegado desde la península itálica, otra casualidad.

Mas el rubio o pelirrojo líder hispano ha dispuesto sus mesnadas sobre el campo de lucha sin elefante alguno que les auxilie y proteja. Ha enviado a sus soldados a una guerra a cara descubierta, y no es recurso literario ¡qué más quisieran! Por escudos, nada más que aplausos y alguna canción cuyo título me resistiré a revelar.

A esta altura de la contienda, queridísimos hermanos, la victoria se vislumbra en lontananza, aunque no esté aún muy clara la distancia que nos separa.

Cuando llegue el fin de la batalla, volveremos la vista atrás y contemplaremos el campo en que se libró la contienda. Lo veremos húmedo y pesado bajo un manto de niebla. Sobré la tierra empapada, un paisaje de cadáveres captará nuestra atención. Miraremos uno por uno a los ojos de los muertos, con una tristeza infinita y profundo respeto para, después, preguntarnos quiénes de ellos pudieron haberse salvado; cuántos murieron innecesariamente por la ignorancia y la soberbia de aquellos que los enviaron desnudos a una guerra cuando únicamente se trataba de un trabajo.

Y, entonces, no habrá tiempo para treguas ni para esperar otra victoria que nos deje del todo acabados. La vida volverá a desperezarse y los supervivientes no deben olvidar a no ser que quieran volver a repetir lo vivido. Los días y meses perdidos. Vale.