El presidente Kennedy, crónica de su asesinato (y 2)


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ADOLFO PÉREZ

A partir de haber sido elegido senador en 1952, se abría para el joven John Kennedy un brillante porvenir, que redondeó en 1953 casándose con la elegante e inteligente Jacqueline Bouvier. Ya para entonces su mirada estaba puesta en la Casa blanca, en la presidencia de su gran país.

En octubre de 1954 ingresó en el hospital aquejado de un dolor insoportable en la espalda. La vieja dolencia que siempre le persiguió, consecuencia de la herida de guerra y de la lesión deportiva que tuvo en su juventud. Hasta tal punto tenía dolor que usaba muletas. Se sometió a una delicada operación en las vértebras y logró restablecerse. Dejó las muletas y se ajustó un corsé ligero y se calmaba al sentarse en un balancín. En la larga convalecencia escribió un best seller: ‘Profiles in curage’ (Perfiles de coraje), que tuvo un gran éxito, con la venta de 700.000 ejemplares en los tres primeros años, que le valió el premio Pulitzer en 1957. La obra tuvo tantos elogios que un periódico nacional escribió: “Es una espléndida bandera que el senador Kennedy ha izado en su mástil”.

Para las elecciones presidenciales de 1956, en la Convención del Partido Demócrata del mes de julio pretendió ser nominado para vicepresidente con el candidato a la presidencia, Adlai Stevenson, pero no logró la nominación. Eisenhower derrotó por segunda vez a Stevenson. A partir de entonces, Kennedy empezó a preparar la campaña para las elecciones presidenciales de 1960, pues para un gran político el final del camino es la Casa Blanca, y esa era ya su meta. Kennedy no olvidaba que convenía levantar pronto, antes que los posibles competidores, una organización que trabajara para el éxito de la empresa. Y en ese sentido incluyó, como ya había hecho antes, a profesionales de la política, a los que ya le habían seguido desde hacía años. Cuando a finales de 1958 se agotaba su mandato como senador, mitad del camino hacia las elecciones presidenciales de 1960, se presentó para la reelección que obtuvo con un brillante resultado sobre su rival. La victoria fue triunfal, de modo que Kennedy sacó la conclusión de que los votantes de Massachusetts y de toda Nueva Inglaterra le eran adictos. En las elecciones primarias para elegir candidato del Partido Demócrata a la presidencia salió a relucir su condición de católico y la influencia que el Papa pudiera ejercer sobre él y su acción de gobierno, asunto que no eludió y aclaró. Influencia que, como es lógico, no se produjo en su etapa presidencial.

A mediados de julio se celebró en Los Ángeles la Convención del Partido Demócrata. Kennedy fue elegido en la primera votación gracias a sus triunfos en las primarias. Para la candidatura de vicepresidente propuso a Lyndon Baines Johnson, que el día del asesinato de Kennedy se convirtió en presidente efectivo. El Partido Republicano eligió a Richard Nixon para enfrentarse a Kennedy. Entre los temas que acapararon la campaña electoral, la cuestión religiosa fue centro de la polémica, con opiniones muy variadas, pero en general todos celosos de la libertad religiosa. También hubo debate sobre la falta de experiencia de Kennedy en el gobierno, bien como gobernador de un estado, alcalde de una gran ciudad, o miembro del gobierno.

Kennedy condensó su programa en una fórmula llamada la ‘Nueva Frontera’, que definió en la Convención demócrata de Los Ángeles diciendo: “Nos hallamos hoy al borde de una nueva frontera, la frontera de los años sesenta, una frontera de posibilidades desconocidas, y de peligros no conocidos, una frontera de esperanzas y de amenazadas irrealizadas”. Venía a decir que se dejaba atrás una época para entrar en otra más rica, más prometedora. El concepto de frontera es un símil relacionado con los pioneros que avanzaban por las llanuras en la conquista del oeste.

En la campaña electoral sucedió algo inédito hasta entonces, que fueron los cuatro debates en TV entre los candidatos presidenciales: Kennedy y Nixon. Fue una verdadera revolución. Según dijeron los sondeos había ganado Kennedy. La realidad era que ambos candidatos se encaraban mucho en la forma, pero poco en el fondo, lo que no siempre era cierto. Existe una anécdota de cuando le preguntaron a Nikita Kruschev, jefe de la URSS, en que se diferenciaba un presidente americano republicano de un demócrata, él contestó: “Son dos zapatos de un mismo pie.” Y llegó el último acto: el escrutinio del 8 de noviembre. La votación fue de un 62,8 por 100, un índice elevado de votantes para lo que era habitual en los Estados Unidos. Tal vez debido a los debates televisados, a la polémica religiosa y a la imagen joven de ambos candidatos. La victoria fue para Kennedy con el 49,71 por 100 frente al 49,55 por 100 de Nixon; un resultado muy apretado.

Así es que, como es preceptivo, el 20 de enero de 1961 juró su cargo como trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos en el Capitolio de Washington, sede de la soberanía nacional. Kennedy ansiaba ser un presidente fuerte y dinámico, lo que estaba por ver dada su exigua mayoría. El presidente Jefferson tenía dicho que no se pueden edificar grandes decisiones sobre escasas mayorías. A pesar de eso Kennedy puso en marcha su programa de la Nueva Frontera, pues la acción formaba parte de él, algo que a cada instante proponía a sus conciudadanos. En tal sentido dijo en su discurso de toma de posesión su famosa frase: “No os preguntéis, mis queridos compatriotas, lo que vuestro país puede hacer por vosotros. Preguntaos lo que vosotros podéis hacer por vuestro país”. A tal fin se rodeó de un equipo de los mejores y los más inteligentes, liberales implicados con la Nueva Frontera, que tenían clara la intención de luchar contra el comunismo en defensa de las libertades sin reparar en medios. Muy comentados en las revistas y otros medios sus escarceos amorosos con famosas artistas de cine, especialmente con la espectacular Marilyn Monroe.

Como en la campaña electoral había prometido la ayuda a los países subdesarrollados, se dio prisa en hacer efectiva su promesa, de modo que en marzo de 1961 anunció la creación de una Alianza para el Progreso dotada con 20.000 millones de dólares para acudir en ayuda de la América Latina durante los diez años siguientes. La financiación estaría asegurada por los Estados Unidos y países industrializados. En política interior Kennedy encaminó sus esfuerzos en conseguir la integración racial, a tal fin el 19 de junio de 1963 presentó en el Congreso un programa de derechos civiles, destinado a igualar en derechos a todos los ciudadanos de los Estados Unidos.

La política exterior de Kennedy se dirigió a mejorar las relaciones con la URSS; no obstante, apoyó la invasión fracasada de Bahía Cochinos (Cuba) en abril de 1961 por exiliados cubanos. Más tarde, en octubre de 1962, hubo de enfrentarse a la URSS al haber bloqueado la isla de Cuba obligando a los soviéticos a retirar los misiles nucleares instalados en rampas de lanzamiento dirigidos a los Estados Unidos. A pesar de este desencuentro americanos y rusos acordaron en junio de 1963 tener comunicación directa a fin de evitar el riesgo de una guerra nuclear. Pero la luz que iluminaba tan sugestiva Nueva Frontera se apagó en Dallas la trágica mañana de su asesinato.

Como decía en la primera parte de este artículo, el presidente Kennedy estaba muy ilusionado en ser reelegido en noviembre de 1964 para un segundo mandato en la Presidencia de la Nación. Y con esa ilusión emprendió el viaje a Dallas, ciudad que no le era muy propicia, hasta el punto de que la prensa local lo recibió con invectivas aquella mañana, así, el periódico ‘Dallas Morning New’ publicó el artículo de un comité de ‘Ciudadanos preocupados por América’ en el que, entre varias lindezas, acusaban al presidente de que con la ayuda de la CIA había preparado el exterminio de los aliados anticomunistas de América, que había recibido el apoyo del jefe del Partido Comunista de Norteamérica y que dejaba hacer a su hermano Robert, fiscal general del Estado, considerado un comunista encubierto. Así lo trataba una sectaria extrema derecha tejana.

Con esa perspectiva aterrizó el avión presidencial en la ciudad de Dallas aquella mañana soleada y cálida. John Kennedy y su esposa subieron a la parte trasera del coche descubierto, el presidente a la derecha y su mujer a la izquierda; y frente a ellos el gobernador de Texas, John Connally, y su esposa, Nellie; detrás, en su coche, se situó el vicepresidente Lyndon Johnson. Un poco antes de la doce la comitiva se dirigió con marcha lenta a la ciudad y cuando esperaban encontrarse con calles vacías o abucheos, la sorpresa fue que los espectadores eran numerosos, si bien no todos eran partidarios la mayoría recibió a la pareja presidencial con entusiasmo. A las doce y media entró la comitiva en Elm Street (calle Elm) donde estaba situado el School Book Depository, edificio para almacenar libros escolares. Cuando el vehículo presidencial dejó atrás, a su derecha, dicho edificio, de él, a las 12:34 horas, partieron los disparos que sonaron; John Kennedy, muy herido, se derrumbó sobre las rodillas de su mujer; de inmediato, a toda prisa, el coche del presidente se dirigió al Parkland Hospital. El gobernador Connally también resultó herido, pero no murió. Jacqueline intentó salir del vehículo trepando por el maletero pero un agente del Servicio Secreto se lo impidió. La escolta del vicepresidente Johnson lo protegió abatiéndolo en el suelo. En el hospital nada se pudo hacer por el presidente Kennedy, herido en el cuello y destrozado el cerebro; sobre la una de la tarde declararon su muerte. De inmediato, a las 14:40 horas, el vicepresidente Lyndon B. Johnson juró el cargo en el avión presidencial y se convirtió en el trigésimo sexto presidente de los Estados Unidos.

La policía se lanzó hacia al edificio de donde habían partido los disparos; ya dentro se encontraron con un individuo que salía, al que no detuvieron y lo dejaron marchar. En la quinta planta encontraron tres casquillos de bala y un fusil con mira telescópica. Enseguida comprobaron que de los quince empleados faltaba Lee Harvey Oswald, al que habían dejado salir. Con la descripción física que ya tenía la policía sobre el individuo alertaron por radio a todas las patrullas. Un policía que prestaba servicio en una calle le pareció que podía ser el individuo buscado, se le acercó y le habló para identificarlo, entonces Oswald le disparó con un revolver y mató al agente. Uno de los testigos que vieron la escena avisó a la policía y otro siguió al asesino hasta verlo entrar en un cine; el perseguidor pidió a la taquillera que le dejara el teléfono y avisó a la policía, que en gran número se presentó, rodeó el cine, se iluminó la sala, y tras un leve forcejeo Lee Harvey Oswald, el asesino de Kennedy y el policía, fue detenido. Había pasado hora y media del trágico suceso.

Dos días después, el domingo 24, la policía, a fin de protegerlo, decidió trasladar al detenido a la cárcel del condado. Hubo un intento de engañar a la prensa, pero fracasó. Sin poder evitar el descontrol sacaron a Oswald, que al salir del ascensor las cámaras empezaron a funcionar. En medio del bullicio y el desorden, un individuo, con revolver en mano, se acercó a Oswald y le disparó a bocajarro, era Jack Ruby, que así evitó que se supiera todo lo que podía aportar Oswald.

John Kennedy era el cuarto presidente de los Estados Unidos asesinado en el ejercicio de su cargo. El asesinato conmocionó al país, al que provocó una gran tristeza la muerte de quien comenzaba a convertirse, ya en vida, en un verdadero mito. El presidente Johnson percibió que era necesario aclarar el suceso para darle respuesta a una Nación afligida, turbada e indignada que quería saberlo todo, así lo escribió en sus memorias, de modo que decretó que se constituyera una comisión independiente que investigara todo lo referente al magnicidio, de modo que siete días después, el 29 de noviembre, se constituyó la Comisión Warren presidida por Earl Warren, presidente de la Corte Suprema. Un año después, en 1964, la Comisión archivó el caso siendo sus conclusiones más esenciales que el asesino fue Lee Harvey Oswald, que mató al presidente de tres disparos en una actuación aislada. A pesar del dictamen de la Comisión no se ha parado de especular sobre las causas del magnicidio: si Oswald actuó por su cuenta o si fue una conspiración.

¿Quiénes eran Lee Harvey Oswald y Jack Ruby? Oswald nació en Nueva Orleans en 1939. Tuvo una infancia desgraciada: su padre murió pronto. Su madre se casó de nuevo y se divorció. Su instrucción no era buena. La Comisión apuntó que su vida estuvo marcada por el aislamiento, la frustración y el fracaso. Con diecisiete años se enroló en lo marines, donde se convirtió en un buen tirador. Le gustaba leer obras marxistas, incluso aprendió ruso. A sus camaradas les exponía sus ideas revolucionarias y su admiración por la Unión Soviética, que visitó una vez licenciado en 1959. Hasta pretendió renunciar a su nacionalidad estadounidense. Tuvo un intento de suicidio. Se casó con Marina Prusakova y tuvieron una hija. Abandonaron la URSS y se instalaron en Texas donde se separaron. Se fue a Nueva Orleans en busca de trabajo, pero al final recaló en Dallas.

Jack Ruby, nacido en Chicago en 1911. Era un empresario de segunda fila del hampa que nada tuvo que ver con Oswald al que no conocía. Según la Comisión estaba trastornado por la muerte de Kennedy, pensando en el inmenso dolor de Jacqueline y la pequeña Caroline, por eso ardía en deseos de venganza. Fue condenado a muerte, pero su abogado consiguió un nuevo juicio acusado de homicidio no premeditado. Murió en 1967 a causa de un cáncer de pulmón.