La Segunda República Española, 1931-1939


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ADOLFO PÉREZ

De gran calado eran los factores que sacudían la vida nacional de España en el primer tercio del siglo XX, los cuales dieron a lugar a que en el año 1931 se implantara la Segunda República cuyos prolegómenos hay que buscarlos en el reinado de Alfonso XIII (1886 – 1931), que el 17 de mayo de 1902 juró la Constitución. Un joven rey de dieciséis años cargado de ilusiones, que la realidad pronto frustró a pesar de sus esfuerzos, pues enseguida se dejaron ver los partidos antidinásticos (republicanos y carlistas) y las frecuentes crisis de Gobierno, tumultos, huelgas y sabotajes donde fueron inútiles los esfuerzos de presidentes del Gobierno como Antonio Maura, José Canalejas y Eduardo Dato. Durante el reinado de Alfonso XIII los anarquistas mataron a tres presidentes del Gobierno: Antonio Cánovas del Castillo en 1897, José Canalejas en 1912 y Eduardo Dato en 1921.

Tal estado de cosas dio lugar a que el general Miguel Primo de Rivera, prestigioso militar de las campañas de Marruecos, Cuba y Filipinas, diera un golpe de Estado el 13 de septiembre de 1923 y estableciera una dictadura que duró algo más de seis años, cuya pretensión era reconducir la deteriorada situación y acabar con la guerra de Marruecos, que se saldó con el triunfo español. Pero no pudo resolver la grave crisis económica de 1929 que azotó a España produciendo un altísimo paro y un grave déficit económico en el Estado. La dictadura contó, en principio, con el respaldo del rey, que olvidó que rompía las amarras con la Constitución. Por eso cuando la dictadura de Primo de Rivera sucumbió el 28 de enero de 1930, el trono de Alfonso XIII se vio seriamente amenazado a pesar de haber intentado restablecer el orden constitucional, pero ya no fue posible. Primo de Rivera dimitió y se exilió en París donde murió mes y medio después.

A Primo de Rivera le sucedió el general Dámaso Berenguel Fusté con la orden del rey de volver a la Constitución, pero ya era tarde pues estaba en marcha el movimiento republicano del que formaban parte intelectuales de enorme autoridad como eran José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, cuya posición republicana dañaba a la monarquía aunque el rey contaba con grandes recursos, entre ellos gran parte del ejército, pero los monárquicos estaban desmoralizados y otros eran tibios o indiferentes. El general Berenguel duró en el cargo hasta febrero de 1931 siendo sustituido por el almirante Juan Bautista Aznar Cabañas, que ante la aguda crisis y con el fin de volver a la legalidad constitucional, convocó unas elecciones locales para el 12 de abril de 1931, cuyo resultado fue desfavorable para la monarquía en las principales ciudades. Ante la dramática situación el rey se opuso a las soluciones propuestas para evitar una guerra civil. En la mañana del 14 de abril estuvo en El Escorial para rezarle a su madre; después, ante el ultimátum de Niceto Alcalá-Zamora exigiéndole salir de Madrid antes de la puesta del sol, aquella tarde se marchó de la capital de España y en la madrugada del 15 de abril del 31 llegó a Cartagena, en donde embarcó para Marsella. Mientras, la reina Victoria Eugenia con el príncipe de Asturias y los infantes se refugiaron en una habitación del palacio hasta irse a la estación de El Escorial a fin de coger un tren con destino a Francia, acompañados por el general Sanjurjo, a la sazón director general de la Guardia Civil.

Esa misma tarde, cuando aún estaba Alfonso XIII en palacio, se constituyó en casa de Niceto Alcalá-Zamora el Gobierno provisional de la Segunda República, siendo nombrado presidente provisional del mismo el propio Alcalá-Zamora. Asimismo, los empleados de Correos y Telégrafos izaron en el palacio de Comunicaciones la bandera republicana (roja, amarilla y morada). El entusiasmo de la multitud por su triunfo era inmenso. La República se había establecido sin derramamiento de sangre. Miguel Maura, hijo de Antonio Maura, actor principal en aquellos días, confesó en sus memorias la sorpresa que les causó la rendición, sin lucha, de la monarquía.

El Gobierno provisional lo constituyeron socialistas, radicales – socialistas y regionalistas, con la difícil tarea, siendo tan distintos unos de otros, de gobernar una nación inmersa en graves problemas . De inmediato se convocaron elecciones generales para el 28 de junio. Durante seis meses el Gobierno provisional desarrolló el programa político previsto, programa que comprendía elaborar la Constitución, la reforma agraria, la política militar y religiosa y el estatuto de Cataluña, aunque la tarea legislativa se desarrolló dentro de un ambiente de radicalización. Pero ni el empeño en el equilibrio de fuerzas en el Gobierno ni la ausencia de violencia evitaron la aparición del extremismo en el separatismo catalán y vasco, así como en la agitación anticlerical y la ruptura de los anarcosindicalistas con el régimen, que tanta tensión provocó en los dos primeros años. Antes de un mes, el 10 de mayo, se hundieron muchos mitos ante la cruda realidad. Con el pretexto de una conspiración monárquica que no existía los extremistas invadieron la calle. Al día siguiente, el 11, grupos de anarquistas incendiaron impunemente iglesias y conventos sin que, en la mayoría de los casos, lo impidiera la fuerza pública. Los incendios siguieron en la capital y provincias. Ardieron monumentos e importantes obras de arte. En ese ambiente de tensión tuvieron lugar las elecciones generales con el triunfo abrumador de las izquierdas y derrota aplastante de las derechas en la que destacó José Mª Gil Robles, quien hizo saber que, para ellos, aún había esperanza.

La tarea principal de las nuevas Cortes fue la elaboración de la Constitución. Cuestión de gran tensión la motivaron los artículos 25 y 26 referidos a la cuestión religiosa que pusieron al rojo vivo el sectarismo de la mayoría, cuestión que provocó la dimisión del presidente Niceto Alcalá-Zamora, herido en su conciencia católica. Esta dimisión supuso el ascenso del vencedor de la jornada, Manuel Azaña Díaz, cuya intervención en la política desde entonces fue definitiva. Hombre de un alto nivel intelectual, buen escritor, un señor por su educación, su cultura y por sus gustos. Aunque muy controvertido, seguramente fue el político de más valía de su tiempo, por encima de la clase política de entonces a la que en gran parte desdeñaba por mediocre, según se deduce en su diario en el que escribe lo que pensaba de unos y otros, incluso de los políticos que tenía con él. Era buen orador y manejaba muy bien las masas en sus mítines.

El 2 de diciembre de 1931 fue elegido Niceto Alcalá-Zamora presidente efectivo de la República y a los pocos días, el 9, se votó la Constitución republicana, así como la ley para su defensa. Se establecía que el presidente no podría ser ni militar ni eclesiástico ni miembro de la realeza destronada. Se hizo cargo Manuel Azaña de la presidencia del Consejo de Ministros, que duró hasta septiembre de 1933, fue el llamado bienio social – azañista, con una situación social muy preocupante debido a las continuas huelgas promovidas por los anarquistas. Tal estado de cosas dio lugar a una conjura militar, cuyo estallido el 10 de agosto de 1932, centrado en Madrid, fue sofocado en pocas horas. Mayor importancia tuvo el alzamiento en Sevilla del general Sanjurjo, que se proclamó capitán general, el cual enseguida fue apresado y condenado a muerte, pero indultado, fue recluido en el penal de El Dueso (Santoña, Cantabria). En 1934 fue amnistiado y marchó al exilio en Portugal, hasta que en julio de 1936 falleció en accidente de aviación al incorporarse al alzamiento nacional. El resto de complicados en el golpe fueron deportados a las tierras ardientes de Río de Oro. Gracias al diario de Azaña se conocen los detalles de la “sanjurjada”, como popularmente es conocido este motín.

Tormentoso fue el trámite parlamentario del Estatuto de Cataluña, que exasperaba en Madrid y en el resto de la Nación, que por fin fue aprobado el 10 de septiembre de 1932 con mucho menor rango que el actual. La Ley de Reforma Agraria aprobada produjo un general descontento. Fue una prueba de fuego que no logró superar la República, ni por parte de la izquierda, ni por la derecha. Buena culpa del fracaso de la Ley la tuvo el bienio de izquierdas del Gobierno de Azaña (1933 – 1934), que la usó para demoler la vieja aristocracia terrateniente a la que se le incautaban sus fincas sin ninguna indemnización. Sin embargo, la realidad fue que la ley no se llevó nunca a efecto.

Azaña llevó a cabo una importante labor depuradora en el ejército, cuyo cuadro de oficiales era desproporcionado y para disminuirlo se admitió el retiro con la paga íntegra a todos aquellos oficiales que no quisieran prestar juramento de fidelidad a la República. De esta forma Azaña pensaba que se atraía para la causa republicana a los que quedaban, pero esta política militar causó un gran descontento entre los mandos del ejército.

El descontento general aumentaba agravado por la política del Gobierno respecto al problema religioso. El anticlericalismo, indebidamente incluido en la Constitución, se mostró en la secularización de la enseñanza. Azaña proclamó que España había dejado de ser católica. Como sucedió con el rey Carlos III, los jesuitas fueron expulsados y sus bienes incautados. Todas estas medidas ocasionaron gran descontento, dando lugar a la unión de católicos, monárquicos y, en general, el estamento de conservadores. Asimismo, se puso en marcha una avanzada legislación que en muchos casos fue contraproducente. La institución familiar se vio atacada de frente con la Ley del Divorcio, capaz por sí sola de sublevar la conciencia moral del país.

Mal asunto para el Gobierno de Azaña fue la masacre de Casas Viejas (Cádiz) en enero de 1933, uno de los sucesos más trágicos de la República. El 10 de enero se iniciaron disturbios en la provincia de Cádiz promovidos por el sindicato anarquista CNT. Al día siguiente un grupo de anarquistas atacó al cuartel de la Guardia Civil de Casas Viejas hiriendo a dos agentes. Enseguida llegó al pueblo un grupo de guardias civiles que liberaron el cuartel, tomaron el pueblo y prendieron fuego a la casucha en la que murieron Seisdedos y otros anarquistas refugiados en ella. Al día siguiente fueron ejecutaron varios campesinos, con un balance de 23 muertos. Tal suceso produjo una crisis política que costó la dimisión al Gobierno de Azaña.

El descontento existente entre las derechas de distinto signo y el fracaso de Sanjurjo dieron lugar a que se unieran los distintos grupos de la derecha, unidos por su catolicismo, los cuales fundaron el 4 de marzo de 1933 la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), cuyo líder fue José Mª Gil Robles. La confederación consiguió ganar las elecciones generales de 19 de noviembre de 1933 con 115 diputados, pero necesitó coaligarse con el partido Radical de Alejandro Lerroux para poder formar Gobierno, fue el llamado bienio ‘Radical – cedista’, que a los pocos meses, octubre de 1934, hubo de hacer frente a la revolución de Asturias promovida por los anarquistas. El Gobierno envió a la Legión, traída ex profeso de África, que acabó con la revuelta, cuyos mandos siguieron las directrices del general Franco. Del triunfo el Gobierno salió fortalecido, pero la división entre ellos y las luchas intestinas dieron al traste con la coalición.

En las elecciones generales de 16 de febrero de 1936 la CEDA fue el partido más votado, pero el triunfo fue para el Frente Popular (coalición de izquierdas) con cuyo Gobierno se instaló la anarquía en la Nación, que dio lugar a un ambiente irrespirable en el que la vida de las personas carecía de valor. El 14 de marzo siguiente el Gobierno declaró ilegal la Falange y encarceló a su fundador, José Antonio Primo de Rivera, que fue fusilado el 20 de noviembre siguiente sin que Francisco Largo Caballero, jefe del Gobierno, accediera a conmutarle la pena. Ante la anarquía nacional que se vivía, los altos mandos del ejército apelaron al Gobierno para que restableciera el orden. Sin embargo, la respuesta del Ejecutivo fue dispersarlos, enviando al general Franco a Canarias. El 7 de abril las Cortes, amparándose en una dudosa legalidad, destituyeron a Alcalá-Zamora en la presidencia de la República, cargo para el que se eligió el 10 de mayo a Manuel Azaña, que lo ocupó hasta 1939. Para echarle más leña al fuego fue asesinado el líder de la oposición, José Calvo Sotelo, que en la madrugada del 13 de julio fue sacado de su domicilio por guardias de Asalto para matarlo. Cinco días después, el 18 de julio de 1936 (en África el 17), se levantó buena parte del ejército, dando comienzo los tres años de guerra civil que acabó con la República.