Fernando VII de España, el rey felón


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ADOLFO PÉREZ

En 1814, finalizada victoriosamente la guerra de la Independencia, empezaron a reinar en España Fernando VII y el terror, así lo escribe el historiador Juan Balansó. Si comenzó su reinado con el apelativo del ‘Deseado’, que desde su cautiverio en Valençay (Francia) hasta Madrid fue una verdadera marcha triunfal, delirio del pueblo, terminó el reinado siendo el ‘rey Felón’. Sin duda, desde los Reyes Católicos a la fecha no hay otro monarca de más triste recuerdo que Fernando VII.

Hijo y sucesor de Carlos IV y de María Luisa de Parma, nació el 14 de octubre de 1784. Dice la Historia de España del marqués de Lozoya que la juventud de Fernando VII transcurrió muy enfermiza, lo que causó un gran retraso en su formación. Era inteligente, pero esa cualidad se manifestó muy tardíamente, cuando se liberó de su timidez y se encontró en una situación bastante firme para alejar un poco la cobardía que había manifestado desde su niñez y que le hizo ser durante su vida falso y desleal. Su primer preceptor le inculcó su amor por la cultura, una de sus pocas virtudes. Godoy y su madre influyeron bastante en aquella mente juvenil.

En 1802, con dieciocho años, casaron al príncipe con María Antonia de Nápoles, de 17 años, que en sus cartas mostraba una gran decepción por su fealdad. Cuenta el historiador Juan Balansó que el príncipe de Asturias, don Fernando, a su edad era la primera vez que lo metieron en la cama con una mujer: su propia esposa. El caso es que pasaba el tiempo y no cumplía con sus deberes conyugales, hasta que su padre, Carlos IV, le dio unos consejos al respecto y fue cuando empezó a consumar el matrimonio con su joven cónyuge, aunque no tuvieron hijos. La madre de María Antonia escribía que su hija no era feliz, con ‘un marido tonto, ocioso, taimado …’ La princesa, que era muy inteligente, le ayudó mucho al darse cuenta de que su esposo tenía una mente clara y un afán de cultura.

Bien sabido es que la Revolución francesa (1789) desembocó en el imperio napoleónico, de modo que al rey Carlos IV le tocó reinar a la par de ella (la Revolución) primero, y después con el gobierno de Napoleón. Dada la difícil situación, Carlos IV, por consejo de su esposa, la reina María Luisa, nombró primer ministro a Manuel Godoy, un joven oficial de la guardia de Corps, favorito de la reina que lo encumbró a la cima del poder. Siempre se ha dicho que Godoy era amante de la reina, el cual hacía y deshacía en los asuntos de Estado, de modo que firmó con Napoleón el tratado de Fontainebleau (27.10.1807), mediante el que acordaron repartirse Portugal. El tratado estipulaba la invasión conjunta franco – española del reino luso y se permitía el paso de tropas francesas por nuestro territorio. Pero el plan de Napoleón era apoderarse de la península.

La alianza con Napoleón fue desastrosa para España. En la batalla de Trafalgar contra los ingleses perdimos el dominio naval. El pueblo achacaba los males de tal política el pueblo al gobierno, que no había podido obrar de otra manera, siendo el pagano Manuel Godoy, odiado por todas las clases sociales azuzadas por el príncipe Fernando, su enemigo implacable, de forma que el valido fue la figura más odiada de la historia de España, dada su petulancia y el acopio de honores y riquezas, Para hacer frente al odiado Godoy y a los propios reyes se creó el partido fernandino. En aquellos años (1805 – 1808) el príncipe Fernando era un joven frívolo y egoísta, al que la cobardía hizo desleal y felón, pero el alma de la resistencia fue la princesa de Asturias, María Antonia de Nápoles, temible enemiga del trío: Carlos IV, la reina María Luisa y Godoy, de modo que las relaciones entre suegra y nuera eran pésimas. Su esposo, enamorado de ella, se dejó gobernar, pero la débil princesa, agotada por varios abortos, murió tuberculosa con 21 años (21.05.1806).

El príncipe de Asturias quería asegurarse la sucesión a la corona y acabar con Godoy para lo que el partido fernandino organizó una conjura (1807) que fue descubierta, el príncipe Fernando fue recluido y juzgado en el ‘proceso de El Escorial’, pero pidió perdón a sus padres y fue perdonado, mientras que él delató a sus cómplices que fueron absueltos. Esta es la primera acción que la Historia no le perdona a Fernando VII. Pero ya ni los reyes, ni el príncipe, ni Godoy podían alterar la marcha de los sucesos, pues las tropas francesas continuaron penetrando en España (unos cien mil soldados), de modo que Napoleón quedó como dueño absoluto de la península, aunque al principio la población acarició la esperanza de que el emperador lo librara del odiado Godoy. Pero al enterarse los españoles de las ideas del emperador comenzaron las hostilidades. La noticia de que los reyes se fueran a América como pensó Godoy, junto con su impopularidad y su mala política originaron un motín popular apoyado por el príncipe Fernando. Fue el llamado ‘Motín de Aranjuez’, ocurrido entre el 17 y 18 de marzo de 1808, ciudad en la que estaba la Corte. El motín ocasionó que el día 19 Carlos IV abdicara en su hijo Fernando VII adorado por la masa popular. Ambos reyes buscaron el apoyo de Bonaparte, que ya tenía otro plan para el trono español.

Deseoso de ejecutar su plan el emperador llamó a Fernando VII para que acudiera a Bayona (Francia) a fin de entrevistarse con él, cosa que no convencía al rey, pero con engaños y veladas amenazas lograron que el incauto Fernando accediera, de modo que se presentó en la citada localidad francesa (20.04.1808). Aquella misma tarde Napoleón le dijo que había resuelto destronarle, compensándolo con la corona de Etruria, cosa que rechazó el rey español. (Etruria era un reino satélite del centro de Italia.) Días después llegaron sus padres, y Napoleón manifestó a Fernando que el único rey legítimo era Carlos IV a quien debía devolverle la corona. Fernando VII estuvo dispuesto a abdicar en Madrid ante las Cortes, lo que no se le permitió. Pero como en Madrid aún quedaban infantes, Napoleón envió un mensaje a Joaquín Murat, jefe del ejército de ocupación, ordenándole que se los enviara a Bayona. Sin embargo, el pueblo madrileño, pendiente de lo que sucedía con la familia real, al ver que los franceses se llevaban a los infantes se levantó con sus armas Era el 2 de mayo de 1808, cuya revuelta fue aplastada, con la muerte en masa de mucha gente y bastantes ejecuciones en días posteriores. Así comenzó la guerra de la Independencia. Al respecto el genio de Goya pintó: ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’, una de las grandes obras europeas del siglo XIX.

Pero cuando los españoles creían que Fernando VII se estaba resistiendo al emperador, la realidad era que estaba plegado a su voluntad. Los sucesos de Madrid aceleraron los hechos, el emperador y los reyes padres amedrentaron a Fernando VII, que devolvió la corona a su padre el 6 de mayo, quien, a su vez, la cedió a Napoleón. Carlos IV, su esposa y Manuel Godoy salieron para Fontainebleau y Fernando VII para Valençay donde permaneció confinado los seis años que duró la guerra de la Independencia (1808 -1814) con la derrota de los franceses. De esta forma la corona de España quedó en manos de Napoleón, que fue ceñida por su hermano José, cuyo reinado se prolongó cinco años y medio (1808 – 1813). Se sabe que Fernando VII, cuando estaba recluido en Valençay llegó a humillarse tanto a Napoleón que le pidió ser hijo adoptivo suyo. Derrotado Napoleón y huido su hermano José, el emperador firmó un tratado con Fernando VII reconociéndolo como legítimo rey de España. Su viaje a Madrid fue una marcha triunfal. La carroza real avanzaba rodeada de una masa compacta de entusiastas. Comenzaba así el funesto reinado de Fernando VII el Deseado (1814 – 1833), que si en un principio el pueblo, enfervorizado, lo aclamaba, después ha pasado a la historia como ‘el rey Felón’ por su deslealtad.

Ante la política claudicante de la Junta de Regencia creada por Fernando VII mientras acudía a la cita con Napoleón, surgieron las juntas provinciales que dieron lugar a la Junta Central Suprema, integrada por representantes provinciales, siendo invitados delegados americanos. La Junta dictó algunas disposiciones y decidió entregar el poder supremo a una Regencia, que forzada a convocar las Cortes se constituyó en asamblea de los representantes del país, primero en la isla de León y después en Cádiz, proclamaron el principio de la soberanía nacional, cuya labor fue la redacción de la Constitución de 1812, jurada el 19 de marzo de ese año. La norma suprema consagraba la soberanía nacional en el marco de una monarquía constitucional, establecía la separación de poderes y las libertades públicas, además de otros principios liberales básicos.

Liberado Fernando VII en virtud del tratado de Valençay firmado con Napoleón (11.12.1813), la Regencia de España le manifestó que para ser reconocido rey debía prestar juramento a la Constitución. Cuando regresó a España en marzo de 1814 cambió de itinerario para no pasar por Zaragoza a fin de evitar el juramento a la Constitución, de modo que marchó por Valencia donde el 4 de mayo firmo un decreto derogando la ley suprema y demás leyes de las Cortes. A partir de entonces se restableció el régimen absoluto y se inició una política de represión que duró hasta 1820. Un gran desacierto del taimado monarca y de la camarilla o tertulia íntima que le rodeaba.

La política internacional estaba regida por la desorientación, en manos de inexpertos. España se hallaba unida a Inglaterra por un tratado de alianza de 1814 en que se estipulaba que España no se uniría a la Francia de los Borbones (Luis XVIII), mientras que Inglaterra se mantendría neutral en la lucha que España sostenía con las colonias rebeldes de América. En el Congreso de Viena, que liquidó las guerras napoleónicas, España no obtuvo ningún provecho después del importante papel desempeñado en la caída del imperio napoleónico.

Fue en el primer tercio del siglo XIX, durante el reinado de Fernando VII, cuando se produjo la independencia de la América española, capítulo importante de la historia universal. Las causas de la insurrección son varias y complejas. En principio destaca la madurez alcanzada por aquella sociedad después de tres siglos de trasvase cultural, así como su desarrollo económico junto con el descontento de la burguesía criolla, culta y rica, que se estimaba postergada y oprimida por los españoles residentes. Los criollos (americanos de origen español) fueron los artífices de la rebeldía, muchos de ellos viajaron a la península y a otros países de Europa donde asimilaron las ideas de la Ilustración, que se propagaron por el Nuevo Mundo. Factor esencial para la rebelión y emancipación fue la crisis política en España, fruto de la guerra de la Independencia y la ausencia del rey Fernando VII, más la posterior pugna entre liberales y absolutistas.

La oposición liberal crecía gracias a los afrancesados y a las sectas secretas. Había logias masónicas en diversas ciudades españolas. En Sevilla y Cádiz dificultaron el envío de tropas al Nuevo Mundo a cambio del dinero criollo. Cuando un contingente de tropas se disponía a embarcar para América, el comandante Rafael Riego proclamó la Constitución de 1812 en Cabezas de San Juan, Sevilla (01.01.1820). Al extenderse a otras ciudades el anuncio hizo que el rey jurara la Constitución (09.03.1920). Y comenzó el ‘Trienio liberal’ (1820 – 1823), con las pasiones políticas muy excitadas. Se llegó al punto de ahorcar en Valencia a un general absolutista. La alegría liberal se manifestaba a diario en la oratoria y en himnos patrióticos como el de ‘Riego’ y el ‘Trágala’.

Pero en el otoño de 1822 se reunieron las potencias de la Santa Alianza. El principal motivo era la situación en España, razón por la que acordaron intervenir y que lo hiciera Francia, de modo que Luis XVIII envió a España un contingente de tropas, eran ‘Los cien mil hijos de San Luis’, al mando del duque de Angulema, los cuales entraron con facilidad en Madrid. El rey fue incapacitado por negarse a condenar la invasión, pero el duque de Angulema lo liberó (01.10.1823) y se inició el periodo absolutista, o sea, ‘La década ominosa’. A partir de entonces se desarrolló una política represiva que alcanzó también a los absolutistas puros, conocidos como los apostólicos, partidarios de su caudillo, el infante don Carlos, hermano del rey. Tan sombrío panorama en la vida nacional dio lugar a que el genial pintor Goya optara por irse a vivir a Burdeos (1824) donde años más tarde falleció (1828).

Fallecida su primera esposa sin tener hijos, el monarca se casó en segundas nupcias, la elegida fue su sobrina María Isabel de Braganza, de diecinueve años, hija de su hermana mayor y del rey de Portugal. Según el vulgo era: ‘Fea, pobre y portuguesa, ¡chúpate esa!’. Dos años después, en 1818, falleció la reina a causa de una cesárea sin dejar sucesor. Ella fue la que inspiró a Fernando VII en la fundación del museo del Prado, inaugurado en 1819. Apenas enterrada la reina el monarca se buscó una tercera esposa. Enseguida se pensó en la princesa alemana María Josefa Amalia de Sajonia, de quince años, cuya fertilidad familiar estaba acreditada. Resultó ser una ignorante respecto al sexo, frígida, ñoña y triste. El matrimonio no tuvo hijos y duró diez años, de 1819 a 1829, pues la reina, murió de unas calenturas sin haberle perdido el miedo al contacto sexual con su marido.

Antes de los siete meses el rey contrajo un cuarto matrimonio, esta vez con María Cristina de Borbón, sobrina suya, hija de su hermana María Isabel y de Francisco I de las Dos Sicilias. Era guapa, sonriente y esposa modelo. La boda indignó a los carlistas que veían en peligro la sucesión a favor de don Carlos María Isidro, hermano del rey. Cuando el rey vio que la reina le daría sucesión, promulgó la Pragmática Sanción que restablecía la ley de Partidas a fin de que pudieran reinar las mujeres que estaban excluidas por la ley Sálica de Felipe V. Al fin la reina dio a luz a la niña María Isabel, futura Isabel II (10.10.1830), y el 30 de enero de 1832 nació la infanta María Luisa Fernanda.

Meses después, septiembre, estando la corte en La Granja, un ataque de gota puso en grave peligro la vida del rey, de modo que la reina María Cristina, presionada por el ministro carlista Calomarde se resignó en bien de España a que su esposo derogara la Pragmática Sanción, que beneficiaba al infante don Carlos. Pero enterada del hecho la hermana de la reina, Luisa Carlota, se presentó en palacio, increpó a la reina y le arrancó de las manos el codicilo al ministro Calomarde y lo destruyó, a la vez que le dio una bofetada, a lo que Calomarde le contestó diciéndole: ‘Manos blancas no ofenden, señora’. No obstante, contra todo pronóstico, el monarca se curó, derogó el decreto y restableció la Pragmática Sanción. Hizo jurar heredera a su hija Isabel a pesar de la protesta de su hermano don Carlos. El 29 de septiembre de 1833 murió Fernando VII de una apoplejía, dejando planteada una guerra civil que duró años, fueron las guerras carlistas. Le sucedió su hija, la reina Isabel II, que durante su minoría de edad su madre fue la reina regente.