El lenguaje público en tiempos de epidemia


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AMANDO DE MIGUEL

Ha surgido un nuevo género literario en estos atribulados tiempos de la pandemia: las homilías de prensa (sin periodistas) a través de la tele y la radio por parte del presidente del Gobierno y de algunos acólitos. Equivalen, como caricatura, a las “charlas junto a la chimenea” de Franklin D. Roosevelt con la crisis de los años 30. La versión española supone un notable enriquecimiento de las florituras del lenguaje público. Se acuñan nuevas expresiones que dejan obsoletas las antiguas. Por ejemplo, toda la vida de Dios se han dicho “lazaretos” a los hospitales más o menos improvisados para atender a los enfermos contagiosos. Ahora se han elevado a la dignidad de “hoteles medicalizados”. Pueden ser también pabellones deportivos o de exposiciones convertidos en lazaretos con paneles. Lo grave es que los hospitales de toda la vida se cierran ahora a las demandas de los pacientes con otras dolencias que no son la del maldito virus de China.

La retórica de las homilías de prensa del presidente del Gobierno acoge algunas innovaciones. Por ejemplo, tutearnos o asimilar ciertas expresiones anglicanas, como “permitidme que os diga” (let me tell you). Téngase en cuenta que en inglés el hecho de dirigirse al otro implica ya una presunta agresión. De ahí que en las películas haya que traducir esta frase idiota: “¿puedo hacerle una pregunta?”. Por eso también ese recurso del “déjame que te diga” con que se inicia una conversación. Lo más divertido de ese nuevo género de las homilías de la Moncloa, entre literario y dramatúrgico, es que las preguntas de los periodistas las hace un alto funcionario, quien naturalmente las filtra y adereza. Da la impresión de que el político que ha de contestarlas sabe perfectamente lo que le van a preguntar. Más que una respuesta, lo que se emite es una disertación.

Pero lo castizo español es el lenguaje rotundo, aunque ahora se dice “contundente”, un adjetivo que tiene muy buena prensa. Por ejemplo, el presidente del Gobierno y sus edecanes recurren con frecuencia al “absolutamente”, al “total y absoluto”, al “todos y cada uno”, al “única y exclusivamente”. Destaca también el gusto por los circunloquios. Por ejemplo, “el conjunto de los ciudadanos y ciudadanas” (los españoles). Se apela mucho ahora a este “ámbito” o al otro y a “los distintos ámbitos”. Queda muy bien decir “en un momento determinado”, como si pudiera haber momentos que no son determinados. Es sabido el gusto por el “muy importante”, sin saber muy bien a quién le importa.

Menudean algunos galicismos como “a día de hoy” (hoy). La cosa es alargar la frase todo lo que se pueda. Las homilías de fin de semana deben dejar exhaustos a los oyentes. Por cierto, en el lenguaje público ha desaparecido el verbo “oír”. Se prefiere siempre “escuchar”, pero son acciones algo distintas. No es lo mismo disponerse a oír que recibir algo por los oídos. Es algo parecido a la diferencia entre “buscar” y “encontrar” o “mirar” y “ver”.

Me hace mucha gracia lo del “día después”, que tanto se prodiga ahora. Supongo que se quiere decir “el día siguiente” o el “fin”, por ejemplo, de la situación de epidemia.

El presidente del Gobierno (Dios le bendiga) ha descubierto o importado un nuevo término: la “empatía social”. Supongo que es algo así como la caridad de toda la vida. Contagiado por el cientificismo de sus expertos, recurre mucho a la expresión “en función de” (según). Le gusta mucho la acción de “bajar la guardia”, que solo se emplea en forma negativa: “no hay que bajar la guardia”. Sería un escándalo que alguna autoridad bajara la guardia.