Cuaderno de un asedio


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JOSÉ M MARTÍNEZ DE HARO*

JUEVES, 19 DE mazo 2020, fecha imposible olvidar. Continuamos en Madrid, recluidos, con toda mi familia. Es día de San José, mi Santo, día del Padre y en Garrucha el día de la Vieja, muy antigua tradición de salir al campo con familiares y amigos y compartir meriendas y bebidas. Nada de esto podremos celebrar, hace ya siete días que no salimos por ninguna causa y tampoco abrimos la puerta de la calle. Antes que el Gobierno declarara el Estado de Alarma, yo había declarado el estado de absoluta reclusión, y así seguiremos hasta nuevas órdenes.

Mi único escape al exterior es mi terraza. Allí planté un naranjo y un mandarino que resaltan vivaces con sus hojas limpias de un verde inmaculado. Me acerco a podar un poquito los rosales y otras plantas florales y percibo la indiferencia de la naturaleza a esta tragedia colectiva. Veo unas palomas torcaces que se paran en el arbusto frente a la terraza, todo sigue su curso, como si nada ocurriera, ajeno a los millones de madrileños que viven desde las ventanas y balcones el discurrir de las horas, los días y pronto semanas. Un velo de tristeza cubre calles, avenidas y plazas de Madrid. Esta ciudad alegre y acogedora sigue la cuarentena sin confiar demasiado en las próximas semanas. Creo que los reiterados mensajes de los gestores públicos de esta pandemia han perdido efecto en la opinión pública. Hay desconfianza en los mensajes que se cruzan en las redes sociales.

La naturaleza descubre la primavera incipiente, comienza un ciclo de la vida ahora que la vida está amenazada para los humanos, sólo para nuestra especie, tan arrogante, tan vulnerable. Ay, los humanos, sitiados por un enemigo invisible. Somos los nietos de aquéllos que lograron llegar a la Luna. Los que hemos descubierto los secretos del ADN y hemos descifrado el genoma humano. Inventores de la inteligencia artificial, la informática cuántica, la robótica. Quienes hemos reducido al tamaño de un chip todo el conocimiento atesorado durante miles de años. Y estamos en fase avanzada de la clonación, la producción de seres ajenos a la esencia del hombre, también a la creación. Todo lo más cercano a los dioses. Y ahora, angustiados y cercados por un virus, conocemos las penurias de un estado de sitio. Parecíamos el centro de la creación y de pronto somos tan vulnerables que se escapa a alguna explicación racional y nos invade un miedo ancestral a lo desconocido que amenaza todo cuanto hemos logrado durante siglos de evolución.

Maldito virus. No se entiende desde el pensamiento que esto esté ocurriendo y que la amenaza se extienda por todo el planeta tierra. Hay una sensación de impotencia, como si las ciencias fueran ínfimas en relación a lo invisible. Y esto lleva a plantearse la significación del hombre en la tierra. Siglos de avances, de creernos tan superiores, para finalmente llegar hasta aquí. Cercados, en estado de sitio, asomándonos a las ventanas, mirando de reojo al vecino del cuarto porque sale muchas veces a la farmacia.

Si fuera cierto que fuimos creados con un punto de divinidad, este invisible enemigo ¿estaba ya junto a nosotros en aquel momento inicial de la creación? ¿Era ajeno a la divinidad? ¿Formamos un mismo todo con elementos que traen nuestra propia destrucción?: ¿....Porqué? No me gusta avanzar en estos pensamientos pero jamás podría haber imaginado que hubiéramos de pasar por algo semejante. Algo que mostrara nuestra verdadera naturaleza, nuestra pequeñez.

Y dentro de la pandemia mundial, Italia y España muestran un panorama bien diferente a otros países de nuestro entorno. Por razones que habrán de explicarse en su momento aquí en España algunas decisiones de los responsables de la crisis sanitaria no se tomaron al inicio de las primeras señales de alarma que llegaron de China , o se tomaron tarde o se implementaron sin la decisión necesaria con medidas restrictivas desde el mes de febrero. El lenguaje político, tan nefasto, ha prevalecido durante semanas cruciales eludiendo la gravedad del problema sanitario mundial. El número de afectados y de fallecidos sigue en ascenso y no parece cercano el final de la pesadilla. Con todo, es imposible haber atajado esta pandemia, España como otros países forma parte del fenómeno de la globalización. Sin embargo la mayoría de expertos creen que la expansión del virus en España ha tomado dimensiones muy difíciles de sostener, que se en su momento hubieran podido aminorar estas temibles cifras. Los efectos para la economía se anuncian devastadores y por más que el Gobierno haya presupuestado una considerable partida para paliar el impacto, nadie cree que sean suficientes y tampoco como y de donde llegaran esos fondos. En realidad todos los sectores productivos y de servicios están afectados por este frenazo de la actividad.

La sociedad española está mostrando dosis razonable de prudencia. La cuarentena sigue su curso sin mayores contratiempos. En casa se agotan los temas de conversación y el recurso de la lectura también se hace monótono. Como medida de sosiego hemos decidido no escuchar las noticias de televisión para mantener cierto optimismo en el futuro y hacer algo más soportable el presente. Y así pasan las horas, tediosas hasta que al atardecer mi mujer se prepara y me avisa para salir a la terraza a aplaudir en homenaje a los profesionales de la sanidad española, los héroes de estas jornadas.

Hoy tengo preparada una sorpresa. He sacado un gran altavoz a la terraza y he encontrado un disco de pasodobles. A las ocho en punto voy a poner Suspiros de España, y con una chaquetilla decente voy a bailar con mi mujer al compás de esa querida canción que tantos suspiros arranca desde nuestros corazones.

*José María Martínez de Haro es premio Andalucía de las Ciencias Sociales y las Letras 2020.