Los que dan con el mazo además de rogar a Dios




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SAVONAROLA

Me hablaron, amados míos, de un carretero cuyo carro quebró en un camino y, tras el accidente, se encontró con San Bernardo. El arriero, al ver al monje, le imploró que intercediera ante Dios para que arreglase el vehículo, y el santo predicador de la segunda cruzada, le contestó: “Yo rogaré al Padre, amigo, pero tú, mientras tanto, empléate con el mazo”.

Muchos siglos contemplan, hermanos, el uso de este dicho que en la actualidad puede comprenderse en una doble vertiente: el esfuerzo de no encomendar los deseos propios a la espera de un milagro sin trabajar para obtenerlo, o bien aparentar una actitud correcta a ojos de Dios mientras en la sombra este comportamiento es diametralmente opuesto.

La obra Philosofia vulgar (1568), del autor sevillano Juan de Mal Lara, explica el origen de este refrán, observando que “obliga la razón a que cuando hubiéramos de hacer algo pongamos luego delante la memoria del Señor, a quien debemos pedir, y detrás de esto la diligencia, no esperando milagros nuevos ni quedándonos en una pereza inútil; con esperar la mano de Dios sin poner algo de nuestra parte, pensemos que se nos ha de venir hecho todo”.

Este refrán también aparece en obras relevantes de la literatura española, como Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615), de Miguel de Cervantes Saavedra, o Sancho Saldaña o El Castellano de Cuéllar (1884), de José de Espronceda, y la Santa Biblia dedica varios pasajes al mismo asunto.

Así, en el libro de Los Proverbios cabe leer que “el perezoso se muere de deseos, porque sus manos se rehúsan a trabajar”. “Mete la mano en el plato, pero ni aun es capaz de llevársela a la boca”. “Para no ir a trabajar, dice que en la calle ¡hay un león que lo quiere matar!”. ¿Hasta cuándo has de dormir perezoso? ¡Basta ya de seguir soñando! Mientras lo haces y cabeceas, y te cruzas de brazos para dormir mejor, la pobreza te alcanzará como un bandido y te atacará como un hombre armado”. “El ocioso desea y nada alcanza; mas el diligente y trabajador prosperará”.

Y no quedó atrás en dureza San Pablo con los holgazanes, a quienes envió los mensajes que siguen:

“Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma”. “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo les ordenamos que no toleren a los ociosos. Apártense de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que les dimos; pues nosotros no comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos (no porque no tuviésemos derecho sino para serles ejemplo). “Porque oímos que algunos de vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando sosegadamente, coman su propio pan”.

Tal cabe pensar, mis queridos discípulos, cuando hablamos de lo público, de aquellos que gastan su tiempo únicamente en ejercitar la lengua, pero sin dar los golpes allí en donde es preciso para enmendar lo averiado y, como dijo el de Tarso, si no trabajan, que tampoco coman.

Y, en tanto esto os digo, es menester loar a quien se afana de manera altruista porque Dios premia y conforta a quienes obran con misericordia visitando y cuidando a los enfermos, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo, enterrando a los muertos, enseñando al que no sabe, aconsejando bien al que lo necesita, corrigiendo al que yerra, perdonando las injurias, consolando al triste o sufriendo con paciencia los defectos del prójimo.

El mismísimo Dios nos dio la vida con su Hijo, aun cuando estábamos muertos de pecados, y cuando nuestra tierra llevaba décadas enferma, supurando átomos de plutonio por todas las llagas de su cuerpo con la silente complicidad de quienes debieron velar por su salud y bienestar y no lo hicieron, la generosidad se hizo hombre y habitó entre nosotros.

Como nuestro Señor, Ecologistas en Acción, José Herrera, José Ignacio Domínguez y algunos pocos otros fueron por la gleba vituperados, escupidos, lacerados y crucificados, pero no cejaron en perdonar las injurias y procurar sanar terrenos contaminados do quiera estuvieren y, entre otros lugares, en Palomares. Rogando, sí, pero sin dejar de golpear con el mazo allí donde debían hacerlo.

Ahora, cuando parece próxima la hora del Juicio Final, son muchos los holgazanes y perezosos que aún metiendo la mano en el plato fueron incapaces, por indolentes, de llevársela a la boca, esperando un milagro que les alimente. Sin embargo, el Dios de todos sabrá reconocer al diligente y lo sentará a su lado, mientras que a aquellos que se limitan a hablar sin hacer ni haber hecho nada, les será negando comer de balde y no serán acreedores a un premio que no merecen por mucho que lo ansíen y reclamen.

Mas los frágiles huesos, ya casi de cristal, de este anciano y cansado fraile mendicante, reirán cuando tornen a ser ceniza en el convencimiento de que existen hombres por los que merece la pena aceptar con orgullo la condición de ser humano. Vale.