Francisco de Goya, genial pintor español


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ADOLFO PÉREZ

La genial figura del aragonés Francisco de Goya y Lucientes (1746 -1828), precursor de todos los caminos del arte moderno. Reconocido como un gran pintor, dibujante y grabador. Con su sola presencia se justifica la pintura española de toda una época, pintura que además es considerada como iniciadora del estilo romántico. La obra de Goya es un documento directo para el estudio de la historia de España, desde la plenitud del Despotismo ilustrado hasta la deriva reaccionaria de Fernando VII, razón por la que Goya emigró a Francia, donde murió.

Y es que al genial Goya fue contemporáneo de importantes hechos históricos que tuvieron lugar en Europa y España entre los siglos XVIII y XIX. Respecto a Europa el gran pintor nació al tiempo de la ‘Ilustración’ y años más tarde, en 1789, le cogió el estallido de la Revolución francesa. En cuanto a España fue testigo del buen reinado de Carlos III y sus reformas. Vivió el Despotismo ilustrado del monarca y convivió con ‘ilustrados’ del momento. Testigo del débil reinado de Carlos IV y su destronamiento, la invasión napoleónica, el dos de mayo y la guerra de la Independencia, el reinado del intruso José Bonaparte, así como gran parte del reinado del nefasto Fernando VII.

Cuando en el siglo XVIII alumbraba en Europa el movimiento cultural e intelectual de la Ilustración, en Fuendetodos (Zaragoza), nació Francisco de Goya y Lucientes un 30 de marzo de 1746. Cuarto hijo de los seis que tuvieron sus padres: José Goya, maestro dorador de origen vasco, y Gracia Lucientes, de familia hidalga aragonesa, agricultora. De la desconocida infancia del pintor se sabe que hasta los quince años vivió en Zaragoza donde el padre ejercía su profesión, que le daba para buen vivir. En esa ciudad fue alumno del pintor José Luzán con quien aprendió a dibujar. Su proceso de formación fue lento, hasta el punto de que se presentó a varios concursos de pintura y no ganó ninguno.

Antes de marchar a Italia en 1771 su arte aún no estaba bien definido, aunque por poco tiempo. Goya poseía dos grandes bazas: el genio y las ganas de triunfar, aunque era escaso su don de gentes, pero cuando conoció de cerca a la alta sociedad enseguida comprendió que el trato con los poderosos tenía más inconvenientes que ventajas, y que para no ser excluido de la corte había que saber mantener la boca cerrada. Al año siguiente regresó a España por dos motivos: una enfermedad de su padre y la oportunidad de darse a conocer al serle encargada pintar la bóveda coral de la Capilla de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza. A partir de este trabajo el joven Goya recibió bastantes encargos de otras instituciones religiosas.

Durante los años siguientes logró superar a sus adversarios, los pintores hermanos Bayeu, en especial a Francisco Bayeu. El 25 de julio de 1773 se casó en la parroquia de san Martín de Madrid con Josefina Bayeu, hermana de los tres pintores Bayeu. Él tenía veintisiete años y ella veintiséis. Tuvieron siete hijos pero solo sobrevivió Francisco Javier que nació en 1784. La buena esposa proporcionaba a Goya un hogar confortable y como entendía algo de pintura ayudaba a su marido.

El futuro de Goya se decidió entre 1776 y 1780. A su vuelta de Italia empezó a trabajar en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara pintando cartones para elaborar tapices, tales como ‘La cometa’. El éxito de estos cartones le valió ser nombrado pintor del rey y entrar en la Academia de San Fernando en 1780: eran las bases para un futuro prometedor- Luego surgió el Goya pesimista con gran apego a la vida, a la familia, a los amigos; a la vida confortable. Reflexión suya es: “La fantasía, aislada de la razón, solo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos.”

En el invierno de 1792 – 1793, estando Goya de viaje por Andalucía, en Sevilla comenzó a sentir fuertes dolores de cabeza, mareos, vértigo, pérdida de visión y oído, así como descoordinación de los movimientos. De todo lo cual se recuperó, salvo de la sordera. Aunque se ha especulado sobre el origen de esos males, nunca se ha sabido la causa exacta de los mismos. En la actualidad se piensa que el diagnóstico más probable es el síndrome de Susac, de origen desconocido, que ataca a los capilares que riegan el cerebro, la retina y el oído interno. El caso es que Goya se quedó sordo de por vida. Debido a su sordera el artista se adaptó a esta desgracia y continuó pintando, aunque el problema de la sordera lo convirtió en una persona cada vez más introvertida y aislada. La visión de Goya sería tocada por el pesimismo, llevándolo a plasmar en su arte una realidad deformada, manifestando lo grotesco de esta. Para 1792 en un discurso presentado en la Academia, preocupado por el porvenir del arte, defendió la libertad del artista que no debe ser estrechada por unas reglas.

A sus cuarenta años era un consumado retratista, las puertas de los palacios las tenía abiertas y el acceso a algunas alcobas de ricas moradoras también. En el año 1794 Goya conoció a la duquesa de Alba de la que tanto se ha hablado en la vida del pintor, por la que experimentó una fogosa devoción. Se trata de una de las mujeres más retratadas por él, cosa que dio lugar a que se especulara con una posible relación amorosa entre ellos; sin embargo, duraría poco la relación pues en 1802 falleció la duquesa, lo que para él fue un duro golpe.

Hito importante en la vida artística de Goya fue su colección de ‘Caprichos’, al principio llamados ‘Sueños’. Serie de 80 grabados que son una sátira de todas las formas de tiranía humana. Se gestaron entre los años 1796 – 1797 y publicados en 1799, y es que el pintor ya no soportaba la estupidez, la falta de honradez y la inmoralidad de personajes de la época, de modo que los ‘Caprichos’, además del tema de la brujería son una censura implacable de las costumbres, de la vanidad de los poderosos, de la ceguera de los estúpidos, de la codicia y de la prostitución.

En 1780 fue nombrado pintor de cámara de Carlos IV, lo que le convirtió en pintor oficial de palacio. En el año 1800 Goya pintó una de sus obras maestras: ‘La familia de Carlos IV’. Colocó sus modelos de pie y formando como un friso, con arreglo a un protocolo bien estudiado. Un buen técnico de arte escribe que gracias a la perfección de su hechura, la claridad del claroscuro, la homogeneidad de los colores, refinados y chispeantes, puede obligar al espectador a distinguir el carácter específico de cada personaje. Muchos historiadores de arte dicen que el excesivo realismo de los personajes de la familia real desagradó a los soberanos. Al parecer el enfado mayor partió de la reina María Luisa, mujer poco agraciada, que olvidaba sus cuarenta y nueve años y sus veintitrés embarazos. Tal desagradó significó que no le encargaran más retratos de la familia real.

Pero como el arte del retrato cobró gran importancia a finales del siglo XVIII, la nueva moda junto con las dotes de Goya, explica lo poco que le importó que la corte no le encargara retratos porque los ciudadanos fueron una buena clientela, ya que entre 1803 y 1807 pintó más de treinta de ellos. Uno de los más vivos de los que se han pintado nunca, una obra maestra, es el de ‘Doña Isabel Cobos de Porcel’, una de las mujeres más bellas de la historia de la pintura, esposa de un amigo del pintor. Famosas son ‘La maja desnuda’ y ‘La maja vestida’. Retrato de la misma mujer, hermosa, pero no sensual, que a pesar de lo especulado no trata de la duquesa de Alba. Son dos retratos de una mujer recostada sobre una especie de cama; en las dos pinturas está de frente, en uno totalmente desnuda, fría y sin chispa; en el otro vestida, morbosa y provocativa. Ambas obras las tenía Manuel Godoy, favorito del rey. Por el desnudo Goya fue investigado por la Inquisición, de la que salió indemne.

La popularidad de Goya era ya un hecho en aquella sociedad. En 1799 disfrutaba de un buen sueldo como primer pintor de cámara y de gastos de mantenimiento. En 1805 se casó su hijo Javier y en la boda conoció a la que sería su amante hasta el final de su vida: Leocadia Zorrilla de Weiss. Cuando en 1808 estalló la Guerra de Independencia española, causada por la invasión francesa, los actos crueles de la misma dejaron profunda huella en Goya que viajó por distintos puntos de España y contempló personalmente las batallas entre los soldados franceses y ciudadanos españoles reuniendo una serie de estampas que plasmó en múltiples grabados, que constituyen su colección: ‘Los desastres de la guerra’, donde se muestra como un patriota, antimilitarista por su forma de ser. En el año 1812 falleció su esposa, Josefa Bayeu, desalentando a Goya sobre lo que sucedería en el futuro, apareciendo entonces el pesimismo goyesco.

Con la derrota de Napoleón en la guerra de la Independencia, el 13 de mayo de 1814 entró triunfante en Madrid Fernando VII después de su confinamiento en Valençay. Pero pasado un tiempo las calles de la ciudad fueron tomadas por bandas organizadas que sembraron el terror persiguiendo a los sospechosos de liberalismo y colaboradores del rey José Bonaparte. Entonces Goya pintó dos obras de gran tamaño para demostrarle su patriotismo: ‘La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol’ y ‘Los fusilamientos del tres de mayo’. El cuadro de los fusilamientos es considerado como la mayor aportación de la pintura española al arte europeo del siglo XIX; la plasticidad de la escena impresiona: los soldados se presentan como una máquina inexorable de matar, mientras que las víctimas constituyen un grupo desgarrador, con rostros dislocados y ojos de espanto. Incluso pintó retratos de Fernando VII. No obstante, Goya fue investigado por si cooperó con el rey francés. Los testigos de descargo declararon a su favor alegando que ni tocó su sueldo de cinco años de primer pintor de cámara ni había lucido la condecoración del rey José. Considerado como un viejo sordo, escapó sin sanción.

Goya era gran aficionado a los toros, de cuyos lances hizo muchos y bellos grabados, en 1816 publicó sus famosas series de grabados sobre la Tauromaquia. En 1819 decoró con monstruos y sórdidas tintas una villa que compró a orillas del Manzanares, luego conocida como la Quinta del Sordo, son sus "pinturas negras", visión de un infierno aterrante y un mundo odioso y enloquecido. ‘Saturno devorando a un hijo’ es sin duda una de las pinturas más inquietantes de todos los tiempos, síntesis de un estilo que reúne extrañamente lo trágico y lo grotesco, y espejo de un Goya visionario, sutil, penetrante, lúcido y descarnado. Temas sombríos y trágicos en contraste con la alegría colorista de sus cuadros de juventud y madurez. En el invierno de 1819 se puso muy enfermo pero lo salvó in extremis su amigo el doctor Arrieta, a quien regaló el cuadro ‘Goya y su médico Arrieta’.

En 1823, tras la llegada en ayuda de Fernando VII de los Cien Mil Hijos de San Luis, contingente del ejército francés venido para derrocar el gobierno liberal e implantar el absolutismo real, Goya se escondió y al año siguiente escapó a Burdeos, refugiándose en casa de su amigo Moratín. En 1826 regresó a Madrid, donde permaneció dos meses, para marchar de nuevo a Francia. Durante esta breve estancia el pintor Vicente López Portaña realizó un retrato de Goya cuando contaba ya ochenta años. Es el retrato más conocido de Goya, mucho más que sus autorretratos. En 1827 pintó ‘La joven de Burdeos’ o ‘La lechera de Burdeos’, cercana al impresionismo. Dada su avanzada edad padecía algunos quebrantos de salud, razón por la que algunos familiares acudían a visitarle en su retiro francés, entre ellos su nieto y su nuera. Tras haber cumplido ochenta y dos años, hacia las dos de la madrugada del día 16 de abril de 1828 falleció en Burdeos acompañado de sus seres queridos, siendo enterrado en Francia. En 1899 sus restos se trasladaron a España y sepultados en la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid, cien años después de que Goya pintara los frescos de dicha iglesia (1798).