El cristianismo en la historia de España


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ADOLFO PÉREZ

No descubro nada nuevo si digo que la religión católica forma parte de la esencia de la nación española a través de los siglos, como así lo acredita su historia. Basta fijarse en todas las épocas para comprobar la certeza de tal afirmación. Sin que puedan ocultarse las persecuciones que ha padecido o las exacerbadas intransigencias para su práctica, de todo ha habido, qué duda cabe.

Los signos externos muestran la religiosidad católica del pueblo español, pues no hay ciudad, pueblo o aldea que no tenga su iglesia, así como hay incontables lugares con una ermita o un santuario, testigos de la fe popular; sin que falten los paisajes donde a lo lejos se distinguen las agujas de las iglesias; son paisajes que reconfortan. Iglesias de mejor o peor belleza artística en las que en su interior suelen guardar verdaderos tesoros del mejor arte acumulado a través de los siglos, siempre con el orgullo de sus nativos.

Dicen los Evangelios que cuando Jesucristo hubo resucitado mandó a sus discípulos a predicar por mundo lo que les había enseñado. Fue el principio del cristianismo, del que ahora se cumplen 1978 años. Enseguida empezó a expandirse por muchos lugares, entre ellos el imperio romano donde los cristianos fueron perseguidos con saña, los cuales padecieron tormentos inhumanos y muertes muy cruentas.

Los problemas sobre los orígenes de la cristianización en la península ibérica básicamente han consistido en despejar los hechos históricos de la pura leyenda. Dice la Historia de España del marqués de Lozoya que en los mismos días del siglo I en que el imperio romano era una máquina perfecta, dos fuerzas actuaban en su interior, calladamente, que lo iban minando. El cambio producido fue de tal naturaleza que dio lugar a una nueva era. De ambas fuerzas la más poderosa era el cristianismo, la otra son los pueblos germánicos (bárbaros = extranjeros) del norte y del oriente de Europa: suevos, vándalos, alanos y visigodos). De la conjunción de las dos fuerzas nació un orden nuevo, que determinó toda la historia de España. Según testimonios el cristianismo tuvo su entrada en España en el siglo I, penetrando en la entraña hispana con tan enorme fuerza que pronto se identificó con las más íntimas esencias de la población. Por esto el cristianismo caló tan hondo en España que sin él no se pueden comprender su historia, su cultura y la manera de ser del pueblo español. Más efímero y menos trascendente fue el dominio de los germánicos.

La difusión del Evangelio en España fue rapidísima alcanzando pronto toda la península. Es algo de lo que no se puede dudar pues hay testimonios antiguos y fehacientes de la existencia de comunidades cristianas que llegaron hasta los últimos confines, hasta las serranías inaccesibles. Más difícil es precisar con exactitud histórica cuál fue la primera voz que trajo a Hispania la buena nueva. La más venerable de las tradiciones habla de la venida de Santiago el Mayor, de su predicación y traslado de sus restos a Galicia. En la Iglesia visigótica la creencia en la predicación de Santiago era general. Esta tradición no está probada históricamente, aunque durante siglos arraigase en los españoles y se haya convertido en tradición nacional; los historiadores modernos no la aceptan como realidad histórica. Con la venida de Santiago a España se relaciona la aparición de la Virgen al apóstol en Zaragoza. La creencia de que el mismo san Pablo predicó en España se apoya en firmes bases históricas. Él mismo afirma en el capítulo XV de su “Epístola a los Romanos” su proyecto de venir a la península. Asimismo, existen otros testimonios de santos españoles. Una tradición verosímil afirma que desembarcó en Tarragona, puerto clave de la España romana.

Los romanos fueron respetuosos con los cultos que se encontraron en sus conquistas, juzgaban aceptables todas las religiones y sus dioses. Pero el cristianismo era diferente. El Estado romano estaba establecido a base de la oligarquía de unas cuantas familias sobre masas enormes de proletarios y de esclavos. El cristianismo, al predicar la igualdad entre las personas abolía la esclavitud. A partir del siglo I la nueva doctrina se extendió rápidamente por el imperio siendo un elemento importante de la romanización. En la sociedad romana sembró el ‘terror’, lo que dio lugar a que el Estado se defendiera por medio de las crueles persecuciones, página la más gloriosa de la historia de la iglesia católica. Las persecuciones en realidad empezaron en el siglo II cuando los romanos se dieron cuenta de que el cristianismo era un peligro para el Estado; en España fueron muy violentas, terrible fue la del emperador Diocleciano (siglo IV). Son el mejor indicio de su fuerza entre los pueblos hispánicos, su gran número de mártires, que muchos de ellos llenan el santoral católico. Hay infinidad de ejemplos heroicos: los corceles que arrastraron a san Hipólito, el lecho de ascuas de san Lorenzo, el desgarrado pecho de santa Engracia, las llamas que envolvían el cuerpo y los cabellos de la emeritense Eulalia.

El cristianismo, que había crecido contra la religión del Estado y del culto imperial, no fue un elemento aglutinador de Hispania alrededor de Roma, sino un factor de disidencia dentro de la sociedad de los desheredados, siendo su definitivo asentamiento en el siglo IV. En las actas del concilio de Elvira o Ilíberis (Granada), año 300, consta que la Iglesia estaba sólidamente constituida con obispos, presbíteros, diáconos y demás categorías del orden sagrado. Al concilio asistieron diecinueve obispos. Hay noticias de la existencia de dos sedes arzobispales: Tarragona y Mérida. Los cánones (reglas) aprobados dan una idea exacta de la constitución de la iglesia española en vísperas de las más terribles persecuciones de Diocleciano. Pasada la era de los mártires apareció la vida monástica en busca del ideal de perfección. Los concilios de Elvira, Zaragoza (381) y Toledo (400) se refieren a la vida monacal. Ya la Iglesia hispana primitiva muestra su sentido católico, adicta al concepto de universalidad. En los cánones del concilio de Elvira se procuró defender a las comunidades cristianas de las ideas paganas imponiendo severas penas. Para la lucha contra la inmoralidad se precisó lo que era pecado en cosas contrarias a la doctrina de la iglesia católica, tales como la bigamia, el adulterio, el maltrato a los siervos, etc.

El imperio romano, en el que la autoridad de los emperadores se derrumbaba por las intrigas palaciegas o motivos militares, era propicio para que se consumaran las invasiones de los pueblos germánicos que desde el siglo II eran contenidos. La primera invasión de España resultó una ocupación estable, nada temporal. Durante casi tres siglos, de mediados del V a comienzos del VIII, es el pueblo invasor visigodo el que se enseñoreó de Hispania. Entre los visigodos, que eran arrianos, y los hispanos, cristianos, se produjo la fusión racial, cuya unión total se logró con el cristianismo a raíz de que el rey Recaredo abrazara la doctrina cristiana. La institución primordial de los visigodos eran los concilios de Toledo en su doble función: política y religiosa. La figura religiosa principal de los visigodos fue San Isidoro, que como arzobispo de Sevilla influyó intensamente en la vida religiosa de su tiempo, además de sus trabajos científicos.

Y en el año 711 se produjo en nuestra península la invasión musulmana. La religión islámica que ellos practicaban se mantuvo de forma ortodoxa en España y toleró otras religiones a su lado (la cristiana y la judía), aunque haciéndoles a veces objeto de persecuciones. En aquella sociedad vivían los mozárabes, que eran los españoles cristianos de origen visigodo.

Como ya se ha visto, pasada la época de los mártires el ideal de la perfección cristiana era la vida monástica, regida por la regla de san Benito. Adquirió gran profusión en el comienzo de la Reconquista, a la que en los primeros siglos los monjes colaboraron manteniendo la fe del pueblo, impulsando la economía a través de sus fundaciones y acogiendo núcleos de población junto a los monasterios. En el siglo XII la orden de Cluny, que era una reforma de la regla benedictina, se convirtió en la más importante, cuya gran actividad monástica se extendió por Europa, pasando a España. Cuando la disciplina cluniacense se relajó la orden del Cister vigorizó la vida monacal. En el siglo XIII destacan en España dos órdenes mendicantes: la de predicadores (dominicos), consagrada a luchar con la herejía y la de los franciscanos. En el mismo siglo XIII se propagaron también por España los carmelitas, trinitarios y mercenarios dedicados estos a rescatar cautivos. En el siglo XIV se fundó la orden española de los Jerónimos y el siglo XV responde a la expansión de los cartujos. Ya en 1534 san Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús (jesuitas). Carácter a la vez religioso y guerrero tenían las órdenes militares en aquellos tiempos.

Gran incidencia en el hecho religioso de la época tuvo Isabel la Católica (1474 -1504). La reina Isabel era profundamente religiosa, no en balde su sobrenombre es el de Católica, hasta el punto de que ha sido postulada para su canonización. Se afanó en aplicar un programa de reformas en el clero secular y regular (secular, el que convive con la gente; regular, el que vive en comunidad en un convento). Para lograr la reforma la reina puso todo su empeño visitando conventos de monjas y rodeándose de valiosos colaboradores entre ellos el cardenal Cisneros, arzobispo de Toledo. El papa otorgó a la reina Isabel el privilegio de proponer candidatos a obispos.

Es probable que el Tribunal de la Inquisición instituido por los Reyes Católicos en 1478 sea el punto más polémico de la historia de España. Al respecto escribe el profesor Fernández Álvarez en su biografía de Isabel la Católica que se trata de una de sus páginas más sombrías, y añade: “Pero lo penoso de la Inquisición es que lo hiciese en nombre de Cristo”. Efectivamente, la nueva Inquisición fue un asunto vidrioso y conflictivo. Antes de esta Inquisición existió otra en Europa, en el siglo XIII, para proteger a la Iglesia Católica de las herejías. Los dominicos y los franciscanos, en especial los primeros, se encargaron de aplicarla en defensa de la doctrina y moral cristianas. No obstante, conviene tener en cuenta el contexto histórico nacional en que se refundó. Si la procedente de Europa era de tipo religioso no sucedía lo mismo con la de los Reyes Católicos, que obedecía a otros problemas que tenía España ajenos a los demás países, ya que la unidad nacional lograda tropezaba con grandes obstáculos de raza, religión y economía para lo que era necesaria una política de fusión e integración en el nuevo Estado.

La intervención de los religiosos en el descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo alcanzó un gran relieve, gracias a ellos pronto penetró y se difundió el cristianismo entre los indios de la América hispana en los que prendió hondamente como se ve con frecuencia. Tal celo difusor de la iglesia católica corrió a cargo de los monjes de las distintas órdenes religiosas, que se extendieron por los territorios hispanos donde ejercieron una gran labor de enseñanza de nuestra civilización y catequesis religiosa. Basta ver la gran cantidad de templos construidos. De allí salieron numerosos santos, entre los que destacan por su popularidad: fray Junípero Serra, santa Rosa de Lima, el indio Juan Diego, sin olvidar la gran devoción popular a la Virgen de Guadalupe.

En los siglos XVI y XVII el número de clérigos en España era considerable debido a la religiosidad de la época, la influencia social y la deferencia hacia el clero ayudaron a su aumento, que algunos autores cifran en ciento cincuenta mil los clérigos seculares (obispos y curas) y regulares (abades y monjes) que había en España en el año 1623.

De mucha trascendencia en Europa fueron las guerras de religión mantenidas en el siglo XVI, en Alemania y Países Bajos, por los reyes de España Carlos I y su hijo Felipe II en defensa de la religión católica frente al protestantismo. Ya en el siglo XVIII un asunto controvertido y no suficientemente aclarado es la expulsión de los jesuitas en el reinado de Carlos III (1759 - 1788). Al parecer la expulsión se debió a que los jesuitas fueron culpados de que fracasara una ley de reforma agraria que intentaba impedir la excesiva concentración de la propiedad.

Es evidente, pues, que la religión católica ha impregnado la historia de España en todas las épocas, a partir del mandato de Jesucristo a sus discípulos hasta nuestro tiempo. La monarquía española siempre ha estado ligada a la religión católica. A pesar de los altibajos habido a través de los siglos la población española se ha mantenido fiel a su doctrina.