Las increíbles aventuras de Cabeza de Vaca en América, siglo XVI


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ADOLFO PÉREZ

Es gratificante detenerse en el estudio de algún hecho relevante de nuestra historia o de la figura de algún personaje protagonista de un episodio de nuestro ajetreado pasado. En contra de los “amantes” de la leyenda negra antiespañola, muchas veces alimentada por españoles dotados de un alto grado de ignorancia y odio a la gran España que fuimos, que suelen pontificar sobre hechos o personajes históricos sin aportar algún dato cierto o los que aportan están falseados.

Después de las grandes hazañas de Cortés y Pizarro en América, así como la de Magallanes y Elcano en la vuelta al mundo, hoy toca escribir sobre la increíble aventura del jerezano Álvar Núñez Cabeza de Vaca en su recorrido de ocho años por la zona sur de los Estados Unidos y norte de México, entre el río Misisipi y California. Su periplo en nada se parece a las hazañas de los grandes conquistadores, pues lo suyo fue la aventura de la supervivencia contra el hambre y la fatiga que le tocó sortear en aquellos largos años caminando miles de kilómetros por tierras desconocidas que aún no había pisado el hombre blanco, donde hizo de todo, hasta curandero de los indios.

De Álvar Núñez Cabeza de Vaca se desconoce la fecha de su nacimiento, que oscila entre 1488 y 1490, nacido en Jerez de la Frontera, hijo de Francisco de Vera y Teresa Cabeza de Vaca, familia hidalga, cuyo linaje se remontaba a mucho tiempo atrás. Parece ser que antes de irse a América intervino en varios conflictos bélicos en defensa de los intereses españoles. Asimismo, participó en luchas internas de España. Después de su odisea dejó un libro con sus relatos, titulado “Naufragios y comentarios”, que sirve de guía para este relato.

Como a tantos jóvenes de la época, siglo XVI, se les hizo irresistible el atractivo de las riquezas y aventuras del Nuevo Mundo, el joven Cabeza de Vaca, huérfano de padre y madre, el 17 de junio de 1527 se embarcó en Sanlúcar de Barrameda en la expedición de Pánfilo de Narváez, el mismo que llegó a México enviado por Diego Velázquez, gobernador de Cuba, para arrestar a Hernán Cortés y quedarse con los laureles de la conquista de México, lo que Diego Velázquez no consiguió. En esta expedición de Narváez, cuyo objetivo era la conquista de la Florida, Cabeza de Vaca ejercía la función de tesorero y alguacil mayor. Narváez salió de Sanlúcar llevando unos seiscientos hombres en cinco naves y después de descansar en Santo Domingo donde se quedaron unos ciento cuarenta hombres por las promesas que les hicieron en tierra. Ya en las costas cubanas tuvieron que hacer frente a fuertes tormentas en las que se perdieron dos barcos. Una vez reorganizada la flotilla en Santiago de Cuba, el gobernador Narváez se embarcó con cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro navíos y un bergantín, junto con un experto piloto. De nuevo se encontraron con fuertes tormentas hasta que llegaron a las costas de Florida el 12 de abril de 1528 y desembarcaron en la boca de la bahía de Tampa donde tomaron contacto con los indios del lugar que les obsequiaron con pescado y carne de venado.

El gobernador Narváez tomo posesión de aquellas tierras en nombre del rey de España y penetraron tierra adentro contactando con los indios de los poblados. Con gran asombro, en uno de ellos encontraron unas cajas con cadáveres de mercaderes de españoles dentro tapados con cueros de venado pintados, de modo que procedieron a quemar las cajas con los cuerpos dentro. El gobernador Pánfilo de Narváez entonces propuso un debate sobre la conveniencia o no de seguir adelante. Cabeza de Vaca se opuso, pues era partidario de buscar antes un puerto donde atracar los navíos, lo que no aceptó Narváez, pero antes de ver empañada su dignidad Cabeza de Vaca aceptó formar parte de la incursión, así es que el sábado primero de mayo, con los alimentos repartidos, partieron trescientos hombres, cuarenta de ellos a caballo, acompañados de un fraile y tres clérigos. Después de quince días sin ver ningún indio el hambre los devoraba, sin nada que comer, salvo palmitos. Durante días deambularon por aquellas tierras muy difíciles de andar, con hambre, soportando continuas penalidades y frecuentes tormentas. Los indios que se encontraron les señalaron el Apalache indicándoles que allí había oro, lugar al que se dirigieron en su busca guiados por los nativos. Cuando llegaron el 25 de junio quedaron asombrados a la vista de aquellos montes y árboles maravillosos, entonces Narváez, después de un debate sobre el plan a seguir, encargó a Cabeza de Vaca una incursión en el paraje que tenían delante; en la excursión encontraron un poblado indio sin hombres, sólo mujeres y niños. Los hombres llegaron y les atacaron, matándoles un caballo, pero fueron ahuyentados por los españoles. Allí encontraron maíz, cueros de venado y mantas de gran provecho para matar el hambre y el frío.

Siguieron costeando en canoas muy deficientes con incursiones al interior. Ya se habían comido todos los caballos, y tanto la sed como el hambre hacían estragos. En su continuo avance padecieron toda serie de calamidades: hambre, frío, sed, cansancio y luchas con los nativos. Frente a las costas de Luisiana la fuerza del Misisipi empujó a las embarcaciones mar adentro, y aquí claudicó Narváez, que dio libertad para que cada uno hiciera lo que le conviniera. El gobernador y Cabeza de Vaca ya no se volvieron a ver. Cabeza de Vaca, después de una penosa travesía de siete meses y unos dos mil kilómetros recorridos, en noviembre de 1528 logró llegar a la isla de Mal Hondo (hoy Galveston) en la costa de Texas. El frío y el hambre hicieron sucumbir a la mayor parte de los expedicionarios, que llegaron a devorarse los unos a los otros. Escribe en su obra que durante meses su único alimento fue el maíz, y también dice las veces que lloraban por tantas penas como pasaban; en fin, una calamidad detrás de otra. Para que los indígenas no les robaran la canoa la enterraban en la arena de la playa. Cabeza de Vaca pasó después de la isla a tierra firme y durante seis años estuvo entre los indígenas, desnudos como ellos.

En su obra, ‘Naufragios’, cuenta al detalle todo lo que les sucedió en su penoso caminar, siempre preocupados de que los indios no los devorasen. Cuenta los extraños y curiosos usos y costumbres de los indios; por ejemplo, aquellos que curaban las enfermedades soplando al enfermo para echar fuera la enfermedad. Otra costumbre que se encontraron fue la de aquellos indios que arrojaban a sus hijas recién nacidas a los perros para que las devorasen, cuyo fin era evitar que sus enemigos las robaran y tuvieran hijos con ellos que serían sus enemigos después. A sus preguntas de por qué no se casaban con ellas, contestaron que no era bueno hacerlo, de modo que para reproducirse se surtían de mujeres que compraban a sus enemigos.

En su incursión, cerca de la isla de Mal Hato tuvo noticias del paradero de sus compañeros Dorantes, Castillo y el negro Estebanico, con los que se reunió y juntos emprendieron una nueva travesía. Durante el camino hacia el noroeste de México se dedicaron a practicar el oficio de ‘shamanes’ o curanderos, que los indios les pagaban con un trozo de venado por enfermo atendido. Curaban a los enfermos con la imposición de manos y rezos de padrenuestros y avemarías en latín. Cabeza de Vaca, extrajo con acierto una flecha que un nativo tenía clavada cerca del corazón, de modo que su buena fama ya no le abandonó. En su continuo caminar, el éxito como shamanes los mantuvo con vida. Iban desnudos lo que hizo que cambiaran la piel varias veces, alimentándose de carne de perro. Durante muchos meses siguieron su rumbo al oeste, siempre siguiendo la puesta de sol, desde las regiones de Texas hacia las del Pacífico, pasando el sudoeste de los Estados Unidos y norte de México, hasta alcanzar el río Bravo donde se encontraron rodeados de millares de indios que vivían del saqueo de las aldeas por donde pasaban. Obsequiaban a los españoles espléndidamente, además les fabricaban tiendas con esteras para dormir y cazaban liebres, venados, codornices y diversos pájaros que les llevaban, “sin tomar cosa alguna aunque muriesen de hambre”. Repartíanse los víveres y cada uno llevaba la parte que le correspondía a los shamanes, para que le rezasen y soplasen, “que de otra manera no osaban comer de ellas”, Así pudieron llegar a los valles de Sonora (noroeste de México), desde donde pasaron a Culiacán, ya en Nueva España, el 23 de julio de 1536 estaban con Hernán Cortés en la capital de México, hasta que regresaron a España nueve meses después.


Habían transcurrido ocho años desde que arribaron en las costas de Florida, años de muchas penalidades. El relato de Cabeza de Vaca, exaltado por la fantasía de los conquistadores, que creían que por aquellas tierras había riquezas fabulosas tuvo como resultado que se organizaran otras expediciones.

Cuatro años después, el 18 de marzo de 1540, el emperador Carlos I firmaba una capitulación con Álvar Núñez Cabeza de Vaca para premiar la exploración heroica y trabajos sobrehumanos llevados a cabo en la Florida y demás tierras. Obtuvo el título de adelantado, gobernador y capitán general del Río de la Plata. Compró dos naves y con 400 hombres se hizo a la mar llegando a la costa sur del Brasil el 29 de marzo de 1541. Allí dividió a sus hombres en dos grupos, uno que iría por tierra a Asunción (Paraguay) con él mismo al mando, y el otro, embarcado, iría costeando. La ruta de Cabeza de Vaca fue tan penosa como la de Florida, una ruta llena de maleza, surcada de ríos, torrentes y ciénagas. Pasaron muchas hambres que saciaban en las aldeas de los hospitalarios guaraníes. Así, después de penosas caminatas avistaron el río Paraná y su afluente el Iguazú con sus espectaculares cataratas, que descubrió y describió en sus cuadernos. Ambos ríos los atravesaron por medio de balsas hasta llegar a la ciudad de Asunción el 11 de marzo de 1542. Desde allí intentó seguir explorando tierra con 300 arcabuceros y ballesteros, pero las enfermedades y la fatiga le hicieron desistir. A los quince días de su llegada estalló un motín de los colonos, que se apoderaron de su persona y le redujeron a una dura prisión, le privaron del mando en 1544 y lo enviaron a España acusado de abuso de poder hacia los disidentes, así como de un incendio ocurrido en Asunción un año antes. En realidad lo que había hecho Cabeza de Vaca era exigir el cumplimiento de las Leyes de Indias, que protegían a los indígenas de los abusos de los conquistadores. El Consejo de Indias lo desterró a Orán, pena que no cumplió. Siguió peleando por reponer su buen nombre y mancillado honor. Se desconoce cómo fueron los últimos años de su vida. No consta, como se ha escrito, que tomara los hábitos y acabara su vida en un monasterio. Según algunos historiadores murió en Sevilla el 27 de mayo de 1559. Sin embargo, para el inca Garcilaso Cabeza de Vaca murió en Valladolid luchando por restablecer su honor y la devolución de sus bienes confiscados.

Sobre Cabeza de Vaca en 1990 se rodó una película cuyo protagonista es el actor Juan Diego.