La Guerra de la Independencia española contra Napoleón


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ADOLFO PÉREZ

La Guerra de la Independencia no era un hecho nacional aislado. Desde un punto de vista europeo se trató de una guerra de liberación, una de las guerras provocadas en Europa por Napoleón en su plan estratégico de hacerse con el dominio continental. Pero frente a ese plan hegemónico uniformador hubo poderosas reacciones nacionales que dieron lugar a otras tantas guerras de liberación o independencia: la española (1808 – 1814), la rusa (1812) y la alemana (1813), que en las tres fue derrotado el emperador.

El levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid fue el detonador que precipitó el comienzo de la guerra de la Independencia (1808 – 1814), que los españoles, con la ayuda inestimable de los ingleses, derrotaron a Napoleón, cuyo ejército invasor hubo de salir de España junto con el intruso rey José Bonaparte. Ciertamente, como ya se ha visto en un artículo mío, las consecuencias del levantamiento para los madrileños fueron trágicas, que Goya inmortalizó en sus espléndidas pinturas que asombraron Europa.

Con pesar hay que reconocer que Napoleón había puesto a España en la condición de servicio y sumisión a Francia, de forma que el corso se adueñó de los destinos de los españoles y de sus reyes, hasta el punto de que se jactaba de que era popular en España, lo que en realidad así era porque el pueblo creyó que venía a apoyar a Fernando VII contra Godoy. Ante el gran desengaño que supuso la verdadera intención de Napoleón de invadir España con sus cien mil soldados y apoderarse de ella, el pueblo español estalló en una rebelión desesperada, que se corrió con asombrosa rapidez por todos los rincones del territorio nacional uniendo a todas las clases sociales. Los sucesos del 2 de mayo en Madrid pusieron las cosas en su sitio, pues esa fecha constituye uno de los jalones más importantes de la historia de España. Fue el comienzo de una guerra del pueblo contra los invasores franceses y su Gobierno, conocida como Guerra de la Independencia. El alzamiento de Madrid tuvo una enorme repercusión. Famoso fue el manifiesto del alcalde de Móstoles, pueblo cercano a Madrid, declarando en peligro la patria y llamando a los españoles para que acudiesen a salvarla. Actos rebeldes se produjeron en bastantes puntos de España, azuzando a las autoridades militares por su tibieza. Y fue en campos españoles donde las águilas imperiales francesas sufrieron su primera humillación, aunque los ejércitos napoleónicos dejaron los gérmenes revolucionarios que determinaron buena parte de la historia del turbulento siglo XIX español.

En estas caóticas circunstancias comenzaron a organizarse diversas juntas populares nacidas al calor de la sublevación, que se integraron en la Junta Suprema Central, la cual organizó la resistencia a los invasores que se distribuyeron en tres núcleos principales. Uno en el centro con 75.000 hombres que aseguraba la comunicación con Francia. Otro de 28.000 hombres en Portugal y un tercero en Cataluña con 14.000 hombres. Mientras que el grueso de las tropas españolas, desorganizadas y mal armadas, estaban acantonadas en Galicia y Asturias para defender aquellas costas de los ingleses. Luego había una serie de batallones dispersos en provincias. Lo cierto era que las fuerzas disponibles estaban formadas por voluntarios carentes de instrucción. No obstante, las Juntas de Sevilla y Granada lograron organizar un ejército de 25.000 infantes, 200 caballos y 60 cañones que pusieron al mando del general Francisco Javier Castaños, que en un alarde de saber hacer derrotó a los franceses en la batalla de Bailén (19 de julio de 1808), lo que les costó 3.000 bajas y 18.000 prisioneros. La victoria de Bailén, aparte del efecto moral en Europa, impidió a los franceses su paso hacia Andalucía y dio lugar a que el rey José Bonaparte saliera de Madrid. Al mes siguiente el ejército francés levantó el sitio a Zaragoza debido a la brava resistencia de sus defensores junto al heroico general Palafox.

La batalla de Bailén, primer desastre de un ejército napoleónico en Europa, obligó a Napoleón a venir a España y todo cambió, pues se produjeron derrotas continuas al ejército español. En realidad su dominación se extendió de 1809 a 1812. Dispuso de un ejército de 300.000 hombres frente a los 110.000 que tenía la Junta Suprema Central. Con suma facilidad llegó a Madrid, obligó a reembarcarse a un cuerpo de ejército inglés en La Coruña y repuso a su hermano José en el trono español, que se pasó el reinado en estado de guerra. Una vez que el emperador se marchó a Francia continuó la guerra.

Como Zaragoza era clave para las comunicaciones de los franceses con su país sufrió un segundo sitio que duró dos meses, de 21 de diciembre de 1808, y que los defensores no pudieron aguantar a pesar de la feroz resistencia, hasta capitular el 21 de febrero de 1809. El general Palafox y los zaragozanos de todas las clases sociales defendieron la ciudad con supremo heroísmo. Famosa por su valentía y bravura en los sitios de Zaragoza fue la catalana Agustina de Aragón. En Cataluña el emperador envió un ejército de ayuda a sus combatientes, puso sitio a Gerona, plaza que dominaba la ruta de la frontera a Barcelona, la cual se defendió solo con 600 hombres, pero agotada su resistencia hubo de entregarse.

Entretanto, las tropas españolas, dispersadas por Napoleón, habían conseguido reorganizarse. Los ingleses, siempre a la búsqueda de aliados continentales contra Napoleón, pactaron con la Junta Suprema Central y ayudaron a España y Portugal en hombres, armas y víveres. Al mando de las fuerzas unificadas españolas, portuguesas e inglesas se nombró al general Arthur Wellesley, que contó con la ayuda eficaz de los guerrilleros, así como con la heroica resistencia catalana.

Napoleón tenía un plan para dominar lo más breve posible toda la Península. Ordenó al mariscal Soult que se apoderara de la zona occidental con Oporto y Lisboa. Al mariscal Victor le encargó destruir el ejército de Extremadura y apoderarse de Badajoz y Sevilla. Y al general Sebastini que atacara a las tropas de la Mancha y Sierra Morena, dejando por el momento las campañas de Aragón y Cataluña. Sebastini y Victor cumplieron con su cometido en sendas victorias (Ciudad Real y Medellín), en cambio el mariscal Soult fue vencido por el general inglés Wellesley. Pero sobrevino el desastre de Ocaña (19.11.1809) donde el ejército del centro fue vencido por el rey José, que abrió a los franceses las puertas de Sierra Morena y el dominio de Andalucía, salvándose la ciudad de Cádiz gracias al duque de Alburquerque que se refugió en ella con 10.000 hombres.

Los franceses se aprestaron a guarnecer el territorio peninsular invadido, un nuevo ejército francés de 100.000 hombres penetró en España en el año 1810. Con ellos pasaban de 350.000 los soldados napoleónicos que había en la península, con los que se esperaba dominar toda la resistencia. La guerra, ya en pleno apogeo, tuvo varias alternancias bélicas. Después de más de siete meses de combates, ya en 1811, el general Wellesley obligó a los franceses a retirarse a Andalucía con gran pérdida de hombres. Sin embargo, en la región levantina, después de brillantes campañas, los franceses se hicieron dueños de varias ciudades.

El general Wellesley (conocido a partir de 1814 como duque de Wellington) dedicó los últimos meses de 1811 a organizar sus tropas para la gran ofensiva contra los franceses, mientras que los guerrilleros españoles (Mina, Pollet, Julián Sánchez, El Empecinado, el cura Merino, etc.) distraían a los ejércitos franceses en una serie de pequeñas operaciones que desgastaban las energías galas y les impedían campañas de mayor envergadura, cortando sus comunicaciones, atacando sus destacamentos de exploración y molestándoles continuamente sin darles tregua.

Ya en enero de 1812 atacó Wellesley, se apoderó de algunas ciudades y derrotó a los franceses en la batalla de Los Arapiles (22 de julio), junto a Salamanca, donde el mariscal francés Marmont perdió 15.000 hombres y obligó al rey José a salir huyendo de Madrid, a la vez que se obligó a levantar el sitio de Cádiz. El general Wellesley entró triunfalmente en Madrid, pero ante la concentración de todas las tropas francesas hubo de retirarse hacia el oeste.

Al comienzo del año 1813, aprovechando la disminución de los efectivos franceses que Napoleón se llevó para reconstruir la “Grande Armée” (gran ejército), aniquilado en la campaña de Rusia, el general Wellesley (Wellington) decidió emprender una serie definitiva de operaciones. Para entonces contaba con un ejército mejor organizado y los guerrilleros tenían inmovilizados a más de 40.000 franceses. Wellesley lanzó gran parte de su ejército hacia León y Castilla la Vieja con el fin de cortarle a los franceses las comunicaciones entre Madrid y la frontera gala. Entonces José I se retiró a Valladolid y después más al norte hasta llegar a Vitoria, siempre perseguido por su rival. Por fin se decidió a presentar batalla en esta última ciudad donde fue derrotado (21 de junio), y salió huyendo con el resto de su ejército dejando en poder de su enemigo un botín inmenso. El 28 de junio de 1813 cruzó la frontera por Irún a uña de caballo, salvándose de milagro de la persecución de los patriotas españoles. En su huida le acompañaban una enorme cantidad de carromatos atiborrados de joyas de la corona española, obras de arte producto de lo que había hurtado en España y gran cantidad de dinero, que junto con todo el tren de la guerra lo tuvo que dejar en poder del ejército angloespañol. Parece ser que una de las causas de la pérdida de la batalla de Vitoria en la Guerra de la Independencia fue transportar el fabuloso botín del saqueo del reino. La batalla definitiva fue la de San Marcial el 31 de agosto (Vera de Bidasoa, Navarra), uno de los triunfos más brillantes de las tropas angloespañolas, que en octubre de 1813 invadieron el sur de Francia hasta llegar a Toulouse, Bayona y Burdeos.

Derrotado Napoleón y huido su hermano José, el emperador firmó un tratado con Fernando VII reconociéndolo como legítimo rey de España. El viaje del rey Fernando desde la frontera francesa a Madrid fue una marcha triunfal. La carroza real avanzaba rodeada de una masa compacta de entusiastas españoles. Y así acabó la usurpación bonapartista del trono español.

Según el profesor Ciriaco Pérez Bustamante la Guerra de la Independencia significó, en primer término, la resistencia de la tradición española, católica y monárquica, frente al avance de las ideas de la Revolución francesa. Escribe el profesor que el imperio napoleónico no era otra cosa que la expansión armada de esta Revolución, que hizo presa en parte de políticos e intelectuales españoles, que se convirtieron en “afrancesados”. Siendo el pueblo, con sus guerrilleros y clérigos los que conservaron el sentido tradicional, aunque las minorías políticas se impusieron dando lugar a la Constitución de Cádiz de 1812, de inspiración francesa, la cual afirmó la soberanía nacional, la separación de poderes - ejecutivo, legislativo y judicial - y las libertades públicas.