El grito desabrido


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AMANDO DE MIGUEL

No me refiero al famoso cuadro de Munch, que, más que un grito humano, es un alarido de terror, una expresión cercana a la animalidad, al desorden mental. Hay algo más común y cotidiano, incluso normal, en nuestra época, que es el gusto por el grito, la exclamación en voz alta, el tono vociferante de muchas conversaciones. Puede que estemos ante una supervivencia de las tribus prehistóricas. Fueron las que descubrieron la voz modulada para producir sonidos con significado, esto es, el lenguaje. Así se distinguían de los animales. Con el paso de los milenios, la humanidad logró conversar sosegadamente con palabras bien moduladas. Solo en ocasiones de desesperación, de ira, de dolor agudo y persistente nos atrevemos a gritar.

Pero, descubierta la radio y luego la tele, se ha generalizado un modo de hablar en los medios que es elevar la voz hasta un registro máximo, chirriante. Llega al paroxismo en los programas dizque deportivos, en ciertos anuncios publicitarios, en algunos programas políticos o de entretenimiento. Sin llegar a tanto, en las tertulias de la radio y de la tele se impone a veces el uso de hablar varias personas al mismo tiempo, lo que hace ininteligible el guirigay. Pero, por lo visto, es algo que se aprecia.

En muchas películas recientes se superpone la voz de la conversación a la música o a los ruidos de fondo, lo que resulta en una algarabía difícil de entender. También es curioso que ese efecto no aparezca en las películas rodadas hace una generación. Incluso a las personas algo tenientes como yo les resulta penoso percibir las frases que emiten algunos personajes, sobre todo femeninos, en las películas recientes. En este caso parece que bisbisean. De nuevo, es un efecto que no aparece en las películas un poco antiguas. No sé en qué estarán pensando los ingenieros de sonido con la maravilla de aparatos electrónicos o digitales ahora disponible.

Es lástima que haya desaparecido la voz “greguería” para indicar la confusión que se arma en un grupo cuando predominan las voces que gritan. Ramón Gómez de la Serna inventó para la palabreja un nuevo sentido que es el que se impuso. Bien está la greguería como manifestación alegre en una reunión festiva, pero no la llevemos como usual en la radio o en la tele.