Cálidas reflexiones sobre la gota fría


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AMANDO DE MIGUEL

AHORA QUE HA pasado el desastre de la gota fría (el último por ahora), es el momento de ponernos a reflexionar. Lo primero que se observa es que se trata de un suceso recurrente: suele suceder en el mes de septiembre, año tras año y seguramente siglo tras siglo; azota el sureste de la Península Ibérica. Algo así sucede con los huracanes del golfo de México y las Antillas. En ambos casos llama la atención la conducta irracional de las autoridades y los habitantes de ambos territorios. En el sur de los Estados Unidos, la zona expuesta a los huracanes, se siguen construyendo livianas casas de madera, que se hacen astillas en cuanto empieza a azotar los huracanes. Los españoles fundaron San Agustín, la primera ciudad de Norteamérica, en la costa atlántica de Florida, y la levantaron con casas de piedra, que todavía resisten impávidas a los vientos huracanados.

En España las casas suelen ser de piedra, hormigón o ladrillo. Pero en la zona sureste de la Península se empezaron a edificar hace poco en el terreno que la naturaleza dejaba para las ramblas y rieras. Por ellas discurre la torrentera cuando se presentan los episodios de gota fría. Por tanto, esas zonas se inundan una y otra vez. De forma excepcional y meritoria, en los años 60 del siglo pasado se construyó un nuevo cauce para el río Turia a su paso por Valencia después de una terrible inundación. Se llamó “plan sur”. A partir de entonces no ha habido más inundaciones en la ciudad de Valencia y además se utilizó el antiguo cauce del río para un esplendoroso parque. Bien valió el extraordinario coste de aquella obra que pareció faraónica.

Asombra que no se haya ampliado el “plan sur” de Valencia a las otras ramblas y ríos del sureste ibérico. Consistiría en un plan aún más ambicioso: la construcción de muchos pequeños embalses y grandes aljibes subterráneos junto a las ramblas. Habría que prohibir la edificación de nuevos inmuebles (casas, fábricas, oficinas) en los bordes de las ramblas, entre otras medidas de prevención.

Se ha avanzado mucho en la predicción de los fenómenos de gota fría y no solo porque ahora se ven ensalzados con un estúpido acrónimo (DANA, “depresión aislada en niveles altos” o algo parecido). Por desgracia, de ese avance no se sigue que, ante la esperada llegada de la gota fría, se retiren los coches de los aparcamientos en los terrenos de las ramblas. Esa medida preventiva, y otras más que tendrían que explicar los técnicos, serían mucho más efectivas que todas las disposiciones reparadoras que puedan tomarse después del desastre. La esperada “declaración de zona catastrófica” no es más que un subterfugio administrativo para obtener fondos públicos extraordinarios y tranquilizar un poco a la población. Está bien, pero lo malo es que ese alivio momentáneo empañe la preocupación primordial para tomar medidas preventivas. Una cosa es casi segura: los episodios de gota fría van a ir a más. La causa no está en la industria o la contaminación urbana. Obedece más bien a una tendencia secular al calentamiento del planeta, y por tanto de los mares.