Las clases sociales en la época imperial de España

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ADOLFO PÉREZ

En el estudio de la historia de un país, si importantes son sus personajes relevantes y los hechos históricos de una época, bueno es también conocer cómo era la sociedad de su tiempo y los diversos estamentos que la componían, desde la alta nobleza a la más humilde capa social. Como la época áurea, imperial, de la historia de España es la presidida por los reyes Carlos I, Felipe II y Felipe III (siglos XVI y XVII), bueno es dedicar un artículo a aquella sociedad con datos tan curiosos que merecen el interés de ser leídos, siendo el Compendio de la Historia de España de profesor Ciriaco Pérez Bustamante la bibliografía consultada.

LA NOBLEZA. En los reinados anteriores a Isabel la Católica, en Castilla los nobles eran díscolos y rebeldes. Sirva de ejemplo el rey Enrique II el de las Mercedes (1369 -1379), llamado así por las que otorgó a los nobles, unos señores feudales que actuaban como si fueran independientes. No obstante, el monarca tenía madera de gran rey: valiente, sagaz y activo. En cuanto a los nobles, algo parecido ocurrió con los cuatro monarcas que le sucedieron hasta que los Reyes Católicos (año 1474) acabaron con la anarquía del reinado de Enrique IV. Redujeron el poder de la nobleza y la sometieron al poder real. En los tiempos de Carlos I (1517 – 1555), hijo de la reina Juana la Loca y nieto de los Reyes Católicos, hubo nobles que simpatizaron con los comuneros.

(El tiempo de los comuneros se remonta a 1517. A la muerte de Fernando el Católico ocupó el trono de Castilla y Aragón su nieto Carlos I, nacido y criado en Flandes. Llegó rodeado de nobles y clérigos flamencos, lo que produjo el descontento de los castellanos. El movimiento comunero se extendió a varias ciudades castellanas, que ante el intento de Carlos I de subir los impuestos para coronarse emperador de Alemania produjo el levantamiento, que fue derrotado en la batalla de Villalar, y sus líderes, Padilla, Bravo y Maldonado, decapitados.)

Ante el movimiento comunero muchos nobles ayudaron al rey. Pero cuando el monarca convocó las Cortes de Toledo en 1538 con motivo de querer aplicar un impuesto general para costear las guerras, los nobles votaron en contra, entonces el rey disolvió las Cortes y redujo a la nobleza a la condición de palaciega, sin ningún poder, a cambio obtuvo honores y cargos públicos carentes de fuerza influyente. Lo mismo Carlos I que su hijo Felipe II (1555 – 1598) procedieron con gran recelo respecto a los magnates, sirviéndose con preferencia de la nobleza de segundo grado o de letrados. En tiempo de Felipe II, poco dado al boato cortesano, la alta nobleza vivía con preferencia en sus tierras. Con su hijo Felipe III (1598 – 1621) comenzó una buena época para la nobleza. El duque de Lerma, valido del rey, era un desvergonzado que se aprovechó de su posición para lucrarse de modo insaciable, a la vez que favorecía a su familia con títulos y mercedes de toda índole. Lo mismo hicieron los otros magnates, que sólo buscaban enriquecerse y ocupar los altos cargos, a la vez que aumentaba el despilfarro en sus fiestas cortesanas. En 1639 la condesa de Aranda se lamentaba en su libro “Lágrimas de la nobleza” de la decadencia moral a la que se había llegado.

GRADOS DE NOBLEZA. La jerarquía nobiliaria estaba organizada en grados, siendo el de ‘Grande de España’ su máximo nivel, que se decían descender de príncipes de sangre real o de títulos muy antiguos. Gozaban de privilegios excepcionales, como permanecer cubiertos en presencia del rey. Eran muy vanidosos, hasta el punto que el duque de Osuna, a su paso por Roma, exigió por derecho propio ser alojado en el palacio pontificio. Asimismo, gozaban de cuantiosos ingresos producto de sus tierras. Cuenta Cervantes que muchos de ellos, debido a su ociosidad y prodigalidad en las fiestas cortesanas, acudían a algún vasallo o labrador rico para que les prestara dinero. Carlos I, creador del título ‘Grande de España’, limitó su número a veinticinco, pero en reinados siguientes, sobre todo en el siglo XVII, aumentó bastante esa cifra. A los nobles con ‘grandeza de España’ les seguían en jerarquía los que no la tenían, como duques, condes, marqueses, etc., considerados como parientes del rey; detrás seguían los caballeros, miembros de las órdenes militares, dueños de tierras y señoríos.

LOS HIDALGOS. El grado inferior de la nobleza eran los hidalgos, los cuales poseían alguna propiedad que les permitía mantener su rango nobiliario sin trabajar y estar exentos del pago de tributos como los demás nobles. Pero al lado de esos hidalgos estaban otros que no disponían de medios para sustentar dignamente su posición social, forzados a encubrir su pobreza, “que comían mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita el palillo de los dientes”, así decía Alonso Quijano, el hidalgo Don Quijote. Además de los hidalgos de sangre o de nobleza, ricos o pobres, estaban los hidalgos de ‘privilegio’, que recibían el título de nobleza por merced real o por compra, pues para allegar recursos al tesoro se hicieron ventas de hidalguías con gran éxito, dado el afán nobiliario de la época y el ansia de llevar un ‘don’ delante del nombre. “Yo imagino – decía Sancho Panza – que en esta ínsula debe haber más dones que piedras.” O como decía Quevedo: “Yo he visto sastres y albañiles con don.”

LOS LETRADOS. Los llamados letrados llegaron a constituir una verdadera clase social, era la clase media, debido al desarrollo de la burocracia y al deseo de tener un empleo, desempeñaban puestos en las secretarías y en la administración pública. Procedían de las universidades, unos eran hidalgos y otros de familias burguesas. Su importancia fue en aumento porque representaban el elemento técnico y jurídico. Ante tal plétora de bachilleres, licenciados y doctores se pensó en limitar los estudios de derecho durante quince años. A la clase media pertenecían también negociantes, mercaderes, burgueses y artistas.

EL CLERO. La religiosidad de la época, la influencia social y la deferencia hacia el clero ayudaron a su aumento; algunos autores cifran en ciento cincuenta mil los clérigos seculares (obispos y curas) y regulares (abades y monjes) que había en España en el año 1623. Disfrutaban de un fuero especial y estaban exentos de algunos impuestos. Por estas causas crecieron en gran medida los bienes eclesiásticos, de modo que en 1619 el Consejo de Castilla propuso no otorgar nuevas licencias a religiones y monasterios, así como limitar el número de eclesiásticos. Ejemplo: el arzobispado de Toledo reunía al año de 350 a 400.000 ducados. Bien es cierto que la mayor parte de ese dinero se gastaba en beneficencia pública, en sostén de hospitales y asilos y reparto de víveres. La asistencia a los más pobres corría a cargo de la Iglesia. Otra parte del dinero iba para los templos, obras de arte y mecenazgo de artistas.

LAS ÓRDENES RELIGIOSAS. Fue una época brillante en lo que se refiere a las órdenes religiosas. La Compañía de Jesús (jesuitas) tuvo santos como Ignacio de Loyola y Francisco Javier. Los dominicos brillaron con grandes teólogos y juristas como Francisco de Vitoria. Igual se puede afirmar respecto al celo apostólico de franciscanos, agustinos o carmelitas como santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz; san Juan de Dios fundador de los hospitalarios, dedicados a los enfermos, y san José de Calasanz fundador de las Escuela Pías, con fines educativos. El espíritu de caridad y benéfico de los religiosos españoles culminó con su formidable espíritu misionero en América y Extremo Oriente, donde todos ellos realizaron una enorme labor, tanto educativa como de apostolado. Gracias a sus virtudes y a la sangre de muchos mártires, inmensos territorios entraron en la civilización.

EL PUEBLO. Dentro del concepto de pueblo había varias categorías. Estaban los ‘pecheros’ o gentes que pagaban impuestos (pechos). Los ‘cristianos viejos’, vanidosos de su origen, muchos con tierras agrícolas. Los ‘artesanos o menestrales’ dedicados a diversos oficios y artes mecánicas (albañiles, canteros, herreros, carpinteros, tejedores, etc.), agrupados en gremios con sus tres categorías: aprendices, oficiales y maestros. Luego estaban los obreros y jornaleros, dedicados a las labores del campo trabajando doce horas al día a sueldo o a jornal. Sin embargo, aún quedaban en los campos residuos medievales, pues los magnates conservaban algunos derechos sobre ciertos servicios cuyo uso cobraban, tales eran los hornos y los molinos, o los permisos para la caza y la pesca. Era frecuente que los señores abusaran del cobro a pesar de los intentos del rey en acabar con el atropello. Semejante tiranía dio lugar a motines populares en distintos sitios.

LA CLASE ÍNFIMA. Dedicamos este párrafo a los que fueron protagonistas de la novela picaresca, las gentes de clase ínfima: mendigos, vagabundos, buhoneros, pícaros, titiriteros, rufianes, bandidos, maleantes, etc., cuyo nombre indica su modo de vida. En la novela picaresca se relata la vida y milagros de estas gentes, que inspiraron bellas obras de nuestra literatura: “El lazarillo de Tormes”, “El buscón”, “Guzmán de Alfarache”, “La pícara Justina”, “Estebanillo González”. Un mundo pintoresco de gente maleante, plaga de la época.

LOS CÍNGAROS. Estos eran los desclasados de otra etnia, reacios al sedentarismo, amantes de los caminos, yendo de un lugar a otro en sus tartanas. Muy dados a las reyertas, a los robos y a los hurtos. Eran bastante supersticiosos y peligrosa era la convivencia con ellos. Contra sus modos de vida se dictaron normas, así las Cortes de Toledo de 1525 pidieron su expulsión. Años más tarde se les prohibió vivir en pueblos menores de mil habitantes. En 1633 Felipe IV dictó una norma para integrarlos con los plebeyos, de modo que se les prohibió usar sus trajes y su lengua, andar en ferias y dedicarse a tareas vedadas. Se les obligó a salir de sus barrios y mezclarse con los demás vecinos bajo penas de doscientos azotes y seis años de galeras, pero tales medidas resultaron ineficaces.

LOS MORISCOS. Muchos fueron los musulmanes que se quedaron en sus tierras conviviendo con los cristianos conforme avanzaba la Reconquista, eran los mudéjares, la mayoría agricultores, a los que se les permitió convivir con arreglo a su forma de vida. En la Edad Media la convivencia fue pacífica, pero tiempo después los obligaron a convertirse, hasta el punto de que hubo bautismos en masa por aspersión (4.000 en un acto). Hacia 1499 el cardenal Cisneros ordenó la injusta quema de sus libros sagrados en Granada. El mal trato produjo motines y revueltas de los islamitas convertidos (los moriscos), lo que ocasionó que los Reyes Católicos los pusieran en la disyuntiva de bautizarse o salir de España. Al no conseguirse la integración, a partir de 1525 se fueron dictando normas contrarias a los moriscos, hasta que en 1567 Felipe II les prohibió el uso oral y escrito de su lengua y sus costumbres. Medidas que en 1568 causaron la rebelión de los moriscos de Granada en las Alpujarras, sofocada en 1571 por Don Juan de Austria, hermano del rey. Unos se fueron al norte de África y otros se dispersaron por España. En tiempos de Felipe III el problema se agravó al saberse sus contactos con los piratas turcos y berberiscos que saqueaban las costas, de modo que en 1609 se ordenó la expulsión definitiva. Se calcula que salieron sobre medio millón.

ESCLAVOS. En esa época hubo esclavos en España, se supone que unos cien mil. La mayor parte eran cautivos de la guerra con los infieles y otra parte menor eran negros comprados en el mercado de esclavos de Portugal procedentes de las costas africanas. El trato que recibían no era duro, pues las leyes los protegían del maltrato de sus dueños. Sus labores eran diversas: portuarias, domésticas o en galeras. Los hijos de una esclava adquirían la condición de esclavitud de la madre. A los que huían se les imponían severas penas (prisión, galeras, horca).

LOS EXTRANJEROS. Las Cortes de Castilla eran contrarias a que los extranjeros ocuparan cargos públicos; asimismo deseaban que se limitaran las cartas de naturaleza. Pero al decaer la industria española sin poder atender las necesidades, nos colocó en una situación de dependencia respecto a los extranjeros, que poco a poco abrieron brecha en la economía nacional y adquirieron privilegios. Se organizaron en colonias presididas por cónsules bajo la protección de las embajadas. Los franceses eran numerosos en nuestro país, con grandes negociantes en Andalucía. Debido a los dominios españoles en Italia, afluyeron muchos italianos a España: artistas, negociantes, literatos.