La España musulmana


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ADOLFO PÉREZ

Creo que uno de los capítulos que menos conoce el gran público de nuestra historia es el referido a la España musulmana (711 – 1492), coetánea de la España cristiana medieval. Hoy toca la complicada y difícil tarea de escribir un sencillo artículo sobre los aspectos generales de los setecientos ochenta y un años de permanencia de los islamistas en el solar hispano. Vamos a ello.

El profeta Mahoma, nacido en La Meca el año 575 de nuestra era y fallecido en Medina el año 632, ambas ciudades de Arabia, es el fundador del Islam, la religión de los musulmanes, uno de cuyos preceptos es propagar el islamismo por medio de la guerra santa. (No se confunda ser árabe con ser musulmán, pues el árabe es el nacido en Arabia y musulmán el que practica la religión islámica.) Para cumplir dicho precepto los musulmanes se expandieron por el norte de África chocando con la civilización visigoda, de modo que árabes y norteños berberiscos enseguida intentaron entrar en la península, pero rechazados al principio la situación cambió con el rey Rodrigo, tiempo en que se hundía el dominio visigodo hispano. Un reinado revuelto, con luchas civiles entre el rey y los hijos del fallecido rey Witiza, ansiosos en recuperar el poder. Era el momento de una invasión exitosa. En ese tiempo era gobernador de Ceuta el conde don Julián, enemigo del rey Rodrigo, según la leyenda por haber forzado el monarca, en Toledo, a una hija del conde, Florinda la Cava. De forma que don Julián, deseoso de vengarse del rey, negoció con el emir Muza la invasión que Tarif (año 710) realizó en la zona de Tarifa, de ahí su nombre. Al año siguiente el emir Muza envió a Tarik con un ejército mayor que exploró Algeciras y Gibraltar, donde se asentó. (Meter miedo las madres a los niños con el moro Muza forma parte del acervo popular a través de los siglos.) A la invasión sarracena el rey Rodrigo, ayudado por los hijos y partidarios de Witiza, les hizo frente pero fue derrotado junto al río Guadalete (año 711). En el combate los partidarios de Witiza traicionaron al rey y se unieron a Tarik. 

Pero en contra de lo que pensaran los visigodos los africanos se lanzaron a invadir la península, cosa que ultimaron en el año 716, sin haberlo logrado en la franja norteña. Es probable que los visigodos ignoraran el precepto musulmán de propagar el Islam mediante la guerra santa. Para los berberiscos su interés era el botín, sin preocupación religiosa. La facilidad que tuvieron los invasores se debió al descrédito de los visigodos con los últimos reyes y el deseo del pueblo por liberarse de los altos tributos que impedían el progreso y hundían a la población en la miseria. La mayor parte de los nativos se convertían al islamismo para no pagar impuestos, eran los ‘muladíes’. En España, los sarracenos organizaron un gobierno dependiente del califa de Damasco, que como jefe espiritual y político él mismo designaba a los gobernadores o por medio de los emires de África. Dominada la mayor parte de la península y atendida la organización administrativa y fiscal, así como el reparto de tierras y la recaudación de tributos, se inicia la penetración en Francia, pero con el fracaso del año 740 abandonaron la tentativa de invasión.

Los invasores chocaron con dos problemas, uno, el empuje reconquistador de los reinos cristianos, y otro, las discordias internas por las rivalidades políticas y variedad étnica: árabes, berberiscos, sirios, yemeníes, etc. Hasta que un genial político puso fin al estado de cosas, era Abderrahman ben Moavia, de la familia del califa Omeya de Damasco. Pero resultó que en el año 750 la familia de los fanáticos Abbasidas (descendientes de Abbas, tío de Mahoma) se hicieron con el califato después de una matanza a los Omeyas y sus partidarios, solo Abderrahman escapó del exterminio familiar, y después de vagar algún tiempo se presentó en España donde su familia tenía partidarios (año 755), y después de vencer al emir Yusuf (año 756) entró triunfalmente en Córdoba y se proclamó emir independiente, aunque reconociendo al califa de Bagdad como jefe espiritual. Gobernó desde el año 756 hasta el 788. Así nació la monarquía cordobesa. Hubo de combatir, unas veces contra los cristianos o contra los enviados del califa de Bagdad, y otras contra los díscolos berberiscos, incluso contra el despojado emir Yusuf. Con todo, el reinado de Abderrahman fue enérgico, eficaz y próspero. Hasta llegar al califato independiente le sucedieron seis emires, el primero de ellos su hijo Hixem I (788 – 796), amante de las artes, protector de las ciencias, siguió la edificación de la mezquita de Córdoba.

El profesor Ciriaco Pérez Bustamante dice que, a pesar de los problemas que surgían en el interior, el esplendor, poderío y prestigio del reino arabecordobés iba en aumento. Y además un nuevo periodo se acercaba que aumentaría aún más ese esplendor. Abderrahman III (912 – 961), nieto del emir Abdala, sería su iniciador. Mantuvo a raya a los focos rebeldes y en el año 929 consiguió terminar la unidad nacional musulmana, y entonces se tituló califa independiente y comendador de los creyentes, de este modo la separación del califato de Bagdad era total. A la vez realizaba correrías contra los reinos cristianos con diversa fortuna, pues si bien obtuvo una victoria señalada en Valdejunquera (año 920), fue derrotado en Simancas y Alhandega. El declive del califato de Bagdad aumentó la categoría del califato cordobés de Abderrahman III y su Estado adquirió fama y relieve en toda la Cristiandad (Europa). Su hijo y sucesor Alháquen II (961 – 976) prolongó la obra de su padre, aunque era más inclinado a las letras y las ciencias. Según el historiador Eduardo Manzano el califato de los Omeyas fue una gran concentración de talento intelectual, y añade que los cuatro años entre 971 y 975 fueron los de máximo esplendor, siendo Córdoba la mayor ciudad de occidente del siglo X, con 80.000 habitantes, con fama universal. Es famoso el pasaje de la monja alemana Hroswita que llamaba a Córdoba ornamento del mundo.

Su hijo y sucesor Hixem II (976 – 1013) era el prototipo del príncipe abúlico, refinado y dejado en el gobierno, que lo entregaba en manos de validos. Es el tiempo de Almanzor (el victorioso por Alá) que en realidad gobernaba el califato, siendo un periodo de pujanza y grandeza militares. Inició una gran ofensiva contra los cristianos hasta apoderarse de Santiago, ciudad que saqueó y de la que se llevó un inmenso botín, aunque respetó la tumba del apóstol. Pero no todo fueron victorias pues sufrió la seria derrota de Calatañazor (año 1002), que provocó su final, aunque Menéndez Pidal no admite esta batalla. A Almanzor le sucede su hijo Muzafar, que mantuvo la obra de su padre hasta 1008. A ambos validos siguieron serias disensiones internas entre un biznieto de Abderrahman III y Abderrahman Sanchol o Sanchuelo, hijo de Almanzor y una princesa cristiana. Derrotado y muerto Sanchol se desató la anarquía. Pasaron varios califas hasta llegar a Hixem III (1027 – 1031), que no pudo imponer la paz porque ya era tarde. A partir de entonces el poder musulmán se fracciona en pequeños reinos llamados taifas.

En los modos de vida de Al – Andalus (nombre con el que se conocía la España musulmana) primaba la religión, el Islam, cuya doctrina está contenida en el Alcorán (libro sagrado revelado a Mahoma), que afirma que su único dios es Alá, y reconoce la existencia de grandes profetas, como Moisés y Cristo. Proclama la inmortalidad del alma y la felicidad eterna. Su profesión de fe es: ‘No hay más Dios que Alá y Mahoma su profeta’. Sus preceptos son: rezar cinco veces al día; el ayuno anual del Ramadán; la visita una vez en la vida a La Meca. Los ‘ulemas’ eran los sabios que resolvían las dudas a los creyentes, y los ‘imanes’ dirigían las conciencias de los fieles y los rezos en las mezquitas, que son sus templos. La base del Estado era el califa, comendador de los creyentes, ayudado en el gobierno por el primer ministro (háchib) y los ministros (visires). La organización judicial era muy completa, cuyos jueces eran los ‘cadíes’. La legislación giraba en torno al Alcorán, fuente de la vida política, civil, jurídica y social. La base de la familia era la poligamia, donde las esposas legítimas podían ser hasta cuatro, con la autoridad férrea del marido sobre esposas e hijos.

En Al – Andalus la variedad étnica era notable: españoles (mozárabes); judíos, que ayudaron a los árabes en la conquista, no siempre bien tratados; árabes (aristócratas, minoría); los berberiscos, frecuentes agitadores. Y además. en escaso número: sirios, persas, eslavos y otros. La base social la formaban los libres y los siervos. De ambos había diversos estamentos. La organización tributaria era compleja, influida por la religión de los contribuyentes. Los musulmanes tributaban con el diezmo de sus cosechas, según el precepto islámico.

Los árabes asimilaron fácilmente la cultura latino – visigoda, que sumaron a la suya propia. Era famosa la gran biblioteca de Alhaquen II. Venían sabios de Oriente a los que se pagaba con esplendidez. En cuanto a las artes llegaron a alcanzar un brillo inusitado. La mezquita de Córdoba es la gran muestra del arte religioso. En las artes menores buena muestra son las obras maestras de orfebrería, joyería, cerámica y demás. Dentro de tanto esplendor estaban los ‘mozárabes’, españoles de origen visigodo o hispanorromano, que mantenían su religión, tradiciones, lengua y cultura. A la cabeza de estas comunidades se hallaba un conde, nombrado por el emir. La religión cristiana era, en general, tolerada por los califas.

Como ya se ha dicho la desmembración del califato de Córdoba dio lugar a la formación de feudos, origen de los reinos de taifas. Tres grupos hostiles entre sí fueron los causante de la guerra civil: africanos (al sur), eslavos (zona oriental) y los nacionales, de familias árabes. Los más importantes reinos de taifas fueron los de Sevilla, Zaragoza, Valencia, Granada, Málaga, Denia, Badajoz y Almería. Estos reinos, a pesar de la decadencia, se convirtieron en focos de cultura literaria, artística y científica. Era la época de la España cristiana del Mío Cid.

En el año 1091 entraron en Al – Andalus los ‘almorávides’, nombre que significa consagrado a Dios. Era un pueblo sahariano, fanático, destacando entre sus caudillos Yusuf ben Texufin, que llevó a cabo importantes conquistas en España, pero no lograron detener la Reconquista cristiana. Sus últimos años (1143 – 1145) los dedicaron a luchar contra otros invasores: los ‘almohades’ (que significa unitarios). Era un importante y fanatizado pueblo de la región del Atlas africano en lucha contra los almorávides. Sus tropas entraron en Al – Andalus en 1146 y duraron hasta 1269. En 1212 sufrieron el desastre de la batalla de las Navas de Tolosa por el rey castellano Alfonso VIII y aliados. El último baluarte musulmán fue el reino nazarí de Granada, que se sostuvo por su peculiar relieve hasta que en 1492 fue ocupado por los Reyes Católicos.

Las trayectorias culturales en la vida de los reinos de Taifas eran similares a las de la época del califato. La organización del Estado, las clases sociales, la religión y el arte se mantuvieron siempre dentro de la concepción musulmana del mundo y del sentido religioso del Islam.