No vayas en coche.


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Bill Clinton es famoso por dos frases para la historia: “el sexo oral no es, propiamente, sexo” y “desde aquí se puede contemplar la más bella puesta de sol del planeta”. Obviamente, no las dijo en el mismo momento.

La segunda, según dicen, la pronunció en un célebre paseo con prebostes por el Albaicín, desde el mirador de San Nicolás, hoy conocido popularmente, desde entonces, como “Mirador de Clinton”.

Esa frase lanzó al estrellato o a la desgracia del turismo masivo, a la ciudad de Granada. La puso en el mapa, que es lo que sueña toda ciudad provinciana. A veces el aleteo de un expresidente en Granada provoca grandes movimientos de masas en Tokio para comprobar la exactitud de las afirmaciones presidenciales.

Hay, en este sentido una extraña atracción nipona por la provincia de Granada: Loja para las bodas, Montefrío, hermanado con Yokohama, son otros misteriosos ejemplos, de los que no consta que Bill Clinton sea responsable.

El Ayuntamiento de Granada, que no es tonto, visto el repentino éxito de atracción turística, del que no goza en la misma medida, por ejemplo, Córdoba, con méritos muy similares para ello, compatibilizó el destrozo urbanístico de la ciudad con el diseño de una estrategia recaudatoria parecida a la que utilizan los cazadores de aves migratorias, de palomas torcaces por ejemplo, que paso a describir para enseñanza de incautos y de hispanistas japoneses que me puedan leer. Cosa no del todo imposible.

Hay en Granada una serie de carriles para taxis y buses, de esos que nadie respeta en otros lugares, así como calles reservadas igualmente para residentes que gozan, acaso desde la Edad Media, del privilegio singular de acceso.

Parece ser – pero Alá es más grande – que con motivo de una huelga de policías locales, que optaron por no imponer multas de tráfico, para extender así el caos y la entropía, y lograr sus justas reivindicaciones sindicales. Los munícipes recogieron el desafío e implantaron un sofisticadísimo sistema de cámaras-multadoras, que en un abrir y cerrar de ojos detectan la infracción, te hacen una foto, te imponen la sanción, te la notifican y te instan a pagarla con un descuento del 50% siempre que no recurras y molestes en vano, no ya a la máquina – aún no se ha conseguido- , sino al humano que está detrás del artefacto diabólico.

Hasta este doloroso momento, yo era firme partidario de la irrupción del Gran Hermano en la vía pública. Pensaba, en mi ingenuidad, que el ciudadano cumplidor no tenía nada que temer al transitar honradamente por la vía pública, y que solo los delincuentes temerían la presencia de estas cámaras que, como la Virgen, “lo ven todo, y saben lo malito que tu eres”.

He cambiado de opinión tras pagar 80 euros (40 por pronto pago), y tras indagar en las redes sociales he descubierto, primero que no soy el único, y segundo, que el Ayuntamiento de Granada es uno de los que más recauda en toda España por este concepto y con este método de caza, poco frecuente afortunadamente en otras ciudades con menos “mala follá”.

El viajero escarmentado, como la tórtola abatida, como el dominguero víctima de muchos chiringuitos, playeros o filatélicos, ya no caerá en la misma trampa, pero los nuevos visitantes, volverán una y otra vez, ignorantes de que las escopetas y las redes japonesas de los cazadores al paso o al rececho siguen abiertas para desplumar al turista atraído y cegado por la belleza de la Alhambra y por las chorradas de Bill Clinton.

Por cierto, para aviso de navegantes locales y de japoneses cosmopolitas: cuidado con el túnel de Lorca: no hay perdón tampoco.