El traidor y el héroe


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

El lazo amarillo es el símbolo que el arcángel del Señor ofreció a los catalanes para distinguir los buenos catalanes de los malos catalanes, los traidores de los héroes.

Signifiquen esos adjetivos lo que signifiquen en el campo del relativismo político, que solo premia al que finalmente triunfa. Y en consecuencia una vez dotado de divisa y uniforme, o de ausencia de ambos, que cada cual elija la trinchera. A la postre el distintivo, como el uniforme, sirve sobre todo para evitar el despanzurramiento, por ignorancia o error, del camarada.

Solo se sabrá quién es el héroe o el traidor cuando la partida termine.

La condición de héroe o villano es mudable y, como una condecoración postrera, solo se asigna al triunfador o al derrotado. Mientras las espadas estén en alto todo es provisional.

El pasado 14 de marzo, víspera de los Idus de Marzo, vimos dos ejemplos de que esto es así: unos ciudadanos enmascarados descolgaron un gigantesco lazo amarillo del Ayuntamiento de Barcelona, quizá animados por la decisión de la Junta Electoral proclive a que la exhibición del símbolo patrio de los irredentistas se retire, al menos durante el proceso electoral. Con diligencia, algunos efectivos de la Policía Local, en funciones de guardia pretoriana, se apresuraron al forcejeo con los enmascarados ciudadanos, sin que la sangre llegase al río, porque aquí todos somos muy civilizados hasta que dejamos de serlo.

Uno de los policías advirtió a los unionistas que “estáis siendo grabados”, a lo que los enmascarados replicaron: “vosotros también”…

Y en efecto… ¿Qué consecuencias jurídicas se desprenderán del acto? ¿Serán multados los ciudadanos en aplicación de la ordenanza de gamberrismo y daños a patrimonio municipal? ¿Serán sancionados los policías locales, que se resistieron a la resolución de la Junta Electoral, y que, además y en su día, juraron defender las leyes y la Constitución española desde su profesión, que tiene la consideración de Cuerpo y Fuerza de Seguridad del Estado?... ¿quedará todo en acto fallido y nadie será responsable de nada?. Apuesto por esto último.

El otro ejemplo de cómo la categoría de un comportamiento oscila, y no poco, es la declaración en el Tribunal Supremo, como testigo (no puede mentir) del Jefe de los Mossos, señor Trapero, que volvió repentinamente su espada verbal contra los imputados martirizados por el Santo Oficio español, negándose él mismo a unir su suerte a la de los “presos políticos” , eludiendo así la dolorosa palma del martirio. Dijo, sorprendentemente, que tenía un plan B para prender a sus jefes inmediatos, Puigdemont y sus secuaces, a poco que el Estado español hubiese movido un dedo para ordenárselo.

Con esta declaración nada confusa – al contrario de la del impresor olvidadizo y clandestino del material electoral - , Trapero, a quien deja mal es al Estado Español, que no reclamó la espada del centurión, que, según dijo, tenía presta a blandir contra los felones.

Quizá el Estado y sus representantes, optaron por la cobardía o por la prudencia, dos términos anfibológicos según la intención del que los utiliza, precisamente como los de héroe o traidor.

Vista la declaración en sede judicial, y como testigo, del Ministro Zoido, le cumple más el adjetivo de cobarde que el de prudente. Quizá los mártires se lo apliquen igualmente al señor Trapero.