Uno de los nuestros


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SAVONAROLA

No, amadísimos hermanos, hoy no os voy a contar ninguna película de gánsters de los barrios bajos de Nueva York, sino de un político de la comarca que llegó a dirigir uno de los departamentos más importantes para nuestra zona, y terminó su mandato ganándose, por parte de sus administrados, que le reconocieran como uno más entre los suyos, es decir, como ‘uno de los nuestros’.

Vivimos tiempos, hijos míos, en que aquellos que gobiernan viven más pendientes de sí mismos que de esotros cuyas vidas administran, y pasan los más de sus días, sea cual fuere la marca que los cobija, cara al sol del poder que les alumbra y promociona mientras dan la espalda al pueblo.

Ellos saben que les vota el pueblo, pero que, en realidad, quien les elige es el aparato de sus partidos y, por eso, suelen, como los ríos, discurrir mansos por el terreno que más propicio les resulta, amoldándose y adaptándose a quienes manejan las estructuras del poder interno, tal que los guantes a la mano que les da de comer.

Por eso, mis queridos discípulos, a este fraile que os habla le sorprende, del mismo modo que a vosotros, el caso cada vez mas remoto del gobernante que recibe el elogio de sus administrados una vez que ha dejado aparcado el cetro del poder, pues que antes suele ser frecuente, aunque difícil distinguir, entonces, el reconocimiento de lo bien hecho del panegírico adulador a que la necesidad empuja, con cierta frecuencia, al subordinado.

No es el caso del que han otorgado los regantes a Rodrigo Sánchez, el hijo del panadero de Turre, un reconocimiento que no consiste en escultura alguna, y que tampoco ha logrado pisando ninguna moqueta roja, sino manchándose las botas con el barro de los bancales. Llegó conociendo las heridas de la tierra, y no tuvo empacho en reconocer las que permanecían abiertas siendo de los suyos la responsabilidad de haberlas cauterizado tiempo atrás.

Así, con una mano exigía soluciones a los distintos gobiernos de España al grave problema del déficit hídrico del campo almeriense, y no era únicamente una pose para mantener la tensión y poner en evidencia la política lesiva de un ejecutivo de otro partido, el Popular de Rajoy, para socavar al adversario, pues prueba de ello fue que no le tembló la voz ni el coraje cuando una ministra de su Partido Socialista puso en cuestión el futuro de los trasvases de agua desde el Tajo al Segura e, incluso, del Negratín al Almanzora, una infraestructura pagada por los mismos regantes.

Incluso llegó a pedir a los ciudadanos desde estas mismas páginas que estáis leyendo, mis carísimos hermanos en Cristo, que exigieran a la mismísima Junta de Andalucía de Susana Díaz, soluciones a la depuración de las aguas residuales.

Escasamente mencionó Rodrigo Sánchez al Partido Popular cuando hablaba de problemas hídricos, decía que prefería centrarse en sus obligaciones, y eso también le hacía singular en un mundo depredador, en el que no hay piedad para despedazar la carne que se pone al alcance de mandíbulas curtidas en desgarrar y triturar al adversario.

El agricultor, ducho en el arte milenario de extraer el fruto de la tierra que riega con el sudor de su frente, agradece el discurso constante de aquel que mantiene su palabra mirándole de frente. Aquél que comparte con él su tiempo y gasta su esfuerzo en llegar a tocar el horizonte por el que cada día sale y se pone indefectiblemente el mismo sol.

El hombre del campo no perdona la doblez, ni la palmada en la espalda que se muta en palo cruel e inesperado a la media vuelta. Por eso, cuando el hijo del panadero de Turre abandonó el laberinto de la Consejería de Agricultura, volvió con el reconocimiento de todos aquéllos a los que había administrado.

Volvió con el respeto de quienes sintieron en él un aliado en la lucha diaria por el futuro de la greda que les alimenta. Le miran y reconocen en su piel el color de la tierra que aran. Y dicen de él que es ‘uno de los nuestros’.

Saben que ahora, desde el lado ingrato de la barra que ocupa la oposición, seguirá bregando por todos aquéllos proyectos que dejó inconclusos y que, del mismo modo que no dudó en reconocer sus deberes, seguirá exigiendo su cumplimiento a quienes ahora toca cumplirlos.

Es cierto, hermanos, que dejó muchas cosas por hacer, pero nadie alberga duda alguna de que hizo todo lo que estuvo en su mano, y dicen que a quien hace todo lo que puede, no se le debe pedir más. Y aquí, en el árido sureste del sureste de Europa, ahora toca, como a Ulises, desear al hijo del panadero de Turre que su viaje no acabe nunca, porque cuando en el camino del ciudadano se cruza un político fiel a aquéllos cuyos intereses administra, sólo hay que pedirle que sus metas sean provisionales. Y más, si se trata de ’uno de los nuestros’. Vale.