Fé ciega


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MARIO SANZ CRUZ

Llevo muchos días impresionado con el trágico caso del niño de Totalán y su repercusión en medios de todo el mundo.

Desde el principio había sido difícil creer que un niño de ese tamaño entrase por un hueco tan pequeño, y que le cayera tierra encima hasta taparlo. Pero todo el mundo dio por sentado que eso había sido así y se puso a trabajar con ahínco, lo que es altamente elogiable y dice mucho del espíritu de sacrificio y de la solidaridad de los españoles. Empezaron el dificilísimo rescate con toda la moral del mundo, dando por bueno que el niño estaba allí y creyendo religiosamente que estaba vivo y sería posible recuperarle. Entretanto, empujada por los medios, la ola de solidaridad crecía como una enorme burbuja, a medida que pasaban los días. Pero a nadie se le ocurría decir que una persona que hubiese sobrevivido a una caída libre de setenta metros, lo que ya era bastante inverosímil, no puede aguantar más de cinco días sin beber agua, así que, a partir de ese plazo, habría que empezar a asumir la tragedia. Pero no, pasaban más y más días y el tsunami propulsado por los medios no perdía fuelle, y todo el mundo que salía ante una cámara daba por sentado que el niño seguía vivo, lo que, en mi opinión, solo ha servido para mantener a los familiares, y a los espectadores más sensibles, albergando falsas esperanzas y que al final se llevasen el palo más duro, en vez de ir preparándose para el fatal desenlace, poco a poco. Que todos deseemos algo no quiere decir que sea posible.

En este y en otros casos recientes, los medios y las redes sociales están funcionando como una nueva religión. Nos hacen esperar milagros de manera ilusa, a fuerza de repetir falsedades o verdades a medias, a fuerza de comparar los sucesos con casos que no tienen nada que ver. Nos hacen renegar de los principios más básicos de la ciencia, de la física, de la fisiología humana, para abrazar una infundada fe ciega. Estamos en sus manos para esto y para todo, y ellos lo saben. Lo peor es que nosotros caemos en sus trampas una y otra vez, y ni siquiera nos sentimos engañados cuando las burbujas se quedan en nada. No somos conscientes de que han jugado con nuestros sentimientos, con nuestro dinero, con nuestra solidaridad, con nuestra bondad. Hay que tener mucho cuidado con estas cosas, porque si seguimos así, despreciando las enseñanzas de los científicos y atendiendo a los gurús de los medios, dentro de poco podemos acabar convertidos en creacionistas o tierraplanistas.

Lo que es innegable es que este país tiene una enorme capacidad de reacción y solidaridad ante las tragedias, y se vuelca cuando sucede un caso como este. Sería bueno canalizar esa potencia solidaria para que funcione igual de bien en todos los casos, que reaccionemos también, con esa enorme fuerza, para tratar de erradicar la pobreza y que nadie muera de hambre, para evitar que los emigrantes se ahoguen en el Mediterráneo, para formar una piña alrededor de las mujeres maltratadas, etc. Quizás esas tragedias, a fuerza de que se repiten a diario, no merecen tanta atención por parte de los focos mediáticos, porque no venden tanto; pero es evidente que causan una enorme cantidad de víctimas.

Gracias a todos los que han trabajado en el rescate de Totalán y a todos los que trabajan, día a día, en labores que pasan de puntillas o ni siquiera llegan a los medios, pero que salvan muchas vidas.