Cristóbal Colón (II)


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ADOLFO PÉREZ

Recordemos que la primera parte de este artículo concluyó cuando la reina Isabel mandó llamar a Colón para tratar de nuevo con él, a la vez que mandó que se le proveyera de todo lo necesario como si de un gran personaje se tratara.

Una vez que se produjo la victoria sobre el reino nazarí de Granada, la reina prestó toda su atención a la empresa colombina, de modo que al final de 1491, en el Real Sitio de Santa Fe, de nuevo Colón expuso a los reyes su plan. Había llegado el momento que tanto había soñado. Pero el problema surgió cuando expuso sus exigencias, las mismas que pidió al rey de Portugal excepto la de caballero de la Espuela Dorada propia de aquel país. A los reyes les parecieron exageradas, pero el colmo era la petición de ser nombrado Almirante del Mar Océano con iguales honores que el Almirante de Castilla. De forma que, en principio, no se aceptaron pues el rey Fernando no consentía que un oscuro marino se titulase con tan alto galardón, con la misma alcurnia que su familia castellana, pues el IV Almirante de Castilla era su primo hermano. Al fin la reina aceptó, convencida por los sabios consejos que recibió, a la que se le hizo ver que sería aún más grande si el plan de Colón era un éxito, pero si triunfaba y ella no lo hubiera patrocinado mucho se dolería, y los mismo sus hijos y sucesores. En cuanto a las peticiones de Colón se le dijo que no eran nada si nada conseguía y merecidas si triunfaba. De modo que ella se encargó de convencer al rey y el 17 de abril de 1492 se firmaron las Capitulaciones de Santa Fe. Al fin los sueños de Colón podían hacerse realidad, llegando a ser Almirante del Mar Océano para disgusto del rey Fernando.

Y de inmediato comenzaron los preparativos del viaje. A tal fin los reyes ordenaron a la villa de Palos que cediesen a Colón dos carabelas aderezadas y puestas a punto, dotadas por marinos de la villa para un periodo de dos meses. Pero debido al miedo existente hacia ese mar nadie quería enrolarse por lo que fue preciso reclutar presos que fueron indultados. Gracias a que consiguió convencer al experto marino Martín Alonso Pinzón, que a su vez convenció a su hermano Vicente Yáñez Pinzón, se enroló el personal necesario, unos 120 hombres, para cubrir la dotación de las tres carabelas: la Pinta y la Niña capitaneadas por los hermanos Pinzón y la nao capitana, la Santa María, al mando de Colón, de modo que estaban preparados para echarse a la mar. El día antes asistieron en Palos a la fiesta de la Virgen de los Ángeles y al amanecer del 3 de agosto de 1492 pusieron rumbo a la gran aventura. Muchos vecinos acudieron a verlos partir con el ánimo entristecido pues pensaban que no volverían.

Las tres carabelas pusieron rumbo a las Canarias y allí aguardaron un mes hasta que se reparó la Pinta que se había averiado, y ya el 6 de septiembre partieron rumbo al oeste. Iba todo bien, pero a la tercera semana sin ver tierra la tripulación empezó a inquietarse y a protestar porque temían por el retorno, de modo que Colón tuvo miedo de que se originara un motín pues las amenazas subían de tono. Colón prometió un jubón de seda al primer marinero que gritara haber visto tierra. El 10 de octubre la situación se puso crítica y los hermanos Pinzón le dieron un ultimátum de si en tres días no aparecía tierra se volverían a España. Pero sucedió que a las dos de la madrugada del viernes 12 de octubre Rodrigo de Triana, desde la cofa de la Pinta, dio la voz tan deseada: ¡Tierra a la vista! Horas antes, Colón, desde la nao capitana, creyó haber visto una luz lejana. La hazaña se había cumplido. 

Colón tomó posesión de aquella tierra en nombre de los reyes, y todo era júbilo. Se trataba de una pequeña isla de las Bahamas llamada Guanahaní, que Colón bautizó como San Salvador.

Convencido de haber llegado a la India llamó indios a los nativos que se mostraron amistosos, cuyos hombres y mujeres iban desnudos. Después de recorrer aquellas islas paradisiacas y darles nombre, entre ellas la de Cuba a la que llamó Juana, princesa heredera de los reyes. Antes de regresar a España descubrió la isla de Haití a la que puso el nombre de La Española donde encalló la nao Santa María. En esta isla dejó un primer asentamiento con 39 hombres en el Fuerte de Navidad y el 4 de enero de 1493 regresó a España, arribó en Palos, visitó La Rábida y marchó a Barcelona a dar cuenta de su viaje a los reyes. Un gentío acudió a ver a los indios, los papagayos y otras muestras de la Indias descubiertas por un Colón triunfante a pesar de tanto obstáculo.

Después de este primer viaje Colón realizó tres más, pero los episodios que se sucedieron en los doce años que duraron, con venturas y desventuras para Colón, solo permiten incluir en este artículo un conciso resumen que refleje lo esencial de lo acaecido en los mismos.

El éxito del primer viaje dio lugar a que los reyes mandaran equipar una nueva expedición, que organizada por Colón la integraron 17 barcos y 1.500 hombres, la cual partió el 25 de septiembre de 1493. Iban gentes de diversa condición, cada uno con un fin, entre ellos doce clérigos. Fueron descubiertas varias islas, entre ellas Jamaica y Puerto Rico, y se toparon con la ruina del Fuerte de Navidad y la muerte de los hombres que quedaron en La Española a manos de los indios; en esta isla comenzó la colonización de España en América. Pero el disgusto de los colonos, frustradas sus ilusiones de prosperidad, dio lugar a denuncias, razón por la que los reyes enviaron un comisario regio con el que Colón regresó a España en 1496.

Después de grandes dificultades, pues el prestigio de Colón había disminuido mucho, logró organizar una flotilla para un tercer viaje que partió de Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo de 1498. Llegó a la isla Trinidad y a las bocas del Orinoco, descubriendo así el continente sudamericano. A su regreso a La Española se encontró con la población dividida en dos bandos rivales. Enterados los reyes de la anarquía enviaron un juez pesquisidor que mandó apresar a Colón, a su hermano Bartolomé y a su hijo Diego, a los que envió a España. Los reyes, ante la indignación que produjo el trato injusto dado al Almirante, lo recibieron afectuosamente. El juez pesquisidor fue sustituido por el gobernador Nicolás de Ovando.

Todavía hizo Colón un cuarto viaje que salió de Cádiz con cuatro naos en el año 1502. Cuando arribó en La Española el nuevo gobernador Nicolás de Ovando, siguiendo órdenes reales, le prohibió la entrada, de modo que siguió a otras islas y exploró la costa de América Central hasta Panamá. Terribles tormentas y muchas privaciones fueron las compañeras de Colón en este viaje. Pudo volver a Jamaica y el 4 de noviembre de 1504 regresó a España, veinte días antes de la muerte de su protectora, la reina Isabel, con cuya muerte se oscurecían las perspectivas de Cristóbal Colón de ser repuesto en el gobierno de La Española, aunque confiaba en el rey Fernando para lo que se trasladó de Sevilla a Segovia y después de varios intentos logró que el rey lo recibiera al que le reclamó todos sus privilegios. Fernando le contestó con buenas palabras pero no atendió sus peticiones porque hasta entonces las Indias solo representaban gastos para la Corona española, no obstante Colón siguió intentándolo en Valladolid sin resultado.

Corría el año 1506 y viendo Colón cercano su final ultimó su testamento un día antes de morir. El almirante, grande en la mar y no buen gobernante en tierra, era sensible con sus familiares más allegados, buen amigo de sus amigos y agradecido con quienes lo habían tratado bien, así se comprueba en su testamento. Rodeado de sus hijos y de sus fieles criados, amortajado con el hábito de San Francisco y recibidos los bienes espirituales de la Iglesia, dijo sus últimas palabras: “In manus tuus, Domine, commendo mi spiritum meum” (Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu), y oscuramente falleció en Valladolid el 20 de mayo de 1506 sin que nadie se enterase y dejase constancia de su muerte, excepto su hijo Hernando. Pero no murió pobre, y aunque no obtuvo sus privilegios el rey Fernando reconoció su linaje en la persona de su hijo Diego.

¿Pero que sucedió con sus restos? Enterrado en la iglesia de San Francisco de Valladolid, tres años después su hijo Diego dispuso que sus restos se llevaran a la Cartuja de las Cuevas de Sevilla. Treinta y cuatro años más tarde, en 1544, su nuera, con el permiso de Carlos I, trasladó los restos a la catedral primada de las Américas de Santo Domingo, un sitio digno para el almirante, un desagravio. Pero con motivo de la entrega de Santo Domingo a Francia por el tratado de Basilea, en 1794 el rey Carlos IV ordenó trasladarlos a La Habana, pues la isla de Cuba fue descubierta por Colón. Hasta que en 1898 perdimos Cuba, razón por la que se dispuso que los restos descansaran en Sevilla. Cabe decir que ante tanto traslado algunos hechos son de dudosa fiabilidad.

 Y el almirante murió ignorando que no había llegado a las Indias y que no había descubierto un nuevo continente, que injustamente se llamó América en honor de Américo Vespucio, un oscuro navegante florentino que llegado a Castilla se embarcó para América donde realizó cuatro navegaciones y reconoció las costas del Brasil, descendiendo tanto al sur que llegó a la conclusión de que aquellas tierras no podían ser de Asia, sino de una nueva masa continental a la que llamó Nuevo Mundo. En sus cartas a personajes contó el resultado de sus navegaciones, de cuyos relatos se hizo eco el cartógrafo alemán Martín Waltzemüller, el cual consideró que Vespucio había llegado antes que Colón al nuevo continente, razón por la que propuso que se le diese el nombre de América. Vespucio fue ajeno a tal propuesta, del mismo modo que Waltzemüller enmendó su error, pero el injusto nombre se quedó para siempre.