Cristóbal Colón (I)


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ADOLFO PÉREZ

Pocos serán los españoles, incluso las gentes de la mayor parte del mundo, que no sepan quién es Cristóbal Colón, el descubridor de América, personaje de trascendencia universal que bien merece que nos detengamos en su figura para conocer parte de su personalidad y su hazaña. Esta rotunda frase que he leído es la mejor definición de la hazaña del personaje: “Sin duda alguna, la de Colón fue una de las más grandes aventuras de la Humanidad de todos los tiempos.” Y me inspira escribir este sencillo artículo cierta campaña que en los Estados Unidos de América acusa a Colón como un genocida de los indios nativos, razón por la que intentan difamar su figura y abatir sus estatuas de algunas ciudades. Una campaña maliciosa que niega la verdad histórica.

Reinaban en España los Reyes Católicos cuando allá por el mes de marzo del año 1485, en una nao procedente de Portugal llegaba al onubense puerto de Palos de la Frontera un viajero de atuendo sencillo, llevando como equipaje un hatillo y de la mano a un niño de seis o siete años; se hospedaron en el convento franciscano de La Rábida donde recibieron, además de cobijo y alimentos, ayuda y apoyo de los frailes para su proyecto. Esto es, un plan asombroso para navegar cruzando un mar desconocido (el Atlántico) hacia Poniente por donde nadie hasta entonces se había atrevido para llegar a las Indias orientales. Ignorando, por supuesto, que en el camino se encontraba la gran masa continental americana. Se trataba de Cristóbal Colón y de su hijo Diego.

En torno a Colón siempre se habla del misterio que lo rodea, como es el lugar y fecha de su nacimiento. Siendo aceptado por los historiadores que nació en Génova en el año 1451. Es curioso observar que la reina Isabel I y Colón nacieron en el mismo año, 1451, y que ambos murieron con año y medio de diferencia: la reina el 26 de noviembre de 1504 y Colón el 20 de mayo de 1506.

Sus padres, Domenico Colombo y Susana Fontanarossa, tuvieron cinco hijos siendo Cristóforo el mayor. Su padre era tejedor de lana, oficio que más tarde abandonó para poner una taberna en el puerto de Génova, ciudad marítima, cuyos barcos navegaban por todo el Mediterráneo, que incluso se adentraban en el Mar Tenebroso (Atlántico) para comerciar con Flandes. En ese ambiente de marineros en la taberna de su padre transcurría la vida de Cristóforo Colombo, que siendo casi un niño se enroló como grumete en un barco, llegando a ser un experto marino.

Poco se sabe de su vida cotidiana, de sus costumbres, de sus conflictos o de sus mismos amoríos. Pero algo se sabe de su carácter y de su físico que más o menos se conoce por la descripción que hace de él su hijo Hernando, que nos lo muestra como un hombre bien formado, en torno a uno setenta de estatura; cara larga; “ojos garzos” (azules), nariz aguileña, tez blanca, pelo rubio en su juventud y encanecido al pasar de los treinta años. Muy religioso, que llegó a creerse elegido por la Providencia en su hazaña, lo que dio lugar a su arrogancia y formas desmedidas, llegando a ser duro y cruel con españoles e indios en su gobierno de la isla La Española. A partir de las singladuras por los mares tropicales las enfermedades le sitiaban. En la primavera de 1494 cae muy enfermo y los ataques de gota y reuma le afligen en sus últimos años y lo convierten en un ser iracundo. Pero este sería un cuadro negativo, propio de los años finales de su vida. Según se sabe en su juventud era conversador, un gran seductor a pesar de su humilde origen y sencillez en el vestir. Así se explica que cautivara a los franciscanos de la Rábida y a personajes de la alta nobleza como el duque de Medinaceli, así como a políticos de alto nivel como Alonso de Quintanilla. Hasta a la misma reina Isabel le encantaban sus fabulaciones sobre las tierras descubiertas.

Era un hombre familiar, muy apegado a los suyos. Poco se sabe de sus amores con la hidalga portuguesa Felipa Monhiz Perestrelllo con la que se casó durante su estancia en aquel país, fallecida en 1484 o 1485, de cuyo matrimonio nació su hijo Diego. Este casamiento le permitió a Colón mejorar económicamente e instalarse en Porto Santo, un islote perdido del Atlántico, un buen lugar como observatorio y para entablar contactos, pues su estancia en Portugal fue decisiva en su vida, ya que en esos años se empapó de las grandes navegaciones de los marinos lusos, de manera que así se iba forjando su proyecto a fin de resolver el gran problema de si navegando hacia poniente se llegaría a las Indias Orientales productoras de las especias tan valoradas en la Europa de entonces. A fin de resolver esa incógnita acudió a los libros para estudiar las teorías de tantos y tantos cosmógrafos. En el islote tuvo indicios que le hacen pensar que estaba en lo cierto pues vio hierbas y maderos, algunos de ellos labrados, que procedían del misterioso poniente, pues había soplado muchos días viento del oeste. Estos indicios, las noticias que recibía y el estudio de los libros lo fueron animando, de modo que empezó a realizar sus cálculos.

Convencido de la esfericidad de la Tierra, comenzó su cálculo dando por bueno lo que decía el Libro de Esdras (sacerdote judío de la antigüedad) en el sentido de que el continente euroasiático ocupaba dos tercios de la Tierra y la masa oceánica el tercio restante. Según esto, de los 360 grados de la esfera terrestre el continente ocuparía 240 (2/3) y el océano 120 (1/3). Su hijo Hernando escribió que Colón calculó que cada grado de la Tierra tenía 56,66 millas marinas que multiplicadas por 120, a razón de 1.477,5 metros de la milla italiana (error), la distancia existente entre Europa y Asía sería de 10.045 kilómetros, que sería la anchura del Mar Tenebroso (el Atlántico). Un gran error puesto que la milla marina verdadera, de antes y de ahora, es muy superior (1852 metros). Así, pues, su cálculo reducía mucho la distancia con Asia, razón por la que todos hubieran perecido si no llegan a tropezar con el desconocido continente americano a los 6.660 kilómetros de navegación, ya que las carabelas solo tenían autonomía para cuarenta días.

Convencido de que su proyecto era viable, solo faltaba un patrocinador de altos vuelos para llevarlo a cabo pues era mucho lo que ofrecía y bastantes sus pretensiones. Y el alto patrocinador no podía se otro que Juan II, rey de Portugal, entonces preocupado de llegar a la India costeando África y doblar el Cabo de Buena Esperanza. Colón se las valió para ser recibido por Juan II al que expuso el proyecto, que una vez oído el rey nombró una Junta de Matemáticos para que estudiase el plan de Colón, que lo rechazó por erróneo. Además estaban sus enormes exigencias: ser nombrado de inmediato caballero de la Espuela Dorada, y en relación con lo que descubriese: ser almirante del Mar Océano, virrey y gobernador perpetuo de las islas y tierra firme que encontrase. Sin olvidar las cláusulas económicas que exigía, tales como la décima parte de las rentas que correspondieran a la Corona de todo el oro, plata y piedras preciosas que se hallaran, más la octava parte de los beneficios que produjesen las navegaciones en esa ruta. Aunque para el rey portugués la empresa de Colón le pareciera tentadora, sus desmesuradas condiciones eran inaceptables, máxime con el informe negativo de la Junta de Matemáticos, razones por las que no aceptó; sin embargo, al parecer el rey envió en secreto una carabela para que verificase el plan de Colón, pero por desidia y falta de saber los marinos volvieron mofándose de la empresa. Enterado Colón de la acción no lo pensó más, y ya viudo, cogió a su hijo y se marchó a Castilla.

Como ya se ha dicho Colón llegó a Castilla en marzo de 1485 cuando el reino estaba levantado en armas para la reconquista del reino nazarí de Granada. Se hospedó en el convento franciscano de La Rábida donde su guardián fray Antonio Marchena, buen astrólogo, le fue de gran ayuda. Dejó a su hijo en casa de su cuñada Violante, hermana de su mujer, que vivía en San Juan del Puerto casada con un aragonés. Por tan afectuosa acogida, en su momento Colón recompensó a sus cuñados. Se marchó a Córdoba donde estaba la Corte, a la que siguió donde quiera que fueran los reyes. Los frailes lo recomendaron a fray Hernando de Talavera, confesor de la reina, y llegó a entablar relaciones con altos dignatarios cercanos a los reyes, así es que después de muchos contactos con distintos personajes y con el valimiento del confesor de la reina logró que los reyes lo recibieron en Alcalá de Henares el 20 de enero de 1486 a los que expuso su proyecto, a la vez les solicitó su patrocinio para la empresa. Los reyes, que se interesaron por la idea, encargaron el estudio del proyecto a una Junta de Cosmógrafos para que informaran sobre el mismo, cuyo dictamen, en 1490, fue considerado erróneo, aunque la reina no lo descartaba; mientras, se le asignó una subvención que él compaginó con la venta de mapas y de libros.

Fue entonces cuando conoció a la cordobesa Beatriz Enríquez de Arana (1467 – 1521), de unos 22 años, de origen humilde, huérfana, que vivía con unos parientes y trabajaba como tejedora. Aunque Colón era viudo estuvieron unidos hasta el final sin casarse. De esta unión nació su hijo Hernando. Ella se hizo cargo de los dos niños con tanto esmero que la felicitó la reina Isabel. Colón le dejó una herencia que ella nunca reclamó.

Entre 1487 y 1492 Colón vivió cinco años de incertidumbre y desaliento a pesar de la ayuda recibida en la corte por frailes y algunos magnates, pero desalentado estuvo a punto de marcharse a Francia, pues acudía una y otra vez a la Corte con la ilusión, cada vez más débil, de recibir el apoyo regio. De nuevo fue a Portugal a ver si cambiaba la posición de Juan II, lo que no se produjo. Incluso su hermano Bartolomé, su gran soporte, lo intentó en la Corte de Londres. Al no encontrar un patrocinio regio acudió al duque de Medina Sidonia, el más rico, pero el duque, enterado del rechazo de la Junta de Cosmógrafos, nada quiso saber del proyecto de Colón. Sin amilanarse se fue al Puerto de Santa María a ver al duque de Medinaceli al que le gustaban las cosas del mar. El duque le prestó su apoyo, pero para tan magna empresa debió contar con la aprobación real, cosa que no logró pues la reina le contestó diciéndole: “ … porque tal empresa como aquella no es sino para reyes …” De modo que el duque consiguió despertar el deseo de Isabel. Así las cosas, la reina mandó llamar a Colón para tratar de nuevo con él, y proveyó para que personas y lugares le prestaran las mayores facilidades en el viaje, así que pasó a ser considerado un gran personaje.

Este artículo se completará con una segunda parte.