Qué difícil resulta pedir perdón


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AMANDO DE MIGUEL

En principio resulta fácil que, por cualquier inconveniente que uno pueda crear, aunque sea de forma venial e inadvertida, se pida perdón. Pero aquí entran los condicionamientos culturales, que a todos nos ayudan y nos atenazan. Un inglés o un francés piden perdón constantemente a lo largo del día por las cosas más insustanciales. Por ejemplo, por anticipar la posible molestia minúscula o la inseguridad que supone dirigir la palabra a un desconocido. También se puede predicar lo mismo cuando nos expresamos en lengua castellana, pero con muchas más resistencias. Es decir, a los españoles nos cuesta pedir perdón o excusas mucho más que a otros europeos. Por lo menos esa es la imagen que tienen de nosotros los extranjeros vecinos. Reconozco que no encuentro explicación completa de tal rasgo de conducta colectiva. Puede que no sea solo la variación de las normas culturales que consideran lo que es “de buena educación” en uno u otro país.

Hay una posible causa más profunda. A los españoles corrientes nos resulta cuesta arriba asumir el sentido de culpa de nuestros errores o desvíos. Antes de eso, tratamos en seguida de proyectar la culpa sobre el prójimo o la achacamos al azar. Véase por ejemplo el uso tan peculiar del pronombre “se” en castellano. El niño que rompe el jarrón al manejarlo sin venir a cuento aprende en seguida a decir que “se ha roto”, lo cual elimina su responsabilidad. Un rasgo cultural tan interesado puede que responda al efecto de unas relaciones sociales duras, bruscas, como son las que dominan en España.

En la vida cotidiana tampoco es grave que los españoles no recurramos mucho a las fórmulas de cortesía del tipo “usted perdone” o “excúseme”, tan comunes en otras lenguas cercanas. La gravedad verdadera es que las personas al frente de organizaciones públicas o privadas se resistan a pedir perdón a los clientes o los contribuyentes cada vez que se introduce un mal funcionamiento. Ahora es fácil decir que la equivocación es del sistema informático, no de las personas que lo manejan. Es muy raro el reconocimiento expreso y espontáneo de “lo siento, me he equivocado” o “lamento el error”. Ante los tribunales de Justicia los encausados raramente asumen sus culpas. Aunque el tribunal falle en su contra, siempre cabe la posibilidad del recurso y, naturalmente, trasladar la culpa al juez incompetente o prevaricador. Que conste que tales traslaciones de la culpa propia suelen llevar un efecto tranquilizador. Por eso se prodigan tanto.

Las grandes organizaciones públicas o privadas han decidido protegerse con las oficinas de atención al cliente o usuario. Pueden adoptar distintas etiquetas. Realmente están para defender a la organización de las posibles quejas de los clientes o usuarios. Raras veces se les oirá decir que lo sienten, que se conmueven con las molestias que han ocasionado a las personas que utilizan sus servicios. No es infrecuente la contestación de que los afectados pueden acudir a los tribuales. Pero eso supone más tiempo, molestias y gastos que las personas individuales no pueden disponer. Ahí termina normalmente la queja de los clientes, usuarios, pacientes o contribuyentes. La respuesta no se dejará esperar: a la primera ocasión también ellos se abstendrán de pedir perdón, incluso extremando las fórmulas de simpatía.