Vera supuso el fin de Aben Humeya, la guerra de los moriscos y el Imperio Otomano




ALMERÍA HOY / 23·12·2018

La ciudad de Vera repelió el asedio de los moriscos, que quisieron conquistarla con el fin de establecer una cabeza de puente para que desembarcara en la península un ejército de jenízaros y modernas armas turcas. El teniente general don Luis de Requeséns puso en fuga a los sitiadores y, dos años después, destrozó la armada otomana en Lepanto.

Cuenta el profesor Valeriano Sánchez Ramos, titular de Historia de la Universidad de Almería, que un numeroso ejército morisco se había concentrado en Lubrín con la intención de tomar la ciudad de Vera con el despuntar del alba del día 24 de septiembre de 1569.
“Fuentes moriscas decían que se concentraron 11.000, pero no creo que fueran más de 4.000 los que se desplazaron hasta Vera desde los Filabres, el Almanzora y las Alpujarras, encabezados por su rey Aben Humeya, lo que prueba la importancia que tenía esta acción para sus planes. Por la parte cristiana, el contingente lorquino aportó 100 caballeros más otros 1.000 peones y lanceros, a los que se sumaron 2.500 que llegaron de Ceheguín, pero que no llegaron a entrar en acción porque las tropas de Lorca se bastaron para romper el asedio”.

“La dimensión del ejército congregado era muy importante tanto en cantidad como en la calidad de sus efectivos. Contaban con arcabuceros, lanceros, alabarderos y un destacamento de caballería, un arma que no se desplazaba a cualquier sitio. Sólo en las batallas más importantes de esa guerra contra los moriscos, como las de Tíjola o Serón, se pudo contemplar un despliegue similar”.

Para Sánchez Ramos, “el cerco de Vera fue una estrategia urdida por el rey de los moriscos, que entendió que la ciudad era capital en sus objetivos”. “Aben Humeya quería establecer en sus playas la cabeza de puente que permitiría a los turcos, la gran potencia enemiga del reino de España en aquellos días, aprovisionarles de armas y tropas para convertir el conflicto en una guerra total.

Al Imperio Otomano le interesaba mantener viva esta guerra porque, así, mientras Felipe II no resolvía el problema que tenía en la parte más oriental de Andalucía, ellos hacían, y deshacían a su antojo en la otra mitad del Mediterráneo, hostigando permanentemente a los aliados españoles y occidentales”.

“Pero una vez levantado el asedio de Vera, los moriscos rebeldes quedaron desabastecidos y los días de su alzamiento estaban contados. Poco después, una flota de una coalición de naciones liderada por España, bajo el mando del teniente general don Luis de Requeséns, que participó en abortar el sitio de la ciudad, desmanteló en 1571 a la armada turca frente al golfo de Lepanto”.

“Vera era una plaza fortificada que, por entonces, no contaría con más de 2.000 almas, sin incluir las que habitaban en todo el alfoz [término municipal], que quedaron fuera del asedio. El 80% de sus habitantes ‘intra muros’ eran militares, algunos con sueldo del rey. No en vano se trataba de una ciudad de frontera”.

“Era una Vera nueva cincuenta y un años después del terremoto que la asoló, con murallas pero en construcción aún. Tras el cataclismo, a sus habitantes se les presentaba una prueba de fuego y, muy probablemente, el diseño urbano de la ciudad contribuyó notablemente a que pudiera resistir como lo hizo”.

“El cerco tuvo lugar de madrugada, entre las 6 y las 7. Era muy propio de los moriscos atacar al alba, en esa hora en que las sombras facilitan esconderse. Los habitantes de Vera se enteraron porque estaban oyendo misa y escucharon las danzas de guerra previas al ataque. El alcalde mayor, Méndez de Pardo, tomó las medidas oportunas, envió veredas [mensajeros] a Lorca y salió con los soldados de que disponía a frenar el ataque”.
“Los veratenses escucharon los atabales [tambores de guerra], aunque los vigías que había dispuestos, ya habían avisado de la llegada de los moriscos, acudieron a defender la puerta de la ciudad, que estaba en el montículo donde hoy se erige la Plaza de Abastos, y cerraron las murallas por medio de la técnica de ‘escaramuzas’ ideada por el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba”.

“No se pasaron grandes calamidades porque la ciudad se había aprovisionado. Los espías del reino habían hecho bien su trabajo, la plaza estaba preparada para resistir un asedio y el cerco apenas duró 24 horas. Méndez de Pardo había mandado veredas a Lorca y el día 25 ya estaba allí su ejército. Apenas lo vio, Aben Humeya ordenó resignado levantar el cerco”.

“La ciudad no sufrió muchas bajas, entre 10 y 15 veratenses murieron durante el día de asedio. No ocurrió lo mismo entre los moriscos. Aunque no existen cifras, se sabe que cayeron muchos en combate y también durante el camino de vuelta, hostigados por las tropas lorquinas. También se conoce que no traían armas de envergadura, tan solo dos cañones caseros que reventaron al primer disparo matando a los artilleros”.

“Los moriscos de la Axarquía almeriense no se sublevaron, pero tampoco temían a los suyos. Habitaban en Turre, Bédar y Antas, que pertenecían al alfoz de Vera. Sus habitantes no se unieron al levantamiento, pero no podemos asegurar que no colaboraran de otra forma, como pasando información y apoyando con logística y suministros a los rebeldes. De hecho, eran frecuentes los asaltos y cabalgadas que sufrían los cristianos viejos en esos parajes. Podían haber servido de espías y ser sediciosos sin estar en la conjura”.

“Vera supuso el fin de Aben Humeya. Cuestionado por los suyos, quiso acercarse a los turcos. Eso le suponía perder poder aquí. Necesitaba tomar la ciudad para aprovisionarse de armas con las que poder combatir al que entonces era el mejor ejército del mundo y fracasó. Los turcos dejaron de creer también en él. De esa manera, perdió la batalla de Vera, la corona y hasta la vida, pues fue asesinado en menos de un mes, el 20 de octubre”.

“Y los veratenses fueron tan conscientes de la importancia de lo vivido que eligieron como patrón al santo del día de su victoria, San Cleofás, y desde entonces, año tras año, le muestran su agradecimiento con grandes festejos”.