¿Culo o codo?


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PABLO REQUENA

Cuando falta el pelo de una gamba para despedir 2018, toca hacer balance de lo bueno y malo que nos deja el año. Ciñendo dicha valoración a la provincia de Almería, sería algo así como tirar de aquel 'El Culo del Mundo' (perdón por la autocita) y analizar qué obras-proyectos-promesas-falacias-patadas en las gónadas siguen pendientes para esta castigada tierra.

Y si hablamos de castigos y promesas añejas, estoy obligado a comenzar hablando del tercermundista tren (da igual si hablo de Almería-Madrid o de Almería-Sevilla) con el que volveremos a recibir un año del siglo XXI. El año 2019 nada menos; un año que, según comentan en la Mesa del Ferrocarril, comenzará con varias protestas porque, ya saben, nos vendieron la moto de que el AVE llegaría a Almería en 2023, pero entre pruebas técnicas, pitos y flautas no habrá almeriense subido a un AVE en su tierra hasta, como mínimo 2025. Eso, por no mencionar la ausencia de doble vía, el traslado temporal de la estación a Huércal, y las continuas averías que sufren los usuarios de la vía convencional.

Así que, en el tema ferroviario, no sólo no avanzamos, sino que hay quien ve claramente cómo asimilamos el andar del cangrejo. Vayamos, pues, a otra materia de la que poder contar algo bueno... ¿Sanidad pública, tal vez?

Siguen las colas en urgencias, las protestas por falta de especialistas, las listas de espera, los dimes y diretes para hacer un hospital en Roquetas... ¡Ah! Y el Materno Infantil, aquel complejo que, según nos prometieron, daría servicio desde 2011, pues sigue sin estar terminado a las puertas de 2019. Cierto es que —otra promesa política de por medio— se supone que está a punto de caramelo, pero ni los propios médicos ven claro que pueda comenzar a funcionar este año 2019 por aquello de dotarlo de equipamiento y profesionales. En Torrecárdenas ya ocurrió: terminaron el hospital y no abrió sus puertas hasta dos años después. Y no me olvido de las obras 'fantasma' en la Casa del Mar, que también acumulan más de un lustro de retrasos. Minucias, supongo.

De la educación, sólo diré que seguimos siendo, proporcionalmente, la provincia andaluza con más aulas prefabricadas, así como que seguimos con unas ratios de alumnos por aula que, en determinados casos, sobrepasan lo estipulado por ley. También diré que eso de los centros bilingües es una de las mayores milongas —y miren si hay donde escoger— que nos han contado desde la Junta de Andalucía en estos 37 años de gobierno monocolor. Seguimos sin Conservatorio de Danza, y los problemas con el transporte escolar se agravan en sitios como en Roquetas, en Huércal-Overa o en Pulpí sin que a nadie parezca importar en exceso.

En lo referente al funcionamiento de la Administración de Justicia, esta provincia padece unos juzgados tildados por sus propios profesionales como de los más sobrecargados de todo el país, al tiempo que el caso Poniente —la causa judicial por corrupción más importante de la provincia— ha cumplido ¡nueve años! en el limbo judicial, que ahí es nada. Y seguimos sin tener fecha para el juicio. Lo cuentas en Europa y se llevan las manos en la cabeza; aquí, en cambio, te dicen eso de «¿qué esperabas?».

Vuelvo a mirar de reojo aquél artículo de El Culo del Mundo, publicado en 2017, y caigo en la cuenta de que puedo (y debo) copiar y pegar el siguiente párrafo:

¿Y qué decir del déficit crónico de infraestructuras? No olvidamos que la autovía A-92, que debía unir las ocho provincias andaluzas, llegó a Almería (a la provincia, ya que a la capital todavía no ha llegado) una década después que a Granada; que la A-7 a Málaga se acabó con veinte años de retraso; que la autovía del Almanzora sigue parada, acumulando treinta años —prometida por la Junta en los años ochenta, y anunciada su 'reactivación' días antes de las pasadas elecciones— de incumplimientos. A eso, súmenle lo que hemos comentado del tren, y un aeropuerto donde volar sale más caro que un hijo tonto...

Tampoco tengo que cambiar mucho contenido de este otro: Una provincia eminentemente agrícola, pero con problemas endémicos de falta de agua a pesar de los cientos de millones de euros dilapidados en construir desaladoras que no funcionan, y con decenas de pueblos donde el abastecimiento de algo tan básico como el agua potable se convierte en una auténtica odisea cada verano, donde se llega a recurrir a las cubas de agua para poder subsistir. Sin olvidar la treintena de pueblos que, en pleno siglo XXI, siguen vertiendo sus aguas fecales a ríos y ramblas por falta de depuradoras.

Termino con el tema del patrimonio histórico, nuestros monumentos, la mayoría de los cuales se caen a trozos ante la exasperante pasividad institucional. Las humedades de la Alcazaba, las murallas de Jayrán, el Mesón Gitano (en realidad, toda la jodida Chanca), los torreones de Pescadería, las canteras califales, el Cable Inglés, la estación de tren (al menos, ahora, recubierta con andamio para falicitarle la vida a las palomas que allí habitan), el Cortijo del Fraile, el Palacio del Almanzora, el castillo de San Pedro, el Hospital Provincial (al menos en obras). Por no entrar con el maltrato crónico a nuestros yacimientos arqueológicos (El Chuche, Argar, Baria, Casco Histórico de Almería, Ciavieja...). Visto lo visto, el día que dejemos de ser culo para aspirar a codo, bien podremos dar la bienvenida a todos los años que vengan sin 'peros' que valgan. Pero, hoy por hoy, Almería sigue requiriendo de algo más que palabras bonitas, buenas intenciones e inútiles cómodamente apoltronados en su sillón de mando.