Crisis de la prensa


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CLEMENTE FLORES

Nadie de cierta cultura hubiese podido imaginar que un presidente de Estados Unidos dijese, el 24 de febrero de este año, que el New York Times, un periódico fundado en 1851 y que ha obtenido 125 premios Pulitzer a lo largo de su historia, era un chiste y que representaba un gran peligro para el país. La noticia dice mucho de la personalidad inculta y provocadora de Trump, pero al mismo tiempo revela que la prensa ha perdido buena parte del crédito y, sobre todo, del poder que tenía.

Desde hace más de 200 años se dice que disfrutar de la separación de los tres poderes tradicionales, enunciados por Montesquieu: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, no es condición suficiente para decir que un país disfruta de un sistema democrático si no cuenta con el Cuarto Poder, que es la prensa libre. El poder de la prensa se derivaba del poder que tiene la información para dirigir y condicionar la conducta de las personas.

Durante mucho tiempo, las noticias fueron el contenido más buscado en los periódicos (a los que incluso llamaron “noticieros”), pero muy pronto los comentarios y las opiniones, marcando la línea de pensamiento y el ideario de cada periódico, pasaron a ser la mayor aportación que hacían los periódicos al conocimiento y a la cultura de la sociedad.

Pero lo que realmente dio a la prensa la categoría de Cuarto Poder fue, concretamente, la facultad de no sólo difundir las opiniones en boga, sino la de crear opinión entre sus lectores, y por ende en el resto de la ciudadanía. El lector de un periódico encontraba fácilmente junto al grupo de noticias que más le interesaba, la opinión de un columnista preferido o de ideología más cercana a la suya, incluyendo la editorial, que resumía el punto de vista del periódico.

Tradicionalmente el mayor enemigo de la prensa ha sido el poder político que ha querido e intentado obsesivamente controlar a la prensa en su doble faceta de medio de información y de creadora de opinión. Hasta entrado el siglo XXI y quizás, concretamente, hasta el año 2008, la prensa escrita libre, junto a la radio, la televisión y las publicaciones de las empresas editoriales eran, casi con exclusividad, las fuentes de información de todos los países desarrollados, por eso ninguno se libraba de las presiones y el control del poder político.

La radio y la televisión, para funcionar, necesitan un permiso previo o licencia del ejecutivo, y el periódico era el único medio de información de masas que podía salir de forma independiente sin estar sujeto a una concesión administrativa. Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el refrán, y en mi caso, no tengo la sensación de haber conocido ningún periodo en mi vida del que recuerde que la prensa fuera un medio totalmente libre. Los periódicos han utilizado la publicidad como fuente necesaria de ingresos y el poder político controla la publicidad institucional que es la de mayor volumen.

Desde el poder, tras la censura del franquismo y la autocensura, vino una nueva forma de presión que se acentuó cuando en el periodo democrático fueron saltando y saliendo a la luz, engarzados como las cuentas de un rosario interminable, los escandalosos casos de corrupción. El poder no ha dejado de dirigir la publicidad institucional hacia la prensa dócil y poco o nada agresiva, sin importarle llegar hasta el chantaje. Los buenos columnistas o los más hábiles buscadores de información, se sentían presionados por proteger una fuente de información o porque sabían que podían ser demandados por cualquier desliz que dejase abierto un resquicio.

Editoriales pagadas o forzadas por grandes grupos económicos o intereses del accionariado de cualquier Consejo de Administración, fueron lastrando la calidad de las opiniones que cada vez fueron perdiendo veracidad y calidad. El interés económico de muchos empresarios, fue tamizando las comunicaciones y la información de los medios que, para adaptarse, han optado por ir primero suavizando y luego reduciendo, sus artículos de opinión que eran los más problemáticos y los más costosos para el periódico, por la calidad de sus redactores. Estas prácticas, que siempre en mayor o menor medida se han practicado, llegaron a su culmen hacia el 2008 coincidiendo con la crisis económica y la expansión de Internet.


La irrupción de internet

La prensa en papel entró en una profunda crisis y el número de ejemplares vendidos comenzó a descender y todavía no ha dejado de hacerlo. Tengo en mis manos las estadísticas anuales de los ejemplares vendidos de los seis periódicos de mayor tirada entre 2007 y 2017. En dicho periodo las ventas de El País descendieron el 59.7%, de El Mundo un 71.1%, de La Vanguardia un 50.4%, de La Razón un 54.2%, de El Periódico de Cataluña un 58% y de ABC un 64.9 %. Quizás sea difícil encontrar en España otro sector con un declive similar y que, pasados diez años de la crisis financiera, siga avanzando en caída libre.

Cuando se comentan las causas de esta situación, se dan muchas explicaciones, a veces poco convincentes y sobre todo carentes de autocrítica, porque, en los mercados y negocios, cuando se parte de una situación de ventaja y esta situación se pierde en general, es porque algo se ha hecho mal o se ha dejado de hacer algo que debía haberse hecho. Los errores pueden cometerse por acción y también por omisión.

El gran fallo de la prensa fue no entender que la sociedad de finales y principios de siglo estaba cambiando a marchas forzadas sus gustos y preferencias y la prensa seguía manteniendo sus líneas y contenidos de forma continuista e incluso inmovilista. Antes de la crisis era patente que muchos jóvenes, que leían más que habían leído sus padres, habían dejado de comprar el periódico.

Una segunda causa, que se comenta poco, es la falta de credibilidad que desde los años ochenta ha ido en aumento. Los artículos de cada periódico sobre cualquier tema concreto se han ido haciendo cada vez más predecibles.

La tercera y la peor de las causas es no darse cuenta de cuáles eran los puntos fuertes y débiles frente a otros medios. En lo referente a opinión, nunca tuvo competencias, pero en lo referente a noticias iba a tener la batalla perdida con el desarrollo de las comunicaciones que le llevarían ventaja por la inmediatez. La prensa no pudo competir en la parte de noticias y perdió calidad en la parte de opinión. Fue y es la pescadilla que se muerde la cola.

Los lectores encontraron que la noticia era más cómoda de leer en cualquier momento o situación, y su lectura era, además, a menor coste si se hacía en Internet. Los lectores constataron que las páginas de opinión y los artículos que aportaban auténticos conocimientos habían disminuido o desaparecido y, además, que los medios no se ocupaban de los verdaderos problemas sociales, ni lideraban el debate en los tiempos de crisis con unos gobiernos intocables, que no se sometían a críticas o comentarios negativos, aunque errasen de forma escandalosa. Los periódicos salieron heridos por dejar de hacer lo que hacían casi con exclusividad, que era crear opinión y conocimiento, y por perder su libertad e independencia. La consecuencia más grave de la crisis de la prensa ha sido la pérdida de acceso a conocimientos útiles para la formación de opinión. Muchos medios pueden contar o relatar los acontecimientos del día a día, pero pocos están preparados para describir y hacer entendibles los procesos sociales con toda la complejidad que encierran.

Información y conocimiento no son conceptos similares. La diferencia más importante entre información y conocimiento, a mi juicio, es que el conocimiento añade a la información el trabajo de seleccionarla, organizarla y de darle significado, añadiéndole juicios de valor para que sirva al lector la hora de tomar decisiones. El conocimiento se origina en la mente de quien recibe la información y la trabaja, y, por tanto, tiene un valor añadido que es fruto de un esfuerzo mental.

La información que nos llega en forma de documento legible, audible o creíble, puede no tener ningún significado por sí misma o no servirnos prácticamente para nada. Ahí radica gran parte del fracaso y la crítica de la educación tradicional, que consistía en lanzar al educando una retahíla de fechas y datos sin darle ninguna explicación ni significado que convirtiera la información en conocimiento y que sólo sirviese, como mucho, para desarrollar la memoria.

En la sociedad que vivimos, es frecuente que gran parte de la inmensa información que recibimos no sea inocente y que, como el Caballo de Troya, lleve a sus lomos la trampa. En esos casos, si por pereza mental y por costumbre la aceptamos sin más análisis, se sustituye el conocimiento por la simple información mediatizada que luego utilizaremos a la hora de tomar decisiones. La prensa de opinión libre nos está faltando.

La sociedad más informada de la historia funciona por impulsos porque saca sus opiniones de esperpénticas tertulias de la telebasura y se conduce con comportamientos poco críticos, conformistas e irracionales.