Breve historia de nuestra historia


...

JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Queridos niños:

Hace justamente cuarenta años los hijos de los que habían tomado parte en la guerra civil española decidieron renovar el abrazo de Vergara, que en su día acabase con una guerra sangrienta y odiosa, como lo son siempre las guerras civiles. Todavía quedaban en 1978 protagonistas vivos de ambos bandos, que convinieron en guardar sus espadas y sus querellas y aceptar que lo que ocurrió debía olvidarse porque las tragedias no superadas son la semilla de futuras tragedias, y así no se puede vivir ni ser feliz.

Ya pocos recuerdan, y es de justicia hacerlo, que el precursor fue precisamente el Partido Comunista de España en una declaración de su Comité Central, nada menos que en junio de 1956: “Por la reconciliación nacional por una solución democrática y pacífica del problema español”. Buscadlo, está en Internet.

Se redactó una constitución, copiada en buena medida de la de suecos y alemanes, que permitiese cambiar las leyes, con unos márgenes suficientemente amplios, y garantizar libertades y derechos sobre un consenso que no satisfacía evidentemente a las corrientes maximalistas de pensamiento de socialdemócratas y conservadores, pero era lo suficientemente flexible para que, con ella, se pudieran gestionar los asuntos desde una u otra ideología política, previendo una futura alternancia entre gente normal y civilizada. Obviamente comunistas y nazis quedaron en los márgenes, o sea felizmente marginados, en una posición que les impediría gobernar con la Constitución que el pueblo español ratificó mayoritariamente.

Esa Constitución tiene el defecto fundamental de garantizar a unos españoles, vascos y catalanes, unos privilegios y una desigualdad respecto a los españoles de segunda, que somos todos los demás. Pura herencia de aquel carlismo que no murió en el siglo XIX con el Abrazo de Vergara. Y que de una forma incomprensible, la izquierda ha hecho suya, abandonando desvergonzadamente el famoso internacionalismo proletario.

Tiene el texto constitucional una virtud sin embargo: es muy difícil de modificar en lo básico. Lo que resulta tranquilizador para casi todos, excepto para comunistas, nazis y nacionalistas.

Mal que bien, aunque haciendo aguas por las sempiternas demandas de unas autonomías, siempre reivindicativas frente al estado central, cada vez más débil, la Constitución de 1978 ha sobrevivido cuarenta años. Con cada presupuesto el minotauro autonómico exigía, año a año, el tributo de las doncellas, convertidas en euros, al padre estado, que una vez más cedía. Todo sea por la paz y la gobernabilidad.

Se intentó poner orden y límites a esta deriva, con una cosa que se llamó Ley Orgánica del Proceso Autonómico, que fue declarada inconstitucional por un Tribunal Constitucional que era, siempre lo ha sido, más político que jurídico. Y allí acabó la racionalidad: el estado tiró la toalla y comenzó a pastelear con nacionalistas de toda laya, de primera (vascos, catalanes) y de segunda división (galleguistas, aragonesistas, andalucistas, lagarteranos etc., etc.), vendiendo competencias irrenunciables a cambio de los apoyos de estas personas, loables en su localismo y despreciables desde el punto de vista del bien común que representa, todavía la nación más antigua de Europa.

Y en eso andábamos cuando el PSOE, descubrió a Zapatero, un desconocido y nada brillante diputado leonés, que decidió asumir el adanismo como su fuente de inspiración, se cargó la transición política, elogiada por todos hasta ese momento y, en su personal túnel del tiempo, volvió a la II República, e intentó modificar la historia: ya no era una guerra de todos contra todos, con héroes, asesinos y víctimas inocentes de todas las ideologías y en todas las retaguardias, sino un golpe de estado contra un pueblo entero amante de la libertad y del amor universal.

Esta invención zapateril para modificar una historia de malos contra malos, y convertirla en una maniquea historia de lucha del bien contra el mal, exigía, freudianamente, matar al padre, que en este caso es, aún vive, Felipe González y los demás protagonistas de la transición: Suárez, Fraga y Carrillo.

“La Transición era una mierda, la Constitución en consecuencia también lo es, y vamos a escribir la Historia nosotros, buscando consuelo en nuestros heroicos abuelos”. Esta es la síntesis de la ideología que el PSOE ha aceptado en bloque, sin rechistar, y que ha sido transmitida al doctor Sánchez, un hombre de firmes convicciones y opiniones inmutables. Se publicó la Ley de Memoria Histórica y con ella hemos vuelto a recuperar la Batalla del Ebro, o al Quinto Regimiento, para ver si ahora el bien triunfa sobre el mal. El Partido Popular, gobernado por un hombre valiente y arrojado como Mariano Rajoy, con mayoría absoluta, aceptó la propuesta por omisión, porque hacer cambios “es un lío”.

Y lo demás es silencio. Para cambiar nuestra cuarentona constitución hace falta un consenso imposible de conseguir: esa es la astuta trampa inserta entre líneas del texto constitucional que, conociendo la naturaleza mudable del español y su propensión al cerrilismo fanático, dejaron nuestros bienintencionados Padres Fundadores: Suárez, Felipe González, Fraga y Carrillo. Benditos sean.

Ah... y con la diabólica Ley Electoral pasa lo mismo. No hay quien la cambie. No está en la agenda de los que ganan, sino en la de los que pierden las elecciones,

Ahora que Zapatero ha conseguido que la extrema izquierda y la extrema derecha, con sus respectivas pieles de cordero, hayan vuelto a iluminar nuestras vidas con el fulgor de la guerra civil, el consenso necesario para las cosas importantes y durables esta más lejos que nunca. La historia recordará a uno de los necios más grandes que nos ha sido dado contemplar en este siglo.