Los refugiados no son bienvenidos


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Domi manere convenit felicibus. Hay en el Océano Índico, en el mar de Andamán, una isla que se llama Sentinel del Norte, donde vive el pueblo menos hospitalario del mundo. Sus habitantes llevan cuarenta mil años viviendo tranquilamente de lo que da la tierra, sin meterse con nadie.

No han sentido, en estos cuarenta mil años, necesidad de abandonar su isla, ni tampoco parecen muy interesados en recibir visitas. De hecho, los últimos representantes del mundo exterior han sido asesinados sin darles la oportunidad de predicar la buena nueva o el “Black Friday”. Hemos sabido de ellos por una especie de misionero, que con la pesadez que caracteriza por igual a los misioneros y a los comerciales de las compañías telefónicas, se ha empeñado en entrar clandestinamente allí.ç

La isla pertenece política y administrativamente a la India que, de forma insólita e incomprensible para nuestro mundo occidentalizado y metomentodo, no sólo no ha trasladado allí funcionarios ni delegados del Gobierno, sino que, antes bien, ha prohibido a nadie del mundo exterior acercarse a una isla a la que ha decidido dejar en paz.

Hemos sabido de los sentinelianos por ese atrevido y probablemente bienintencionado misionero que tozudamente se empeñó en redimirlos, aunque ellos siempre habían dejado claro que no desean ser redimidos, ni siquiera informados de las ventajas de incorporarse a la globalización y al estado del bienestar.

El proselitista acabó hecho un acerico y enterrado por los indígenas en alguna playa paradisíaca e ignota de esas a las que de la civilización solo llega la basura y los plásticos.

La tozudez de los isleños y sus malos modos, con los que osan vulnerar las leyes sagradas de la hospitalidad, no parecen obedecer a causas conocidas. No parecen barruntar el destino que esta hospitalidad ha supuesto a otros pueblos anclados en la Edad de Piedra: quizá algún chamán de la tribu haya contactado con el espíritu de los pueblos exterminados en la Amazonía, maltratados en Australia, alcoholizados en el Ártico o arrancados de sus ancestrales costumbres en África.

De otra forma no se explica el porqué son tan antipáticos. Como los troyanos de la Eneida, “temen a los griegos aunque traigan regalos”. Yo los comprendo muy bien, sobre todo cuando, más o menos a la hora de la siesta, me llaman para preguntarme si estoy contento con mi compañía de teléfonos y si me pueden hacer una oferta o si me pueden hacer unas preguntas. En esos momentos lamento no tener a mano mi arco y mis flechas para defender mi modo de vida.

Lo verdaderamente raro, sin embargo, no es la reacción airada y explicable de gentes que aparentemente no necesitan comprar nada, ni teléfonos móviles ni salvación espiritual. Lo extraño, lo incomprensible, lo inexplicable es que el gobierno de la India haya prohibido, con penas de cárcel y por motivos tampoco muy claros, acercarse a nadie a la isla más aislada del mundo, para preguntarles si saben que el fin de semana el pan es doble o si han pagado el I.B.I en período voluntario. Eso si que es raro, por lo que tiene de excepción a la secuencia histórica universal: invasión, colonización y sumisión de las personas y culturas a los poderes establecidos, sean occidentales o no.