La peste negra en España, siglo XIV


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ADOLFO PÉREZ

Da vértigo mirar hacia atrás, a épocas antiguas, entre ellas la sombría Edad Media, y compararlas con el buen nivel de vida que se disfruta en Europa, con una sanidad de primer nivel en la que España es puntera, que ampara a toda la población, con médicos de postín, pioneros en el trasplante de órganos, con buenos hospitales y farmacias bien surtidas.

Con el estudio de cómo era la sanidad en la Edad Media a uno se le caen los palos del sombrajo, de tan atroz que era. Una época donde la humanidad se vio abrumada por décadas a causa de las miserias de la existencia, expuesta a toda suerte de calamidades, sin amparo, esencialmente por las frecuentes guerras, calamidades que la Iglesia Católica intentó paliar dentro de sus pocos recursos. La vida humana estaba muy amenazada, con una duración media baja. La mortalidad era alta y a pesar de los muchos nacimientos el aumento de la población era escaso.La medicina estaba en mantillas, basada en los conocimientos de la antigüedad, las prácticas populares y las supersticiones. El cuerpo humano y la naturaleza de las dolencias no eran bien conocidos. La vida de los recién nacidos pendía de un hilo y muchas madres morían en el parto. La escasa higiene personal y su falta en las ciudades propiciaban la difusión de enfermedades contagiosas.

Ejemplo de cuanto digo es la lepra, uno de los peores azotes de la Edad Media, aunque no es especialmente contagiosa, traída de oriente por los cruzados. La promiscuidad y la falta de higiene la propagaron y no empezó a retroceder hasta finales del siglo XIV. Los enfermos eran aislados en cabañas en el campo. Al leproso se le imponía un atuendo distintivo en un acto ritual en la iglesia. También llevaban unas pequeñas tablas en la mano que golpeaban para avisar a la gente a su paso. La Iglesia Católica se desvivió en su auxilio y la sociedad los socorrió con muchas obras de caridad.

El sacerdote belga Jozef de Veuster (1840-1889, conocido como padre Damián, era un misionero de la Congregación de los Sagrados Corazones, para la Iglesia es el apóstol de los leprosos. Murió contagiado de lepra. Desde el 11 de octubre de 2009 es san Damián de Molokai (isla de Hawái).
Pero la gran catástrofe humana para España y Europa fue la epidemia de peste bubónica o peste negra en el siglo XIV, que se extendió entre los años 1347 y 1361, la cual acabó con alrededor de la mitad de la población europea, se habla de 50 millones. En España la cifra de muertos se desconoce, aunque se estima que es parecida a la europea, con distinta distribución geográfica.

Se trata de una enfermedad infecciosa que produce la inflamación con dolor de los ganglios linfáticos de las ingles y axilas (bubones), cuyos síntomas son fiebre, dolor de cabeza y vómitos. Se produce por la picadura de pulgas infectadas que transportan los roedores.

Las claves de esta calamidad las aporta el profesor Antonio Ubieto Arteta. Cuenta que la peste negra o bubónica llegó a Europa en 1347 debido a que cuando el Khan (jefe) de Kiptchak (tribus turcas unidas) asediaba la población de Caffa, en Crimea, arrojaba los cadáveres de los fallecidos por la enfermedad valiéndose de catapultas. Fueron los navíos genoveses los que infectaron los puertos de Sicilia y de inmediato la peste se propagó por Europa.

En España, la peste negra se extendió primero por la Corona de Aragón y Navarra, año 1348. En 1349 se expandió por el reino castellanoleonés. Un dato señala que en julio de ese año el rey Alfonso XI se contagió y falleció durante el asedio de Gibraltar, siendo el único monarca de Europa que murió a causa de la peste. Pedro IV de Aragón señaló que al principio murió un tercio de sus súbditos y que en Valencia y Zaragoza llegaron a morir 300 personas cada día. En fin, la mortandad fue muy elevada, llegando en algunos lugares al 70% de la población. Fue tal el terror de la población que los reyes llegaron a prohibir que tañesen las campanas para indicar la muerte de alguna persona. Los problemas planteados por el enorme número de muertes fueron inesperados, comenzando por la necesidad de ampliar los cementerios, incluso construir otros nuevos.

Un recorrido por los sucesos y efectos más conocidos lleva a la conclusión de la gran catástrofe que se produjo. Robos de casas: muebles, dinero, joyas y efectos personales que quedaban en las viviendas por la muerte de todos sus moradores. Algo parecido ocurrió con los conventos, que muchos de ellos quedaron vacíos. Las historias de las órdenes medievales hablan de la ruina y abandono en que quedaron la mayoría de los conventos de España. Las juderías y peregrinos sufrieron asaltos y toda clase de desmanes por ser considerados los causantes de todos los males. Los campos y los viñedos se quedaron sin cultivar por falta de brazos y debido al bandidaje, que pronto se extendió por todas partes. Los crímenes y las fechorías fueron comunes en las pequeñas poblaciones, de modo que sus gentes huyeron a lugares más seguros. Tuvieron que pasar casi dos años para que la justicia se impusiese y se restableciese el orden.

Las rentas reales disminuyeron en grado sumo al reducirse el número de personas a tributar, lo que supuso que el rey tuviera que recortar el plantel de funcionarios públicos. Los peajes dejaron de cobrarse al paralizarse el comercio. Pero ante la necesidad que tenía rey de cubrir los gastos generales del reino no tuvo más remedio que subir los impuestos, lo que supuso un gran descontento. Tal caos se produjo en la economía que ni se cobraban arrendamientos ni se pagaban deudas, las cuales fueron ocasión de bastantes disposiciones reales. Se buscaron con saña los recibos de deudas para destruirlos. Y en otras ocasiones se rebajaron los tributos.

En el aspecto jurídico las complicaciones fueron grandes. Muchos notarios murieron antes de dar forma oficial a las notas de últimas voluntades de los moribundos, muchos apestados. De modo que los reyes autorizaron que tales notas se elevaran a documentos públicos. La vida municipal se vio muy afectada. Los cargos públicos quedaron abandonados por falta de personas preparadas para ejercerlos. El intrusismo en el campo médico fue frecuente. El rey tuvo mucha dificultad para nombrar cargos municipales dado que no disponía de informadores al respecto. Hubo que reunificar cargos distintos, incluso ejerciendo la función desde otros lugares.

La vida judicial sufrió una gran regresión. Ante la falta de jurisperitos y la gran cantidad de disputas surgidas entre los supervivientes, el rey se vio obligado a nombrar ‘hombres buenos’ para que, de forma prudente, sin estrépito, atendiendo a la verdad, arbitraran soluciones justas en cada caso.

Los problemas que planteó la tragedia fueron muchos y de distinta índole, que alteraron en gran medida los usos y costumbres de la época. Para que aumentara la población los reyes acudieron al papa Clemente VI para que dispensase a quienes quisieran contraer matrimonio dentro del tercer grado de consanguinidad (tíos y sobrinos). Al haber quedado vivos pocos matrimonios, el rey Pedro IV de Aragón autorizó a las viudas a casarse de nuevo antes del año de llevar luto.

Los reyes que reinaron en España durante la epidemia de peste fueron: Reino castellanoleonés: Alfonso XI el Justiciero y su hijo Pedro I el Cruel. Corona de Aragón: Pedro IV el Ceremonioso. Reino de Navarra: Carlos II el Malo. Reino nazarí de Granada: Yusuf I y Muhammed V.