Don Adolfo ‘Erre que Erre’ y la playa de Garrucha


..

SAVONAROLA

Uno, que ya calza algunos siglos en sus abarcas, queridísimos míos, también tiene sus debilidades. Hoy confesaré que una de las mías es el cine y, en el marco de mi afición por la que dicen es la séptima de las artes, os diré que siempre he sentido una especial debilidad por las películas que protagonizó Paco Martínez Soria.

Sí, ya sé, hermanos míos, que todo un ejército de adalides de la progresía se han levantado como un solo hombre –o hembra- para apuntarme con el índice de su diestra o, quizás, siniestra, que según que preferencias están bien vistas, lo están menos o, directamente, le hacen a uno acreedor del ya gastado, por tanto usarlo, apelativo de ‘facha’.

Seguramente, ninguno de esos ‘soldados’ sabrá que el otrora célebre actor aragonés, uno de los dioses —y perdóname Padre— de la archidenostada cinematografía patria, se afilió en 1936 a la Confederación Nacional del Trabajo, sindicato anarquista más conocido por sus siglas, CNT, grupo que, además, produjo su primera aparición en la pantalla grande gracias al mediometraje filmado en 1938 ‘Paquete, el fotógrafo público número uno’.

Sin embargo, ese pasado de extremo izquierdo, al decir del argot futbolístico de hogaño, yace sepultado bajo los 36 años de carrera que desarrolló durante el régimen de Franco, aunque no en el madrileño Valle de los Caídos.

Y es que, a Paco Martínez Soria, nunca se le perdonó, como sí ocurrió en el caso de otros muchos, cuya nomenclatura sería harto extensa de enumerar, que hubiera trabajado durante los años que duró el franquismo, y tanto su nombre como su inolvidable voz siempre se asociaron al régimen. Al actor se le recordará con la boina calada, llegando a la capital de España desde el pueblo con la maleta de cartón, el paraguas y las gallinas, para resolver los problemas de su moderna descendencia.

Su ingenuidad y su asombro al descubrir un nuevo mundo eran los de toda la sociedad española de su tiempo, forzada al inexorable éxodo desde el campo a la ciudad, así como ante unos indicios de apertura del régimen que se traducían en una incipiente libertad más desconocida en la parte más rural y profunda de la Nación. El cine que protagonizó en esos años era inofensivo, y muchos no se lo han perdonado aún, aunque él nunca se manifestó en política entonces, ni tampoco después.

No se lo perdonaron ni perdonan al anarquista Martínez Soria que lo único que hiciera, en todo momento de su carrera, fue “eslomarse a trabajar”, como solía repetir, para sobrevivir y sacarse las castañas del fuego.

Llegados a este punto, supongo que recordáis, mis queridos discípulos, una de sus películas más conocidas. La titularon ‘Don Erre que Erre’ y, en ella, interpretaba el pellejo de don Rodrigo de Quesada, un hombre muy conocido en el barrio por su contumacia y terquedad. Este don Rodrigo era una persona de ideas fijas, de esas que no paran hasta conseguir todo aquello que se proponen. Un día, se encontraba en una de las sucursales del Banco Universal pero, mientras andaba enzarzado en una discusión con el cajero por quítame allá unos céntimos,tuvo lugar un atraco.

Los asaltantes consiguieron apoderarse de un suculento botín, que incluía 257 pesetas que Don Rodrigo estaba retirando en ese preciso instante. El dinero aún no había pasado a las manos de nuestro protagonista, pues el empleado estaba en el proceso de ejecutar el reintegro de la cuenta, sin embargo, el ya todopoderoso Banco se negó a devolverle esa pequeña cantidad de dinero argumentando que la transacción ya estaba ultimada en el momento en que se produjo el atraco, aunque las pesetas no hubieran llegado a su cartera. Pero el protagonista de la historia no cejó en su empeño hasta que, finalmente, consiguió que se le reconociera su derecho y le restituyeran hasta la última de las 257 pesetas.

Y tal que entonces, el empecinamiento de un solitario Paco Martínez Soria más cercano, aunque sin boina, en la lucha por un derecho inalienable de su pueblo, parece que roza ya el éxito de su empresa.

Al menos así lo entiende Adolfo Pérez López, que tal es la gracia de este señor del que os hablo, amadísimos hermanos, que actuó durante dos décadas como primer edil de Garrucha y que ahora, como entonces, no ceja en pelear hasta el último recurso por aquello que sabe que es justo para el pueblo de sus amores.

Lo que no entiende el exalcalde es cómo le han dejado solo aquellos a quienes, en puridad, tocaba y corresponde liderar esas guerras que él sabe ganadas, como también sabe que requieren de esfuerzo y lucha. Como todo en esta vida. Al exalcalde no le ha temblado el pulso a la hora de escribir a dos ministras de signos políticos diferentes reclamando su intervención para reclamar a la Junta de Andalucía los doscientos metros de playa que le birló la ampliación del puerto.

Antes había empujado a Juan Francisco Fernández (PP) a que actuara en su calidad de alcalde y emprendiera un contencioso para que la Agencia Pública de Puertos de Andalucía (APPA) cumpliera con la ley y el convenio que le obligaba a restituir al sur la playa que ocupó por el norte. Pero no le hizo caso. Hace un año se dirigió por escrito a la alcaldesa María Antonia López (PSOE), pero ésta tampoco le hizo caso. Mientras tanto, dos ministras de España han respondido puntualmente a sus cartas comunicándole que iban a requerir el cumplimiento de sus obligaciones a la APPA, primero, y que ya lo habían hecho, después.

Dice Adolfo Pérez que tal vez no les importe a Fernández y López la playa. Que quizás no le importe a nadie, pero que es un derecho irrenunciable, un legado del pueblo.

Dice el exalcalde que no se puede hurtar el futuro a los garrucheros del mañana y, con la sabiduría que dan los años, que es más fácil y posible que Mahoma vaya a la montaña, porque ésta tiene mucho más complicado moverse, y las cosas nunca pasan solas. Así que id tomando nota. Vale.