Huérfanos de la canción

Nuestros clásicos, nuestros referentes musicales de toda la vida van desapareciendo, nos van dejando huérfanos de sus aportaciones, de sus inolvidables interpretaciones, dejando huecos, vacíos y silencios difícilmente rellenables, silencios que nos hacen reflexionar


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MARIO SANZ CRUZ

El mundo de la canción y la música se resiente de las continuas pérdidas, que tenemos que lamentar cada vez más a menudo. En los últimos días han fallecido Charles Aznavour y Montserrat Caballé, dos grandes voces que se suman a las muchísimas que ya están en el Olimpo de la música. Dos voces muy diferentes que han sido historia de nuestra música. Aunque yo soy más de Aznavour que de Caballé, no puedo dejar de sentir igualmente su irreparable pérdida.

Nuestros clásicos, nuestros referentes musicales de toda la vida van desapareciendo, nos van dejando huérfanos de sus aportaciones, de sus inolvidables interpretaciones, dejando huecos, vacíos y silencios difícilmente rellenables, silencios que nos hacen reflexionar.

Personalmente, creo que cada vez quedan menos buenos músicos y cantantes, porque, desde mi punto de vista, no se renuevan a la misma velocidad que desaparecen. No sé si es una sensación propia, debida a una cierta idealización de los recuerdos, o que mi gusto musical se ha formado con unos artistas determinados y ahora es muy difícil que sea permeable para las últimas novedades. También puede ser que me esté haciendo viejo y me esté entrando ese rollo de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sea como fuere, a mí me da la sensación de que en los últimos tiempos, desde que los cantantes más famosos y mediáticos salen de las terribles cribas de los programas de televisión, hay mucha buena voz, mucha calidad en la técnica, cuerpos y caras atractivas, pero poco carisma entre los artistas, les falta algo. No sé si lo que echo de menos es el arte natural, el duende, cierta originalidad o que hagan algo personal para diferenciarse entre ellos y que podamos reconocerlos los demás.

Si Víctor Jara, Violeta Parra, Bob Dylan, Leonard Cohen, Chavela Vargas, Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina y un larguísimo etcétera, tuvieran que haber pasado los castings que estamos acostumbrados a ver en la actualidad, no habrían llegado ni a la puerta. Pero, a ellos, cada uno a su manera, les sobraban o les sobran vivencias, arrestos, originalidad y ganas de expresarse.

Por suerte, aún quedan cantautores que salen de los bares y las pequeñas salas, músicos que han estado en la calle, han pisado escenarios de todo tipo y han ido forjando su carácter, un carácter propio; verdaderos artistas que se agarran con uñas y dientes a este mundo musical actual, tan voluble y tan injusto.

Si conseguimos engancharnos a algunos músicos emergentes, enhorabuena, porque los hay muy buenos y esperanzadores. Y si no, siempre nos quedarán las grabaciones, los discos de vinilo y los Cds que podemos poner en los reproductores cuando queramos. Por suerte para nosotros, los artistas fallecidos, que nos dejan huérfanos, también nos dejan su herencia, para que sus voces y su música nunca desaparezcan de nuestra memoria.