Una botella de vino por Julio Alfredo

Supongo que el año que viene te otorgaran la medalla de oro de Andalucía que planteamos al delegado de Cultura que debían proponer para el año en que cumplías 90


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JAVIER IRIGARAY

Teníamos una botella de Protos pendiente y nos la vamos a tomar, pero ya no va a ser contigo.

Fíjate que paradoja. Confieso que, a diferencia de ti, yo soy un virus atroz para la naturaleza. Acababa de emponzoñar el planeta en la justa medida de mis fuerzas, aplicando herbicida al pequeño bancal en el que nunca he cultivado nada, cuando supe de tu muerte.

Sé lo que amabas la tierra y me hubieras reprendido, de saberlo, con poca dureza, pero con mucha razón. En fin, cambiaré el glifosato por vinagre en cuanto Mar Verdejo Coto me facilite la proporción adecuada, pero ya será para el año que viene.

Pero hoy prefiero recordar los momentos felices compartidos. Días como el que pasamos hace seis años, en el homenaje que te dedicamos en Antas, con Argaria. Te veo venir trotando, atravesando la Plaza de la Iglesia, con la sonrisa a punto de desbordar tu rostro y un brillo luminoso iluminando el día desde tus ojos.

- ¡Javier, Javier! ¡Que el cocinero me acaba de recitar un poema de Juana de Ibarbourou!

Normal que la emoción te superara. El cocinero, Enrique Fernández, es uruguayo, como tu muy querida amiga. Él no escribe, pero atesora en su memoria cientos de versos de tu Juana, de Idea Vilariño y canciones de Alfredo Zitarrosa que no duda en compartir cuando se presenta la ocasión.

Te recuerdo en la Cafetería Leo, en esa hora que hay entre medias del café y la vuelta a la cerveza. Apenas quedábamos ya los justos respondiendo al camarero, que tomaba displicente nota del rosario de infusiones y diversas formas de elaborar el descafeinado. Fuiste el último en pedir.

- Un whisky –dijiste.

- ¿Cómo? –repreguntó Diego, el camarero, algo sorprendido.

- Bueno –repusiste-, que el malo ni me gusta ni me sienta bien.

Al día siguiente me llamaste con una inquietud adolescente.

- No sé si ayer di la nota, Javier.

- ¿Y eso? ¿por qué?

- Por pedirme un whisky mientras vosotros tomabais café.

Tú, que decidiste montar una granja de pollos para conseguir vivir de la ‘pluma’ si te fallaba el plan ‘A’, nunca desentonabas.

Como aquella noche en que, después de escuchar a Juan ‘El Gallo’ en El Tintero, volvíamos paseando desde La Chanca y te paraste a interceder por el amor de un desconocido joven ante su no menos anónima amada.

Y es que siempre has sido así de generoso. En silencio.

Muy pocos saben que Granada es la ciudad con más galardonados con el Premio Nacional de Poesía porque tú los proponías, algo que nadie hizo nunca por ti.

Bueno, supongo que el año que viene te otorgaran la medalla de oro de Andalucía que planteamos al delegado de Cultura que debían proponer para el año en que cumplías 90.

En fin, querido Julio. Sé que la tierra te será leve. Te acogerá con mimo. Con el mismo amor que le has profesado durante 92 años, con todos sus días y todas sus noches. Y, mientras tanto, yo te seguiré respirando.