Ni barcos ni honra

El derecho civil desde los romanos parte de una base obvia, puro sentido común, que fundamenta la seguridad jurídica: “Pacta sunt servanda” o lo que es lo mismo, los pactos hay que mantenerlos, majete


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Los juristas supuestamente prestigiosos incurren a veces en disparates monumentales impropios del primer curso de derecho, llevados por su vanidad o por su insensatez, que les nubla el mínimo sentido común que si Dios no les dio, Salamanca claramente tampoco les prestó. Le pasó a Baltasar Garzón que perdió su carrera por asomarse impropiamente al cubículo secreto en que preso y abogado intercambian sus cuchicheos y ahora le ha pasado a la ministra de Defensa, antigua Secretaria de Justicia.

El derecho civil desde los romanos parte de una base obvia, puro sentido común, que fundamenta la seguridad jurídica: “Pacta sunt servanda” o lo que es lo mismo, los pactos hay que mantenerlos, majete.

Esa es la clave de bóveda de todo el edificio del derecho, sin ella el derecho simplemente es inexistente.

La ministra, se ve que la defensa no es lo suyo, ha descubierto horrorizada que las bombas se usan para matar a la gente y que el gobierno anterior había vendido unas bombas carísimas a Arabia Saudí, teocracia repugnante pero riquísima o riquísima pero repugnante, a la que, cuando tenemos apuros económicos, mandamos a nuestro rey emérito como agente comercial para que nos venda cosas y de paso se saque unas pesetillas.

La ministra sintió súbitamente la esquizofrenia del matarife vegano y aprovechando los calores del verano proclamó a los cuatro vientos que su gobierno “flower power” se niega a cumplir sus compromisos y paraliza una venta, parcialmente pagada. “¿Qué son doce millones de euros –debió pensar- comparados con la inmensidad del océano? ¿Acaso no los vale mi tranquilidad de conciencia?...

Estas contradicciones son ya tan frecuentes y numerosas que empiezan a producir solo bostezos e indiferencia. La inquietud surge cuando la causa y el efecto se adivinan de forma palmaria. Basta el rumor de que Arabia Saudí, en justa reciprocidad, pueda hacer lo mismo: deshacer un jugosísimo contrato para construir varias corbetas (barcos de guerra, no yates marbellíes) en un astillero de Cádiz, ciudad en la que el trabajo no sobra.

“¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? (Yo soy inmenso, contengo multitudes).”,dijo Walt Withman o Pedro Sánchez.

El alcalde de Cádiz, podemita, y “flower power” también, se ha apresurado, mal que le pese al hombre, a reconocer, le va el cargo en ello probablemente, que con las cosas de comer no se juega y que dejen a sus obreros, que igual también son idealistas comprometidos, seguir ganándose la vida construyendo objetos de destrucción y muerte.

En Arabia Saudí habrán pensado que esta gente no es fiable. O peor todavía, y casi más inquietante: habrán pensado que este es un país de gilipollas y que mejor tratar con los chinos o los franceses que no tienen estos escrúpulos de conciencia.

Lo suyo, lo coherente, hubiese sido cumplir los contratos firmados con cualquiera de nuestros clientes armamentísticos, que no suelen ser monasterios cistercienses precisamente, y, posteriormente, y solo posteriormente, llevados por la honra, la Alianza de las Civilizaciones, la paz perpetua y el diálogo, desmantelar la industria armamentística española y sustituirla por fabricas de piruletas y golosinas. Sin azúcar claro, porque en mi hambre mando yo.

Seríamos más pobres pero más justos y honorables. Especialmente en Cádiz. No todo es dinero en la vida. Entre los cañones y la mantequilla, es más pacífica la mantequilla, aunque engorde. Ambas opciones son políticas y estratégicas, pero no carecen de consecuencias obviamente

Méndez Núñez, ese militar que misteriosamente tantas calles tiene en España, ya lo dijo: Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra.

Lo preocupante es que nos quedásemos sin una cosa ni otra.