«El hombre inventó a Dios en El Gárcel»

El profesor Gabriel Martínez Guerrero repasa la importancia de la cultura argárica en el mundo antiguo




ALMERÍA HOY / 08·09·2018
La fundación de las primeras sociedades en la comarca del Levante almeriense supuso, además, la invención de todos los elementos que contribuyeron a su nacimiento, entre ellos tuvo especial importancia la de la religión como elemento de cohesión y, también, como herramienta de las élites para someter a la población. Y eso ocurrió junto a El Argar. En Antas.

Ocurrió en un cerro de limos que se levanta junto a la meseta de El Argar, El Gárcel. Allí, en los alrededores de la fuente de la Bermeja, se produjeron durante la prehistoria, según cuenta el profesor Gabriel Martínez Guerrero, dos hechos trascendentales para entender la sociedad actual. “Primero fue escenario de la revolución neolítica en el sureste peninsular, el tránsito de una sociedad nómada de pastores y recolectores a otra basada en la agricultura, sedentaria, que fundó las primeras poblaciones. Después sería la transición, en el declive de Los Millares, que daría a luz la Cultura de El Argar”.

Pero, además, el investigador señala que “fue el lugar en que, por primera vez, se empleó la religión como forma de organizar a la población. Cuando las familias que vivían en las cuevas de los cerros próximos llegaban hasta allí para asentarse, con el fin de que aceptaran unas normas de convivencia, en vez de presentarlas como elaboradas por unos mandatarios civiles, se atribuían a la inspiración divina y articuladas por una religión. De ahí las estatuillas encontradas de diversas formas, como el ídolo de La Pernera, en forma de cruz, y la aparición de sacerdotes con poder sobre el resto de la población. Podríamos afirmar que el hombre inventó a Dios en El Gárcel para establecer el orden en las sociedades de esta parte del mundo”.

Hablamos de una época en que el mar llegaba a tres o cuatro kilómetros del actual municipio de Antas, “aproximadamente, y según los estudios realizados por el profesor Oswaldo Arteaga, hasta el puente de la antigua carretera nacional, y la vega ribereña al río era muy feraz. De aquella época son las primeras acequias que aún se conservan”, apunta Martínez Guerrero.

Según el profesor antuso, también habría aparecido aquí la violencia como herramienta de control social: “Las armas fueron un utillaje necesario en una sociedad próspera como la argárica que necesitaba custodiar los bienes que atesoraba, fundamentalmente sus reservas de alimentos, pero también para defender la posición de preeminencia de las ricas élites que organizaban la sociedad y al resto de los vecinos que vivían fundamentalmente de la agricultura. El Argar se caracteriza por la elaboración de esas armas que daban a la clase dominante un estatus superior al resto de habitantes basado en la capacidad disuasoria que propiciaban precisamente esas mismas armas. Además, el poblado de El Argar tenía a su alrededor una serie de aldeas más pequeñas que se dedicaban a la elaboración de otros productos de consumo, pero era el foco del que irradia toda la metalurgia que servía para dominar a los habitantes de su entorno”.

“Aunque no han llegado muchos restos de la indumentaria de la época –añade don Gabriel-, sí sabemos que los hombres de El Argar se dejaban crecer el pelo y que debían usar el lino para sus vestidos, porque esa planta herbácea se plantaba a la orilla del río y se han encontrado piezas de ese tejido envolviendo vasijas y armas, como una de bronce que se conserva en el colegio de Antas tal y como se encontró, envuelta en un lienzo de lino, por lo que es lógico pensar que formara parte de la vestimenta de la época, junto a las pieles de los animales”.


Migas en El Argar

“Los habitantes de El Argar, como sus antecesores en el Gárcel, comían seguramente algo parecido a las migas que conocemos hoy –asegura el profesor-. Serían unas migas integrales, porque aún no separaban el salvado de la parte blanca del cereal. La masa resultante de mezclar con agua la harina de moler el grano de los cereales que cultivaban, era la base de su alimentación, a la que añadían otros alimentos como los garbanzos que se producían en la vega paralela al cauce del río Antas, regada con las aguas de la fuente de la Bermeja y las partes altas dependían de la lluvia. El cereal predominante en la parte alta era cebada, cuyo cultivo requiere menos agua, pero junto al río prevalecía el trigo. También cultivaban acebuches, que son los olivos sembrados a partir de semillas, no de estacas, que proporcionaban unas aceitunas más pequeñas, pero también productoras de un excelente aceite con el que, entre otras cosas, harían sus migas”.
Pero no sólo de migas y gachas vivía el hombre de El Agar. “Se han encontrado pruebas de la existencia de ganado vacuno, caprino y caballar, y también los caracoles formaban una parte importante de su dieta”.


Nada que enseñar

“Gran parte del legado de nuestros antepasados se encuentra a salvo del paso de los años en los grandes museos de todo el mundo, pero aquí no tenemos nada que enseñar –lamenta don Gabriel-. Poder exhibir piezas originales requiere de una gran inversión para poder cumplir lo que las leyes andaluzas establecen al respecto, no tanto en recintos como en personal acreditado para su conservación y estudio. En Antas existe ya un edificio que, en las condiciones actuales, no podría albergar piezas originales procedentes de otros museos, pero sí reproducciones y colecciones particulares cedidas por sus propietarios siempre que hubiera algún conservador”.

No obstante, el investigador asegura que “en la localidad existen bienes naturales y culturales suficientes para diseñar un conjunto que permita mostrar desde los corales fósiles hasta las lavas de los volcanes y una serie de yacimientos que comienzan con la Cultura de las Cuevas del Paleolítico y Neolítico, continúa con la Edad del Cobre millarense y finalizaría en la Cultura del Argar, además de todo lo concerniente al aprovechamiento del agua a lo largo de la historia. Si no un museo monográfico de El Argar, sí se podría fundar uno etnográfico para mostrar todo el relato de la historia y prehistoria de Antas, que es mucho: toda la historia del hombre”.


“Nuestro patrimonio se pierde con el paso del tiempo”

Cuando le preguntamos qué piensa cuando obtienen la categoría de Patrimonio de la Humanidad los dólmenes de Antequera o la fiesta valenciana de las Fallas de Valencia, don Gabriel Martínez Guerrero contesta con resignación que “en otros lugares disfrutan de la cualidad de la insistencia y la virtud de la perseverancia y, así, van por delante de los que demostramos no contar con esas capacidades”.

Después añade que ahora “se está pensando en presentar la candidatura conjunta de Los Millares y todos los yacimientos de la Cultura de El Argar como Patrimonio de la Humanidad, pero yo creo que al comité español habría que llevar por separado la Cultura de El Argar junto con todos sus yacimientos. Si lo hacemos con Millares y otras culturas, creo que el procedimiento será más largo y El Argar quedará perdido en medio de un batiburrillo. No tendrá el mismo valor. Es necesario y urgente intentarlo para, por lo menos, aparecer en la lista española de candidaturas posibles. Ahora no está ni solicitada su inclusión. Ese es el primer paso que hay que andar para que ese comité indique cuáles son los demás a seguir para obtener ese nombramiento. Además, será un estímulo para impedir que ese patrimonio se pierda con el paso del tiempo poco a poco, como ahora ocurre”.