El gabinete del doctor Sánchez

Doctores tiene la Iglesia, y muchos más, por lo visto, la política


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Martín Lutero fue un modelo de transparencia cuando clavó su tesis: Cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos de Wittemberg y otras parroquias (lo que se hacía, según acabo de plagiar de la Wikipedia, “de acuerdo con la costumbre de la universidad”).

Hay bastante de luteranismo en esta historia de la transparencia y en no ocultar nada a los ciudadanos para llegar impoluto al Reino de los Cielos, sin tomar trenes regionales ni carreteras secundarias. La tradición católica no es esa y aquí las mentiras, y aun los crímenes, se perdonan y convalidan en las aguas del bautismo del último proceso electoral, como sumo acto de contrición. Y a otra cosa.

Todo este enredo de los másteres falsificados, plagiados o regalados, convalidaciones masivas, doctorados ridículos y doctorandos suspendidos “sine die”, en beneficio de personas que parecen necesitar los oropeles y el barniz de prestigio de la Universidad para camuflar su propia inanidad intelectual, es de base indudablemente católica.

Queremos ser protestantes y puros pero, felizmente, somos católicos y pecadores, y amamos la oscuridad, los vericuetos y las indulgencias. Una pequeña dosis de corrupción, si es por una buena causa, no es mala. Gracias a unos cuantos papas corruptos que vendían indulgencias para pagar las costosísimas obras del Vaticano, tenemos obras de arte impagables ¿fue corrupción dar trabajo a Rafael, Miguel Ángel o Bernini, en lugar de encargar las obras al cuñado del Papa, que trabajaba más barato?. Relativismo moral. Las Iglesias protestantes son en general bastante feas.

La Universidad española, más que los políticos, es la que queda en entredicho. Por si no bastara su ya conocida endogamia, ha consentido la venta de indulgencias intelectuales: el uso de celebrities, padres de la patria y otros famosos para, a cambio del regalo del “master”, vender, con técnicas del peor marketing, la mula ciega de un dudoso producto intelectual a jóvenes estudiantes a los que se obliga a desembolsar cuantiosas sumas seducidos por el cebo o cimbel de esta “gente de respeto”, fichados y atraídos a su vez con promesas de facilidades para engordar un macilento curriculum profesional. Todos ganan, excepto el prestigio de la Universidad y los estudiantes burlados.

No se vislumbra en el horizonte ningún Lutero universitario que acometa la reforma de unas Universidades, algunas prestigiosas, otras de chichinabo, que pueblan hasta los más remotos lugares de la geografía.

Doctores tiene la Iglesia, y muchos más, por lo visto, la política, para juzgar si las Universidades necesitan esta venta de oficios, beneficios e indulgencias para mantener su polvorienta púrpura y su respetabilidad.