Visitas de verano

Aunque sea un problema difícil de gestionar, a mí me da alegría ver que somos más solidarios y menos egoístas que nuestro vecinos europeos


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MARIO SANZ CRUZ

Este año, el verano está siendo raro. No termina de hacer calor, hace poco viento y las mañanas son muy brumosas. En los pueblos costeros no parece que haya demasiada gente de turismo, pero en el mar algo está cambiando. Lo que era un goteo de inmigrantes en pequeñas pateras, se está multiplicando y se está convirtiendo en un éxodo continuo, en un cambio de rumbo en las rutas del Mediterráneo, que se van desplazando hacia la zona occidental.

Y dirán muchos que eso sucede porque aquí somos demasiado permisivos, que nos estamos haciendo blandos, que esto es un peligro, que nos invaden, que no tenemos por qué acoger a los que no quieren dejar entrar otros países de la Unión Europea. Pero, aunque sea un problema difícil de gestionar, a mí me da alegría ver que somos más solidarios y menos egoístas que nuestro vecinos europeos. Me sorprende y me agrada que, pese a la propaganda populista fascistoide que nos machaca continuamente, aún nos queda un poco de humanidad, aún les vemos como personas en apuros, como náufragos del continente africano que hay que rescatar de esos cascarones atestados. Todavía no vemos las hordas de invasores que nos quieren vender, la amenaza contra la que hay que luchar, incluso activamente, atacando y hundiendo esos barcos enemigos. Por suerte, todavía no estamos demasiado contaminados por esas teorías de la ultraderecha, que van calando más de lo deseable en nuestro hermético continente.

Mientras unos vienen por mar, otros saltan las vallas de Ceuta y Melilla, en un verdadero alarde de tenacidad, resistencia, fuerza y habilidad.
Cuanto más difícil se lo ponemos, más se selecciona físicamente la gente que llega, como si de unas especie de Ironman se tratase, y, al final, lo único que estamos consiguiendo es hacer sufrir a todos y crear filtros para que solo lleguen a nuestro suelo verdaderos superhombres y supermujeres que pueden aguantar lo inaguantable. Desgraciadamente, nuestras vallas, nuestros obstáculos y nuestras crueles concertinas no dan oportunidad a mucha gente inteligente que no tiene tanta musculatura, a los que tienen la fuerza en el cerebro, a los creativos, a los estudiosos, a los investigadores. Quizás esto no sea más que un reflejo de lo que sucede, desde hace años, en nuestra sociedad. Llegan a la meta los más decididos, los más fuertes, los que tienen más músculos y menos escrúpulos, pero se quedan en el camino muchos de los más brillantes intelectualmente, porque no tienen la suficiente resistencia física, porque no tienen habilidad para buscar enchufes, porque no se meten en política para medrar, porque su ética les impide pisar en la cabeza de un compañero para subir un escalón más en la sociedad.

Mientras escribía este artículo, una patera llegaba a la zona de Los Roncaores, en el mismo pueblo de Carboneras. Al parecer, algunos de sus ocupantes fueron detenidos por la Guardia Civil, pero los demás emprendieron veloz huida, para superar una carrera de obstáculos campo a través; una prueba más en su decatlón vital particular, después de haber pasado por el remo y la natación. Y lo peor es que esa no será la última. Una vez superadas todas las pruebas físicas de acceso a nuestras costas, hay que empezar la difícil adaptación al medio, la superación de la barrera idiomática, el esquivado de mafias, el triple salto de discriminaciones, el largo maratón de trabajos precarios, el difícil eslalon para evitar la explotación sexual, etc.

En fin, así estamos, aunque seamos de los más comprensivos dentro de nuestro entorno europeo, sigue habiendo mucha gente quecritica a los que llegan buscándose la vida, como si lo hiciesen por gusto, o por el vicio de practicar deporte extremo.