Socavar la monarquía



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ADOLFO PÉREZ

“El Rey quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura, en su historia y en su tradición.” Son palabras del rey Juan Carlos I a las Cortes Españolas (franquistas) en el acto de su proclamación como rey de España, era el 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de Franco. Y cabe decir que esa promesa la ha cumplido fielmente hasta su abdicación en 2014. Ningún español se ha visto preterido por el monarca en los treinta y nueve años de reinado, y lo mismo sucede con su hijo, el rey Felipe VI.

Los españoles saben, unos por haberlo vivido y los más jóvenes por la información recibida, los bienes que le ha aportado a la sociedad española la Monarquía, que goza del beneplácito de la gran mayoría de ciudadanos, conscientes de que la Corona es garante de la estabilidad política de la nación desde hace cuarenta y tres años, cosa que dos repúblicas no consiguieron.

Sin embargo, últimamente se palpa en el ambiente la existencia de una ruda campaña que intenta socavar los cimientos de la Monarquía parlamentaria, acabar con la Constitución de 1978 y proclamar la tercera República. Los actores, cómo no: comunistas y populistas, ambos nada aconsejables para hacerse cargo de los intereses nacionales. Ahora aprovechan las veleidades pasionales de don Juan Carlos y unos audios que circulan por la redes sobre unas supuestas comisiones recibidas por él, que les sirven para lanzarse en su contra con dichos hirientes, así como despectivos y de mal gusto hacia la figura del rey Felipe VI, cosa que no tranquiliza. Y ya, la guinda antimonárquica la pone el presidente catalán que no para de lanzarle dardos envenenados al rey a raíz de su discurso en defensa de la integridad nacional en octubre de 2017, motivado por las acciones independentistas de los nacionalistas catalanes.

Comunistas y populistas no se resignan a que en el tiempo de la Transición se alcanzara la concordia nacional entre los españoles después de la guerra civil y el régimen dictatorial del general Franco. Los comunistas se olvidan que el Partido Comunista, en la persona de su secretario general, Santiago Carrillo, aceptó la Monarquía parlamentaria como forma de gobierno, así como la actual bandera nacional, es algo que les cuesta reconocer a los más jóvenes de esa ideología, deseosos de que vuelva la República. República que no cumplió con las expectativas que esperaba la población, tanto en estabilidad política como en conquistar parcelas en el ámbito de la justicia social, tan necesitada entonces. Y eso a pesar de los esfuerzos que pusieron políticos tan importantes como su presidente, Niceto Alcalá - Zamora, el presidente del Gobierno, Manuel Azaña o el político José María Gil - Robles.

Para los republicanos de la izquierda radical todo son bienes en la añorada segunda República (1931 - 1939), pero no parece que fuera así; vamos a verlo. Proclamada el 14 de abril de 1931 tras la renuncia de Alfonso XIII, fue recibida con alborozo popular. Pero poco duró la bonanza republicana pues unos días después, el 11 de mayo, las turbas extremistas cometieron graves desmanes en Madrid y otras ciudades, en particular contra la Iglesia Católica con la quema de iglesias y conventos ante la pasividad de la fuerza pública en la mayoría de los casos, y eso a pesar de que el Vaticano aconsejó a los católicos que aceptaran de buen grado el nuevo régimen. En las Cortes imperaba el sectarismo anticatólico. Gran escándalo fue la represión republicana en los sucesos de Casas Viejas, Cádiz (10 - 12 de enero de 1933), masacre que le costó caer al Gobierno de Azaña. Muy grave fue la huelga general revolucionaria de 1934, surgida como reacción al nuevo Gobierno de la derecha, huelga que ocasionó la insurrección obrera de Asturias (octubre), sofocada por el Ejército después de emplearse a fondo. Indescriptible es lo sucedido durante el Gobierno del Frente Popular a partir de febrero de 1936, dominado por el Partido Comunista que a su vez dependía del Partido Comunista de la URSS. Incendiarios fueron los mítines del político Francisco Largo Caballero en los que hablaba de exterminar a la derecha si preciso fuera.

Durante el Gobierno del Frente Popular las turbas eran libres para cometer todo género de tropelías y desmanes. Los asesinatos eran ya noticia corriente en la prensa diaria. La vida carecía de valor. El 13 de julio de 1936 fue asesinado el jefe de la oposición, José Calvo Sotelo, a manos de guardias de Asalto. Tanta brutalidad dio lugar al levantamiento de parte del Ejército el 18 de julio de 1936 y a la cruenta Guerra Civil (1936 - 1939), que ganada por los militares sublevados dio paso a la dictadura del general Franco durante treinta y seis años (1939 - 1975). Son hechos ciertos que les cuesta asumir a los republicanos nostálgicos y a los de nuevo cuño, ambos de la izquierda radical.

Pero si la segunda República fue un gran fracaso de los españoles de su tiempo, nada se diga del fracaso que supuso la proclamación de la primera en el convulso siglo XIX, que sonaría a chiste si no fuera porque se trata de la gobernación del Estado. A raíz del destronamiento de Isabel II en 1868 ascendió al trono español el elegido rey Amadeo de Saboya, que el 11 de febrero de 1873 hubo de renunciar por falta de apoyos. El mismo día 11, reunidos Congreso y Senado en Asamblea Nacional aceptaron la abdicación del rey y proclamaron la República por 258 votos contra 32, la cual duró diez meses y veinte días, hasta el golpe militar del general Pavía el 3 de enero de 1874. En tan corto espacio de tiempo tuvo cuatro presidentes: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar. Y sucedió así debido a las discordias entre viejos y nuevos republicanos que se disputaban la dirección de la República mientras España se deshacía sumida en el caos, con un gran descontento de los campesinos y los obreros industriales. Tal era el desgobierno que el primer presidente, Estanislao Figueras, huyó despavorido a Francia sin avisar a nadie. Ante tan pésima situación un político de entonces dijo: “En casi once meses que duró ni un solo día España respiró tranquila.” Cabe decir que el tercer presidente, Nicolás Salmerón, de Alhama de Almería, renunció a la presidencia para no firmar dos penas de muerte. Casi un año después de la caída de la República fue restaurada la Monarquía en la persona del rey Alfonso XII, hijo de Isabel II.

Pues eso dieron de sí las dos repúblicas españolas. Siendo la del 1931 con la que sueñan los nostálgicos de la izquierda radical, que para más inri aprovechan la Ley de Memoria Histórica para sus planes antimonárquicos.

Por fortuna el trayecto recorrido por España en los últimos cuarenta y tres años ha sido de una gran estabilidad política gracias a nuestra Monarquía parlamentaria. En efecto, desde que don Juan Carlos fue proclamado rey de inmediato se aplicó a devolverle al pueblo las libertades políticas y sus derechos, y que la vida ciudadana fuese regida por una Constitución. Para lograr su propósito el monarca, como motor del cambio, nombró presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, el cual, con gran pericia, hizo realidad el cambio que se pretendía.

Fue el tiempo de la histórica Transición política, tan denostada por la izquierda radical. Se aprobó la Ley de Reforma Política y la gran mayoría del pueblo español respaldó la Constitución de 1978, que desde entonces nos rige. A partir de aquel momento se puso gran empeño en alcanzar la concordia entre los españoles. Determinante fue la actuación del rey Juan Carlos cuando con su autoridad acabó con la rebelión militar de Tejero el 23 de febrero de 1981. Tenemos una democracia avanzada, con instituciones públicas que funcionan con normalidad, la alternancia de los partidos en el Gobierno es un hecho. Se disfruta de paz social y de años de prosperidad económica, así como de un avanzado estado de bienestar. Son logros que nos convierten en un importante Estado de la Unión Europea, con la decidida contribución de la Corona, la que con su neutralidad es clave para la convivencia política.