Ryannair y los enemigos del comercio

Antonio Escohotado afirma que “la enemistad hacia el comercio constituye un fenómeno histórico ininterrumpido desde los rollos del Mar Muerto, y no antes”


..

JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

En su clarificadora obra “Los enemigos del comercio. Una historia moral de la propiedad”, uno de los pocos sabios que nos van quedando en el erial de las humanidades, Antonio Escohotado, afirma que “la enemistad hacia el comercio constituye un fenómeno histórico ininterrumpido desde los rollos del Mar Muerto, y no antes”. Caído el comunismo, su enemigo más reciente y declarado, y debilitado el cristianismo, su enemigo más antiguo, el fenómeno perdura extrañamente en nuestros tiempos, y uno puede ver pruebas de ello casi cada día.

Descartando la parodia venezolana, en la que las limitaciones y cortapisas impuestas por un demente han acabado por desabastecer los supermercados, y provocado una estampida incontrolada del país, sin que nadie aquí parezca unir la causa con la consecuencia, hay que reseñar que en España, país moderno y supuestamente europeo, hay brotes esquizofrénicos y contradictorios de este preocupante odio cerril al comerciante.

Observo con asombro, especialmente en algunas televisiones y radios particularmente pertinaces y obsesivas, una fijación este verano con la compañía aérea RYANAIR. Sintetizando el discurso, tampoco muy elaborado, vienen a decir que esta compañía realiza prácticas esclavistas de dudosa legalidad con sus empleados, maltratan y vejan a sus usuarios, a los que humillan en sus ridículos asientos nada espaciosos y les engañan con sus recargos adicionales, sus loterías y sus insistentes concursos… incluso que vuelan con la gasolina justa para ahorrar.

Todo esto viene a ser algo así como que el comensal habitual de restaurantes de campanillas, estrellas y tenedores, censure pública y agriamente a las casas de comidas que dan menús de 8 euros a sus pobretones clientes y les prive con ello de los manteles de hilo, y de las delicias y langostinos asociados a la buena crianza.

Ya lo dijo tiempo ha la ingenua María Antonieta de la gentuza: “ si protestan porque no tienen pan…que coman pasteles”.

Pero como yo pertenezco a la gentuza que vuela en esa compañía e incluso que come menús baratos en figones y antros de dudosa catadura, he de defender mi posición ante los que critican los abusos de los comerciantes en economías abiertas en los que ningún dirigente Maduro, todavía, osa imponer los precios a los comerciantes obligándolos a vender productos por debajo de su coste para “beneficiar” al consumidor.

¿Por qué molesta tanto que la gente compre lo que quiera y pueda a quien quiera y decida? La ley de la oferta y la demanda, salvo catástrofes u holocaustos nucleares, es un precepto tan inevitable como la ley de la gravedad. Pero en ese sobrevalorado pensamiento igualitario de colmena u hormiguero, no cabe la elección ni la posibilidad. El que se sale de la fila es mal visto y el que corre en dirección contraria es un raro.

De una forma análoga está esa cansina reivindicación de aeropuertos a porrillo y AVES por doquier, por parte de grupos, colectivos o individuos que no se han parado a preguntar cuanto vale un billete, ni cuantas veces van a tomar uno en su vida. Que le hagan, en todo caso, uno cerca de su casa porque eso lo paga “el estao”. Y a esos mismos u otros más astutos (que sí usan los AVES e incluso aviones oficiales para caprichos personales) les parece mal que haya empresas que existan y prosperen a base de permitir viajar a precios que puede pagar el ciudadano medio. Es difícil de entender.

Como ya estableció Adam Smith hace mucho tiempo, sin que nadie haya podido demostrar lo contrario, el carnicero no nos vende su mejor carne al mejor precio, por nuestro interés, sino por el suyo: el de conservarte como cliente fiel y que no le pongas los cuernos con otro carnicero del puesto de al lado. No es la filantropía, sino el egoísmo el que establece los precios. El día el que precio y condiciones los regule e imponga el Maduro de turno…ya sabemos lo que pasará: al cielo, en sus aviones carísimos, irán los de siempre.