Qué es un rey para ti (II)

Para forjar al hombre nuevo, no sólo en España sino en todo el mundo occidental, monarquía y jerarquía eclesiástica son estorbos o espantajos de una historia que, desde esa perspectiva ideológica sería deseable modificar o reescribir


..

JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Abandonemos la seriedad y el rigor del 'Hola' y pasemos a algo más discutido y discutible: la Constitución. La Constitución de 1978 es un pacto cuya reforma, en sus claves de bóveda, y la monarquía es una de ellas, exige un acuerdo ideológico o una voluntad pactista que hoy esta mucho más lejos de conseguirse que cuando se redactó y se aprobó por referéndum hace, precisamente este año, cuarenta años.

Dado que va a ser imposible sustituir a los bueyes, con estos bueyes cuarentones hay que seguir arando, hasta que surjan, si es posible, políticos más sensatos, capaces y conciliadores. La cosecha actual no permite fabricar buen vino.

¿Qué es un rey en una monarquía constitucional? La izquierda detesta la monarquía, por razones supuestamente racionales, pero en verdad rascando un poco, cargadas hasta el tuétano de la irracionalidad de la emoción. A la derecha tampoco la monarquía le genera especial interés. Cosa que igualmente puede decirse de la población en general. Pese a eso solo será destruida por sus propias faltas.

Para forjar al hombre nuevo, no sólo en España sino en todo el mundo occidental, monarquía y jerarquía eclesiástica son estorbos o espantajos de una historia que, desde esa perspectiva ideológica sería deseable modificar o reescribir. Vano intento de modificación del pasado –ni siquiera Dios puede hacerlo, decía el filósofo Agatón- al servicio de objetivos presentes y futuros. Son en cualquier caso instituciones decadentes, con escasa influencia y sin aliento vital.

Ciertamente, que un señor o señora por razón de su nacimiento sea preparada desde el huevo para el ejercicio de un poder no refrendado no parece muy sensato. Pero es esta premisa la que falsea el argumentarlo subsiguiente: su necesaria destrucción, porque el Rey de España no tiene poder. O, dicho de otra forma, tiene mucho menos poder que la presidenta del banco de Santander , el Presidente del Real Madrid o el señor Roures.

Las funciones de la Monarquía se describen sucintamente en el Título Segundo de la Constitución vigente ,en los artículos 56 a 65. Y en el primero de esos artículos se enumeran:

Simbolizar de la unidad y permanencia del estado, arbitraje y moderación del funcionamiento regular de las instituciones (concepto jurídico indeterminado y difuso) y representar al estado español en sus relaciones internacionales especialmente con las naciones que hablan nuestro idioma (es una especie de diplomático/agente comercial nato).

Y realmente poco más que eso: un símbolo.

Se está viendo sin embargo que los símbolos son en nuestra sociedad primitiva mucho más importantes que los conceptos y que las instituciones. Y más susceptibles de erosión, o mejor, de voladura. Lo vemos con la guerra de las banderas, los lazos amarillos, las retiradas de monumentos, los cambios de nombres de las calles... Como no se alcanzó a quemar las carnes del hereje se quema su efigie y así se le destruye en un procedimiento que tiene que ver más con la magia o el chamanismo que con la razón. No es nuevo.

Cuando mira uno una moneda y ve la efigie de Juan Carlos I, o de Felipe VI, en realidad esta viendo, sin querer, la historia de una comunidad. Cuando mira la magnífica estatua de Pizarro en Trujillo, no puede ignorar el paso de la historia que nos concierne más, lo admitamos o no, que la historia de los caballeros de la Orden Teutónica. Es nuestra historia, como la historia de nuestros padres y nuestros abuelos, nos guste o no, es nuestra historia y con ella hay que vivir.

Cuando el símbolo esta vivo, sin embargo, como sucede con estos desorientados monarcas contemporáneos, la cosa se complica. Si un rey se casa con una presentadora de televisión o con una tertuliana de “Sálvame”, o con alguien que, por muchos méritos profesionales o personales que reúna, no tiene esa legitimidad simbólica, ese es el primer clavo en el ataúd del símbolo.

Ser un símbolo no es fácil, salvo que sea de granito o este muerto, porque lo dinámico tiene propiedades distintas de lo estático. Por eso los monumentos sólidos perduran más que las instituciones y que las personas, y solo la dinamita acaba con ellos.

En ser símbolo y sólo símbolo reside su fortaleza, su carga simbólica. Si el símbolo no es ejemplo moral y tiene comportamientos inadecuados, y por su carácter emocional, no vale la presunción de inocencia sino que pesa más la sospecha que la certeza, el símbolo se desvanece como por ensalmo. Y entonces hay que crear otros mitos y otros símbolos, o desempolvarlos. Por ejemplo, la República.