Lo que el mundo debe a Murcia

A veces pienso que Murcia es una provincia ignota, solapada entre Andalucía y Levante, una ínsula remota y ficticia como Barataria o Sansueña toda, que merecería habitar, más que la prosaica cartografía, la geografía de cualquier literatura fantástica


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Con harto dolor nos enteramos de que peligra, por falta de patrocinadores, el Campeonato Mundial de Lanzadores de Huesos de Oliva de Cieza, cuyo divisa de vencedor olímpico ostenta el reciente Secretario General del P.P. , hombre polifacético y renacentista, con la muy meritoria marca de 16,84 metros, que le hicieron proclamarse campeón en las lejanas calendas de 2009, cuando no soñaba con alcanzar la púrpura del poder político y concentraba sus esfuerzos en propulsar hasta el infinito y más allá el hueso de la oliva cornicabra que tan justa fama ha dado a Cieza.

A veces pienso que Murcia es una provincia ignota, solapada entre Andalucía y Levante, una ínsula remota y ficticia como Barataria o Sansueña toda, que merecería habitar, más que la prosaica cartografía, la geografía de cualquier literatura fantástica.

Y no es mal destino, pensándolo bien. Suspendida en el tiempo y en el espacio sigue teniendo algo del aire provinciano y polvoriento de lo que queda al margen de las autovías y los AVES. Carece sin embargo del dramatismo mesetario de los pueblos que se extinguen y se apagan ante el progreso que los vacía. En Murcia se prohíbe ser o estar triste. No es país para unamunos.

Los madrileños y otros urbanitas sólo conocen la Manga del Mar Menor, y poco más. Ignoran que en una pedanía de Mazarrón, Las Balsicas, como en un remoto valle de Nueva Guinea, se celebra por Navidad un concurso de rebuznos. Para quien pueda interesar en la última edición, Bartolo 'El Tabilla' y Paco 'el Ministro' fueron, como de costumbre, los mantenedores de esta centenaria tradición.

Se sigue desconociendo, pese a los arduos esfuerzos de la Consejería de Turismo, la existencia de los michirones y los paparajotes, cuyas vainas y soportes, hay que insistir, no se comen. El murciano, sanchopancesco y epicúreo, sabe por ciencia infusa que la gloria está en lanzar el hueso de la oliva a distancias siderales y mojar la oreja con ello a deudos y parientes, que no alcanzarán el triunfo ni las secretarías generales de nada. Y la felicidad en tomarse un pastel de carne o una marinera en la Plaza de las Flores. O rebuznarle al vecino, o en expulsar de los bares a los visitantes tocando el tambor, como en Bullas.

Son secretos que deberían ocultarse, como los chinos prohibieron mientras pudieron hacerlo, la exportación de los gusanos de seda.

El Ayuntamiento de Cieza, con racanearía sin igual, niega a los organizadores del concurso que ha puesto al municipio en el mapa, los fondos necesarios para dar brillo y prestancia a la tradición: ofrece mil quinientos míseros euros, lo que no alcanza, dicen con justa indignación los promotores, ni para camisetas ni para trofeos, ni para olivas.

Si estos sombríos presagios no se concretan, el próximo día 31 de agosto, a las 13.33 horas, están ustedes convocados en el Huesódromo de Cieza en la Avenida de los Reyes Católicos, donde se darán cita los más grandes especialistas.