Crónica de una muerte anunciada

Pues algo así está pasando ante vuestros ojos y, sin embargo, no lo veis. O, quizás, es que no queréis verlo


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SAVONAROLA

Han muerto los profetas, hermanos, y hasta el mismísimo Hijo de Dios fue cruel y vilmente asesinado. Su martirio fue advertido, pero los hombres volvieron la espalda al Padre, se abandonaron al pecado y no hicieron nada para evitar la que fue una muerte anunciada.

Y me viene a la memoria, mis caros discípulos, aquel otro crimen que sucedió en un pequeño y aislado pueblo en la costa del Caribe, y que alguien relató en una crónica que mis cansados ojos leyeron hace ya algunas décadas.

Contaba un amigo de Santiago Nasar que Bayardo San Román, un hombre rico y recién llegado a la localidad, casó con Ángela Vicario. Al celebrar su boda, los recién casados fueron a su nuevo hogar y, allí, al entregarse por vez primera al débito conyugal, Bayardo descubrió que su recién desposada no era virgen e,inmediatamente, la devolvió a la casa de sus padres donde la infeliz fue golpeada por la madre hasta que culpó de la desfloración a Santiago Nasar, un vecino del pueblo.

Los hermanos Vicario –Pedro y Pablo–, obligados por la defensa debida del honor familiar, anunciaron a la mayoría del pueblo que matarían a Nasar, que no se enteró sino minutos antes de morir. Los hermanos mataron a cuchillazos a Santiago, después de pensarlo en varias ocasiones, en la puerta de su casa, a la vista de la gente que no hizo o no pudo hacer nada para evitarlo.

Pasados 27 años, el amigo de Santiago Nasarre construyó los hechos, de los que él fue testigo, en forma de una crónica plagada de testimonios.
Años después, Ángela Vicario estaría escribiendo cada día a Bayardo, primero formalmente, después con cartas de joven enamorada y, al final, fingiendo enfermedades. Así, Bayardo volvió 17 años después, claramente desmejorado y con todas las cartas sin abrir.

Pero a veces, mis queridos hermanos en Cristo, las manos que matan no tienen nombre, como en el caso que os acabo de recordar, porque, en realidad, tienen todos los nombres, y esos nombres son los vuestros, los del pueblo que conoce lo que ocurre ante sus ojos hasta que descarga, finalmente, la mano que asesta el rejonazo final que acaba desnucando a la víctima que ve desangrarse desde hace años.

Yo no sé, amados míos, si alguna vez llegaremos a conocer quién de todos desfloró a la doncella Galasa. Porque por su lecho pasaron todos, mas creedme si os digo que el nombre que pueda salir de sus labios no tiene por qué ser el cierto si ha de ser sacado a fuerza de golpes. Y, tal vez, no sea ése el caso más importante de aquesta historia, aún sin desprecio alguno.

Lo que más me llama el ánimo es cómo es posible que pueda ocurrir una muerte anunciada. Cómo puede dejar de latir el corazón de quien todos ven desangrarse gota a gota, litro a litro. Hectómetro a hectómetro sin que nadie haga nada por evitarlo.

¿Imagináis, hermanos, que ante un herido grave el médico no empiece a actuar hasta que no tuviera ante sí todos los documentos que identifiquen al desgraciado? ¿debe cortar antes la hemorragia el doctor o no lo hará hasta terminar de cumplimentar todos los formularios, obtener los documentos pertinentes y asegurarse el cobro de los gastos que no dejar morir al doliente pudiere ocasionar?

Pues algo así está pasando ante vuestros ojos y, sin embargo, no lo veis. O, quizás, es que no queréis verlo.

Es cierto que su sangre es transparente y, eso, tal vez dificulte su visión, pero os diré que ese cuerpo agonizante se desangra por vuestros bolsillos. Sí, por los bolsillos de todos vosotros que pagáis el agua que sale por vuestros grifos, como poco, al triple del precio que os debiera costar.

A veces pienso que, en realidad, os sobra. Que no sabéis qué hacer con el dinero y no echéis en falta el que os desaparece sin justificación alguna y, por eso, jamás reaccionáis ante aquellos que sólo saben meter sus manos en vuestros bolsillos para tapar sus errores con lo que alcanzan a confiscaros.

Y, ahora, mirad un momento atrás, hermanos. Hace dos años era un escándalo que la empresa pública -es decir, vuestra empresa- que creasteis para asegurar que el agua salga por los grifos de vuestras casas cada vez que sea necesario, desperdiciara la mitad de la que compraba. Era como si vuestras madres tuvieran que acarrear dos cántaros desde la fuente para utilizar sólo uno por estar agujereados.

Aquello era intolerable y, por eso, hubo acuerdo para emprender las acciones necesarias para acabar con tamaña sangría.

El resultado, amados míos, ya lo veréis cuando paséis algunas paginas. Ahora, dos años después de aquel arranque de caballo alazán, vuestra madre tiene que transportar tres cántaras en su cabeza para que vosotros podáis usar una.

El enfermo se desangra, pero el médico continúa rellenando formularios, poniendo sellos, redactando informes al tiempo que la doncella desflorada agoniza lentamente mientras todos vosotros, cómplices de su muerte anunciada, la veis fenecer como si de un espectáculo se tratara. No miréis para otro lado. Echad un ojo al estado de vuestras cuentas y pensad si os podéis permitid, también en verano, esta sangría. Turistas. Vale.