«Tenemos pruebas de que el Arca de la Alianza existió»

Manuel Fernández Muñoz ha publicado en El Grial de la Alianza las pruebas recopiladas durante 15 años que demostrarían que el Arca de la Alianza existió tal y como describe el Éxodo




ALMERÍA HOY / 22·07·2018

Quince años de investigación y numerosos viajes por Jordania, Israel, Francia, Escocia, Etiopía y Siria han llevado al teólogo Manuel Fernández Muñoz a poder afirmar que el Arca de la Alianza existió tal y como fue descrita en la Biblia por el autor del Éxodo. El escritor lo explica en El Grial de la Alianza (Almuzara, 2018), libro en el que describe “las 25 coincidencias que demuestran su historicidad”, y en el que adjunta numerosas copias de documentación histórica, papiros, legajos y “otras pruebas de que fue un objeto real”, unos créditos que ocupan la tercera parte del volumen.

“En la Biblia aparece descrita como un arca de madera de acacia, que mide un metro y diez centímetros de largo, sesenta y cinco de ancho y otros sesenta y cinco de alto, recubierta de oro puro con cuatro argollas de oro para pasar unos varales con los que poder transportarla. También dice que en la tapa hay dos seres alados, es decir, dos querubines, de oro labrado a martillo”, detalla Fernández.

“Con ese detalle aparece descrito en el Éxodo el símbolo de ese Dios que se manifestó a Moisés hace 3250 años, y quedó con esa imagen, durante mucho tiempo, entre quienes creían en su existencia con fe ciega y aquellos otros que dudaban amparados en su escepticismo, asegurando que no se trataba nada más que de una leyenda”.

“Carter descubrió junto al sarcófago de Tutankamón una caja igual a la descrita en la Biblia como el Arca pero con imágenes de Annubis en vez de querubines”

“Sin embargo –desvela el teólogo-, todo cambió el 16 de febrero de 1923. Ese día, Howard Carter, acompañado por Lord Carnarvon, abrió en el Valle de los Reyes la cámara funeraria KV62 y fue el primero en contemplar el sarcófago de Tutankamón. Cerca de él pudo observar una caja de madera exactamente igual a la descrita en el libro sagrado de los hebreos, pero con una única diferencia: que en el lugar en que deberían aparecer los querubines, había dos imágenes de Annubis, el dios chacal de los egipcios”.

“Esto es muy importante –subraya el investigador-. Hablamos de un objeto con significado religioso encontrado en la tumba de un faraón que murió en el año 1327 antes de Cristo y que aparece descrito en un libro sagrado de los hebreos escrito un siglo después”.

“¿Qué significado puede tener esto? – se pregunta-. Estamos hablando del relato de la salida de Egipto del pueblo judío tras centenares de años de esclavitud. Su propósito era fundar una nación propia y, para articularla, entre otras cosas necesitaban una religión, y lo que hicieron fue impregnarse de la simbología y los ritos de aquella que habían vivido durante el tiempo en que estuvieron sometidos”.

“Así, el Arca no tenía en sí ningún poder, como cuentan algunas leyendas. El poder era una cualidad de Dios, que se manifestaba a través de ella, como antes lo hizo por medio del báculo de Moisés o en una zarza ardiendo en la cima del Monte Sinaí. En realidad, se trataba de una enorme caja en la que los hebreos guardaban aquellos objetos que, para ellos, tenían un valor sagrado, como las dos piedras de la Ley, un montón de bolitas de maná [el alimento que les envió Yahvé para que mitigaran el hambre durante su travesía por el desierto] o la milagrosa vara de almendro de Aarón, el hermano de Moisés, que florecía y tenía poderes milagrosos”.

“El Arca era una enorme caja en la que los hebreos guardaban objetos sagrados como las piedras de la Ley, un montón de maná o la vara de almendro de Aarón”

“Al Arca le perdimos la pista cuando Nabucodonosor II arrasó Jerusalén. En el año 597 a. C. tomó la ciudad, asaltó todas las casas, palacios e, incluso, el Templo, robando los objetos de oro y plata que encontró a su paso y, lo que no pudo llevarse, lo quemó. Diez años más tarde, volvió a saquear la ciudad y, en esta ocasión, se llevó a sus habitantes como esclavos arrasándola por completo, incluido el Templo”.
“No obstante, ocho décadas después, Ciro liberó a los judíos y les devolvió todo lo que su antecesor les había quitado, pero el Arca ya no estaba”.

“En cualquier caso –concluye el teólogo investigador-, sabemos que el Arca era el medio que tenía Moisés para comunicarse con Dios. En ese sentido, todos tenemos, también, un arca en el pecho. Se llama corazón y hemos de pulirla para sacarle tal brillo que podamos ver a Dios en reflejado en él y en los ojos de nuestros semejantes”.


¿El Santo Grial existe?

Manuel Fernández Muñoz explica que “el Santo Grial se confunde, a partir de Chrétien de Troyes, Robert de Boron y Wolfram von Eschenbach, con la Copa Papal que fue custodiada durante tres siglos por los monjes del monasterio de San Juan de la Peña”. “Yo creo –añade- que es necesario diferenciar entre el ‘Sang Real’ del relato artúrico novelado por los autores que he citado, un término francés que significa ‘sangre real’ y hace referencia a una copa que supuestamente usó Jesús durante la última cena y, después, llegaría a contener su sangre recogida por José de Arimatea, de aquella que usaron los primeros papas”.

“También hay –prosigue Fernández- quienes hablan de una lapsitexillis, es decir, de una piedra que llegó desde fuera de la Tierra a la que se confirió un significado sagrado. Ahora bien, ¿tiene que ver alguno de estos tres objetos legendarios algo con los templarios y la leyenda forjada a su alrededor? Eso no lo sabemos”.

“En España contamos con los dos supuestos cálices con más visos autenticidad, el de doña Urraca, que se encuentra custodiado en la Basílica de San Isidoro de León, y el que se halla en la Catedral de Valencia”. “Desde mi punto de vista –sostiene el investigador-, éste último es el que tiene más visos de autenticidad. Contamos con su trazabilidad. Sabemos que lo trajo a España San Lorenzo allá por el siglo III y que,tras su paso por diversos templos del Alto Aragón, como el Monasterio de San Pedro de Siresa o la Catedral de Jaca, permaneció desde el 1071 al 1399 en el Monasterio de San Juan de la Peña para, después de una corta estancia en Barcelona, acabar depositado en la Catedral de Valencia”.

“Por otra parte, unos monjes etíopes aseguran que custodian las auténticas lapsitexillis que, en realidad, según su versión, son las auténticas piedras caídas desde el cielo que contendrían, supuestamente, los diez mandamientos inscritos en ellas. Estos monjes están convencidos de que el Arca nunca se destruyó y que ellos son hoy sus guardianes”.