EDITORIAL. Ramón el alcalde: criterio o deslealtad de un apellido compuesto

Congreso extraordinario del PP: lo que no se ha contado en Almería


Ramón Fernández-Pacheco (tercero por la izquierda), entre Javier A. García y Gabriel Amat.

MIGUEL ÁNGEL SÁNCHEZ / 27·07·2018

Vaya de antemano nuestro agradecimiento al jefe de prensa de Ramón, el alcalde de Almería, sin cuyo tesón en impedir a ALMERÍA HOY entrevistar al regidor, nunca habríamos podido escribir este artículo que lleva el sello de la casa.

Cualquiera que sepa una pizca de los entresijos del Partido Popular de Almería conoce que Ramón, Ramón Fernández, Fernández-Pacheco presidente de la Corporación, irrumpe en la alta política provincial de la mano de Luis Rogelio Rodríguez Comendador. Sus superiores le reservaban el puesto 14 de la lista electoral pero su destino y las siempre providenciales manos de Gabriel Amat y Javier Aureliano García, que confían en el muchacho y le ven maneras, acaban aupándolo al nueve.

Ramón, que según cuentan algunos de sus cercanos rinde pleitesía a la amistad y a lo que de ella se deriva en los términos más nobles y virtuosos, consigue acta, totales atribuciones en la siempre deseada área de Urbanismo, pero la estrella del joven, que apenas supera los 30, brillaba más alto.

Estamos en 2015. Sólo cinco meses después de que el PP repitiera en el gobierno municipal tras la inesperada pirueta de Ciudadanos, Luis Rogelio da por terminada su trayectoria municipal y acepta el ofrecimiento que le hace el partido para aspirar al Senado.

La operación, hay que reconocer que no exenta de riesgos, es preparada a conciencia buscando la renovación con nuevas caras capaces de afrontar el reto de mantener, cuando no recuperar, el encandilamiento del vecindario de la capital hacia los líderes que el PP propone para dirigir la ciudad. El sustituto debe reunir requisitos varios, pero prima el de la juventud para que no sea flor de un día, sino alguien con aptitudes que el tiempo y la experiencia mejoren hasta conformar un gobernador sólido garante de éxitos electorales.

Son otra vez las manos propicias de Amat las que cargan con átomos de hidrógeno la estrella de Ramón Fernández-Pacheco, haciéndola brillar como ni siquiera el propio Ramón había soñado. Renuncian –es un decir, claro- a sus derechos sobre la vara de mando los números dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho para que el camino quede despejado al nueve, que es Pacheco, Fernández-Pacheco.

El 28 de noviembre de 2015, con 31 años recién cumplidos, el joven ya preside los plenos y su voz abre y cierra las sesiones. El porvenir es prometedor. El ya nombrado alcalde mira a sus padrinos, que aplauden desde las butacas y se intercambian sonrisas de aprecio y confirmación.

“La ambición es un vicio pero puede convertirse en virtud” (Quintiliano), debió pensar Ramón. El futuro despejaría esa duda...

“Ha sido la ambición, la ambición”, contaba un próximo del alcalde hace sólo unos días cuando valoraba, en un restaurante de la capital, lo que entendía como el mayor desacierto cometido por Fernández-Pacheco al desmarcarse de la posición oficial de la dirección provincial popular, que en ese momento, a comienzos de la campaña para las presidenciales, quiso la neutralidad ante los tres candidatos. Amat, que entre sus defectos no se encuentran los de la necedad y la idiotez, buscó así preservar la máxima unidad de la derecha almeriense y salvaguardar sus intereses no pronunciándose. Tan convencido estaba de no errar, que llegó a cortar amarras con su siempre cercanísimo Arenas, apostante y apóstol de Soraya. Y también de Juanma, Juan Manuel Moreno, el hombre de la siempre sonrisa que quiere y no puede. Pero que sí dispuso de voluntad para enviar personal de su confianza a fiscalizar significadas mesas de la provincia; lo que se interpreta aquí como un gesto de desconfianza hacia sus compañeros de Almería.

El olfato del veterano Gabriel Amat, ágil en los laberintos de la política, supo distinguir entre vencedores y vencidos en el último congreso antes de que las urnas, en primera y segunda instancia, hablaran. O era Casado, o era Cospedal. Si los éxitos se cuentan por los resultados, ‘al viejo’, como le llaman en el partido, no le falló el pálpito.

Aureliano queda bien situado con Pablo, el nuevo presidente, y la temida batalla por la sucesión del alcalde de Roquetas y presidente de la Diputación en la cabeza del partido, se aleja.

Parece normal que Góngora, desde su siempre insatisfecho reinado en El Ejido, se apartara de la línea oficial y abrazara el sorayismo, a la búsqueda de una oportunidad que bendijera el estatus y la prestancia que el ejidense tanto desea y no ve cuando otea el horizonte. Se entiende que la insaciable Carmen Crespo jugara a favor de Soraya para alcanzar el antídoto a la siempre temida caducidad política. Una Soraya presidenta -ahora candidata y sedienta de apoyos-, sería generosa con sus feligreses. La parroquia almeriense bien valía una misa a favor de la exvicepresidenta, cuando las encuestas poco decían de Casado y Cospedal ya era la santa de Amat. Con Soraya, la ansiada presidencia del PP de Almería, sería coser y cantar para Crespo.

Lo que no parece tan normal ni se entiende tan fácilmente es el camino que emprendió Ramón. Entre sus concejales no se acaban de aclarar los porqués. “Debió mantenerse junto a Gabriel, era lo suyo. Gabriel le abrió la puerta y a Gabriel debe las extraordinarias carambolas que le hicieron alcalde”, valora un cercano colaborador en las tareas de gobierno de Ramón Fernández-Pacheco. No es el único.

“Ramón es hombre que respeta la amistad y paga con lealtad. No sé a qué vino posicionarse por sorpresa a favor de Soraya. Él, que no es equilibrista, se ha paseado por la cuerda y se ha resbalado. Ahora no sabemos qué consecuencia tendrá esto para todos nosotros. Aureliano está más fuerte y nosotros... no sé”, lamentaba otro sin saber, quizás, que Soraya logró el cariño de Ramón con promesas que al alcalde supieron a néctar.

El desplazamiento de Ramón respecto a sus amigos y maestros Amat y Aureliano puede haberse convertido en fractura. No en vano, el concejal Juan José Alonso –el que derrapó en un pleno al revelar públicamente los planes policiales de una redada-, llegó a impugnar el voto a Casado de varios compañeros compromisarios de Almería. Que le pregunten si no al alcalde de Berja, que temió su voto anulado por la acción de Alonso, un bien pagado del Ayuntamiento al que no se le conoce actividad profesional privada alguna, e interpretó, parece que con gusto, el papel de mamporrero de Ramón para impedir lo que era imposible de frenar. Casado presidente.

“No fue sólo que Ramón apoyara a Soraya, es que jugó sucio en contra de los que siempre fuimos los suyos”, critica un veterano peso pesado en la parte oficialista de Amat. Y añade: “No todos están de acuerdo en el equipo de gobierno con lo que ha pasado, a mí me lo dijeron antes y después del Congreso, pero parece que el coro de aduladores tuvo más peso que los vínculos fraternales que siempre le han unido a Gabriel y Javier Aureliano”.

¿Es Ramón hombre valiente y con suficiente criterio como para no dejarse manejar, o ha sido su ambición un error degenerado en vicio que desprecia la generosidad recibida?

A estas horas viene al recuerdo Herodoto, que suena a martillo golpeando yunque: “El más acerbo dolor entre los hombres es el de aspirar a mucho y no poder nada”.

Cuenta con cierto gracejo un político conocido de Almería, que nunca hay que fiarse de quien tenga apellido compuesto. Naturalmente es una maldad como cualquier otra, más propia de tópicos y prejuicios de ciertas izquierdas, que de asertos constatados. Que se lo pregunten a Gabriel o a Aureliano.