Luces mediterráneas

El que teme, el que odia no tiene tiempo de vivir; el que no tiene futuro, no tiene miedo a morir


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MARIO SANZ CRUZ

Nuestro faro de Mesa Roldán, además de dar luz y guiar a los navegantes, que es su trabajo y lo cumple con puntualidad y alegría, se convierte, de vez en cuando, en escenario de otro tipo de luz. La luz que da la cultura ha brillado, el sábado 30 de junio, en este cíclope que observa el mar desde su elevada meseta, recibiendo a los poetas del V Encuentro Mediterráneo de las Artes y las Letras, coordinado por Guillermo de Jorge. A la sombra del faro pudimos escuchar a Almudena Guzmán, Begoña Callejón, Manuel Francisco Reina y Antonio Manilla, además de al cantautor Txo Braceras, entre el atardecer, el mar y algunas ráfagas de poniente

El faro alumbró las palabras, los versos y la música, acogiendo a los asistentes, muchos de ellos también poetas o gente de la cultura.
Pero cuando verdaderamente el faro realiza su magia es cuando acaban los ecos del recital, el sol se esconde y la luna sale. Entonces su luz empieza a envolver a los presentes que, con un vino en la mano, van dejándose llevar por el embrujo de sus destellos y hablan de literatura, de arte, de cultura y de cualquier tema que les pueda unir; encontrando nuevos caminos, tejiendo lazos, complicidades y vivencias que desembocarán en futuros proyectos, en próximos encuentros.

El público que asiste a estos eventos no es muy numeroso, pero sabe sacarles jugo. La poesía casi está reservada para poetas y para iniciados, pero recitándola en los faros, atrae a otras personas que, quizás, no habrían acudido a un recital que se celebrase en una biblioteca o en el salón de actos de cualquier institución; pero el faro llama la atención, convoca aunque solo sea por la curiosidad, por el atractivo de su encanto, de su romanticismo. Y, por qué no, la persona que ha ido sin mucho interés puede empezar a acercarse a la poesía y perderle el miedo, a asomarse a ese abismo de palabras y sentimientos, que se hace menos alto y menos vertiginoso cuando se va conociendo, cuando se va disfrutando, cuando intimamos con él.

Así disfrutamos nosotros de la riqueza de la poesía bajo la luz del faro, pero al otro lado, en lo más oscuro del mar, siguen despareciendo personas, que no mueren de amor pero sí de incomprensión. Gentes que, como Odiseo, cruzan el Mediterráneo, dejándose llevar por el canto de las sirenas, pero en vez de desembarcar en Ítaca acaban entrando en el terreno de Dédalo, en el laberinto que los europeos vamos diseñando para que los desesperados se pierdan definitivamente, para que no encuentren la salida que les haga ver la luz, aunque sea de lejos.

Pero ellos no van a perder la esperanza, porque les empuja la miseria, porque detrás dejan la nada que les hemos ayudado a crear, porque salen de unas tierras ricas que hemos empobrecido, de unas antiquísimas y ricas culturas que han ido decayendo bajo el empuje de nuestro colonialismo depredador, de nuestro consumismo irracional.

Mientras las barquillas se mecen sobre las olas, las mafias se enriquecen, las personas se ahogan y Europa languidece presa de sus propios miedos, de su evidente vejez, de su egoísmo autodestructivo.

El que teme, el que odia no tiene tiempo de vivir; el que no tiene futuro, no tiene miedo a morir. Si abrimos los ojos, comprobaremos que ellos no son nuestros enemigos; nuestros enemigos están dentro desde siempre y les adoramos, les hacemos el trabajo sucio en una especie de síndrome de Estocolmo, que cada día resulta más patético. ¡Despierta a la poesía, despierta a la vida!